Por Diego García B.
Hace mucho quedó atrás el tiempo en que todo lo relacionado con el diablo recibía el rechazo unánime de la gente. En el mundo occidental y muy especialmente en los países católicos, era obvio que nadie en su sano juicio podía sentir atracción alguna por el demonio, dado que ese ser, según las Escrituras, no abriga hacia el hombre otro sentimiento que el odio. Para los creyentes de siglos pasados no había duda de que la lucha de Cristo y sus fieles ”no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas” (cfr. Ef 6, 12).
Pero pasó el tiempo y fue difundiéndose, junto con el ateísmo y el rechazo a toda religiosidad, una especie de contracorriente opuesta al cristianismo que poco a poco ha sacado del secreto los cultos satanistas y los ha puesto en el mismo nivel de las doctrinas tradicionales, como si de una opción religiosa más se tratara. De este modo, el satanismo ha invadido rápidamente sectores tan relevantes como los de la música, las artes visuales y los medios masivos de comunicación.
Para nosotros, católicos, resulta difícil entender que alguien pueda desear poner su vida en manos del diablo, considerando que todo lo bueno proviene de Dios (amor, alegría, placer, vida, trascendencia, salud, etc.) y que del diablo, como creatura que fracasó radicalmente en su existencia, sólo podemos esperar el absoluto vacío. Unirse al diablo es compartir el fracaso completo y la frustración de todas las capacidades puestas por Dios en el hombre para que éste llegara incluso a “ser como Dios” y a participar de la Vida Divina.
Sin embargo, la falta de una evangelización profunda del pueblo católico, así como de una catequesis seria y suficiente, ha permitido que una creciente masa de jóvenes perdidos acabe por rechazar con ligereza la fe católica que, en realidad, nunca conoció verdaderamente, y decida abrazar alguna de las múltiples formas de satanismo que los medios ofrecen ostentosamente hoy en día. Muchos jóvenes comienzan por hacerse fanáticos de ciertos grupos musicales que se autodefinen como diabólicos, y llenan sus habitaciones con carteles y símbolos satanistas. Quizá la mayoría de los muchachos que llegan a este punto no pasan de él, pero este primer nivel de satanismo ya es alarmante, pues el ambiente en que se desenvuelve exige desde el principio rechazar explícitamente a Dios, blasfemar y proferir fórmulas de adoración al Maligno. Algunos jóvenes siguen adelante y comienzan a acercarse a la magia y a círculos propiamente demonolátricos. Su rechazo hacia lo sagrado se vuelve más radical o agresivo; su uso de simbología satanista se vuelve consciente y estudiado y aparecen en su indumentaria y hasta en su cuerpo infinidad de accesorios, a veces de complicada e incluso dolorosa aplicación, que los identifican como miembros de un grupo diabólico.
La fascinación que ciertos grupos musicales, películas y programas televisivos de corte satanista tienen en algunos sectores de la juventud es un problema serio que requiere novedosas acciones de contraataque. Este no es ya un fenómeno marginal propio de pequeñas bandas de inadaptados provenientes de las clases más bajas. El satanismo de hoy en día exige a sus adeptos contar con acceso a internet, a MTV y otros canales televisivos por cable, a cierta indumentaria y a diversos productos para escuchar música con la máxima potencia y fidelidad. Esta demonolatría de supermercado está dirigida a las clases media y alta y por eso los gruposdarketos que empiezan a pulular por nuestras ciudades están básicamente constituidos por chavos en una situación económica desahogada. No conozco la situación en cada ciudad del Bajío, pero sé que el satanismo se está extendiendo de forma alarmante entre jóvenes estudiantes de reconocidas escuelas privadas de Querétaro. Un grupo de darketos ya cometió un sonado homicidio en dicha ciudad y eso debe constituir una seria advertencia en todo el Bajío para los padres de familia y para las estructuras eclesiales que tienen a los jóvenes en un desesperado abandono.
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