7.4.11

Juan Pablo II, un santo de la A a la Z



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Madrid.- Son muchas las anécdotas de Juan Pablo II que reflejan  y hacen palpable que era una persona santa, de principio a fin, de la A a la Z. Su motor de vida fue la oración y su devoción a la Virgen. Así él mismo decía: “tratan de entenderme por fuera; pero sólo se me puede entender por dentro”. 

La reciente publicación del libro Por qué es santo, escrito por el postulador de la causa de canonización, ofrece múltiples facetas de su carácter. Aquí hemos recogido algunas de las anécdotas publicadas en este y otros libros, que iremos publicando cada día.
El anuncio de la próxima beatificación del creador de las Jornadas Mundiales, el 1 de mayo, ha sido causa de alegría en muchas personas. Ojalá mirar hacia Juan Pablo II ayude a todos los jóvenes del mundo a preparar el camino hacia la Jornada Mundial de Madrid.
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Amigo de sus amigos 
El afecto que sentía por sus amigos y compañeros de juventud permanecía vivo en él a pesar de los años transcurridos. Se reunía con ellos a comer, organizaba excursiones, les escribía y en más de una ocasión, cuando ya era Papa, restableció relaciones con personas que hacía mucho tiempo que había perdido de vista. 
Eso fue lo que sucedió, por ejemplo, con el ingeniero judío Jerzy Kluger, un amigo de la infancia de la época de Wadowice, con el que Wojtyla había dejado de estar en contacto a raíz de los trágicos sucesos de la Segunda Guerra Mundial y de la deportación de los judíos a los campos de concentración nazis. Tras ser elegido Pontífice, los dos amigos se volvieron a ver con asiduidad, tanto en el Vaticano como en Castel Gandolfo, hasta la muerte de Juan Pablo II.

Fuente: Por qué es santo. Slawomir Oder. Pág. 20-27.                                                                                         
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 Buen humor en la juventud y en la vejez  
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En una ocasión a una persona muy allegada al Papa,  le preguntaron qué era lo que más le  impresionaba de Juan Pablo II, a lo que respondió que su buen humor: “a simple vista podría parecer que estar de buen humor forma parte de la peculiaridad de la persona. Pero a mí me parece que es una constante en la vida de los santos. A los 80 años, mantener el mismo buen humor que cuando se es joven…no puede proceder más que de alguien que saca su optimismo de la convicción de saberse creado por Dios”

Como consecuencia de los años, Juan Pablo II se vio obligado a utilizar un bastón para caminar. No tardó mucho en aceptar también con serenidad este nuevo estado, tal como lo demostró haciéndolo girar como si fuese un juguete ante millones de jóvenes durante la vigilia de la JMJ de Manila (1995). No faltaban momentos en que intentaba quitar hierro al asunto recurriendo a su habitual ironía. En 1998, en uno de sus discursos dijo: “Me gustaría preguntaros: ¿Por qué lleva bastón el Papa?... Pensaba que me contestaréis: ¡Porque es viejo! En cambio habéis dado la respuesta justa: ¡Porque es ‘pastor’! El Pastor lleva un bastón para apoyarse y también para mantener en orden a su rebaño”.
Es muy emocionante ver a Juan Pablo II reír. Un joven universitario se atrevió a actuar como payaso ante el Papa haciendole reír a carcajadas. Puedes verle en: www.alegriadelpapa.net
Fuente: Por qué es santo. Slawomir Oder. Pág. 129; y web www.alegriadelpapa.net. 

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Confianza en el sacramento de la Confesión
Todos los viernes santos Juan Pablo II iba a confesar a la basílica de San Pedro. A continuación una anécdota que manifiesta la confianza de Juan Pablo II en el sacramento de la confesión.

 Un sacerdote de Nueva York se disponía a rezar en una de las parroquias de Roma cuando, al entrar, se encontró con un mendigo. Después de observarlo durante un momento, el se dio cuenta de que conocía a aquel hombre. Era un compañero del seminario, ordenado sacerdote el mismo día que él. El cura, tras identificarse y saludarle, escuchó de labios del mendigo cómo había perdido su fe y su vocación. Quedó profundamente estremecido.
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Al día siguiente el sacerdote estadounidense tenía la oportunidad de estar con el Papa. Al llegar su turno le pidió al santo Padre que rezara por su antiguo compañero de seminario, y describió brevemente la situación al Papa.

Un día después recibió la invitación del Vaticano para cenar con el Papa, en la que solicitaba llevara consigo al mendigo de la parroquia. El sacerdote volvió a la parroquia y le comentó a su amigo el deseo del Papa. Una vez convencido el mendigo, le llevó a su lugar de hospedaje, le ofreció ropa y la oportunidad de asearse.
El Pontífice, después de la cena, indicó al sacerdote que los dejara solos, y pidió al mendigo que escuchara su confesión. El hombre, impresionado, les respondió que ya no era sacerdote, a lo que el Papa contestó: "una vez sacerdote, sacerdote siempre". "Pero estoy fuera de mis facultades de presbítero", insistió el mendigo. "Yo soy el obispo de Roma, me puedo encargar de eso", dijo el Papa.

El hombre escuchó la confesión del Santo Padre y le pidió a su vez que escuchara su propia confesión. Después de ella lloró amargamente. Al final Juan Pablo II le preguntó en qué parroquia había estado mendigando, y le designó asistente del párroco de la misma, y encargado de la atención a los mendigos.

Fuente: Aciprensa. También puede leerse esta anécdota en Por qué es santo. Pág. 41

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Devoción a la Divina Misericordia
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Entre los miles de hombres y mujeres de Dios que elevó a los altares una de las figuras que más apreciaba fue la de religiosa polaca Faustina Kowalska (1905- 1938), apóstol de la devoción de la Divina Misericordia.

En agosto de 2002, en Lagiewniki, donde sor Faustina vivió y murió, Juan Pablo II confió el mundo a la Divina Misericordia, a la confianza ilimitada en Dios, el Misericordioso. ¡Cuánta necesidad de la misericordia de Dios tiene el mundo de hoy! Donde reinan el odio y la sed de venganza, donde la guerra causa el dolor y la muerte de los inocentes se necesita la gracia de la misericordia para calmar las mentes y los corazones, y hacer que brote la paz. Donde no se respeta la vida y la dignidad del hombre se necesita el amor misericordioso de Dios, a cuya luz se manifiesta el inexpresable valor de todo ser humano. Por eso hoy, en este santuario, quiero consagrar solemnemente el mundo a la Misericordia divina.
Juan Pablo II falleció el 2 de abril de 2005, a las 21.37, mientras concluía el sábado, y ya habíamos entrado en la octava de Pascua y domingo de la Divina Misericordia.
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Enfermos, lección constante para él
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Durante su primer viaje como Papa, el que realizó a México en 1979, visitó una iglesia llena de enfermos e inválidos. Uno de sus acompañantes testimonió al respecto: “El Papa se detuvo ante cada uno y tuve la impresión de que veneraba a todos: se inclinaba hacia ellos, intentaba comprender lo que le decían y después les acariciaba la cabeza”. 
Los responsables de la ceremonia no tardaron en darse cuenta de que en este tipo de viajes no debían colocar más de treinta enfermos delante del altar. En caso contrario, dado que Juan Pablo II les saludaba a todos, saltaban las citas que tenían a continuación. 

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Fe y fortaleza
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Cuando se le insistía en que bajase el ritmo de trabajo y de viajes y que descanse algo más, su respuesta era siempre: “Ya descansaré en la Vida Eterna”. En el curso de su última Semana Santa respondió de esta forma a un cardenal que le sugirió que no agotase sus últimas fuerzas: “Si Jesús no descendió de la cruz, ¿por qué debería hacerlo yo?

Consciente de que el tiempo es limitado, deseaba aprovecharlo al máximo. En uno de los últimos años de su vida dijo: “Cada vez me doy más cuenta de que se acerca el momento en el que tendré que presentarme ante Dios. El don de la vida es demasiado precioso para que nos cansemos de él”.

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