
“Hay en todo esto un gesto de desafío, a ver si los occidentales se atreven a defender a quienes están tan profundamente relacionados con su tradición, los «nuestros», en una palabra.”
LA RAZÓN/JOSÉ MARÍA MARCO.- Los terroristas islamistas han aprendido de la experiencia iraquí que el terror indiscriminado contra la población civil acaba volviéndose contra ellos.
Atacar a la minoría cristiana, casi indefensa y con influencia política limitada, resulta menos peligroso. Se siembra el terror igualmente, y se desestabilizan regímenes que quieren servir de contención al fanatismo. Se afirma la identidad propia y se apunta a uno de los objetivos que pretenden y en parte están consiguiendo: un islam purificado, libre de la perpetua ofensa que constituye la presencia de otras religiones…
Los terroristas islamistas saben además que, aunque han sido derrotados en Irak, el desgaste en la opinión pública de los países de tradición liberal es gigantesco. Cuentan con una cierta anestesia moral, que siempre acaba atribuyendo la responsabilidad última de los crímenes al intervencionismo «occidental».
Hay en todo esto un gesto de desafío, a ver si los occidentales se atreven a defender a quienes están tan profundamente relacionados con su tradición, los «nuestros», en una palabra.
Es necesario apoyar a los gobiernos dispuestos a impedir esta brutalidad, exigir por medios políticos y económicos que se detenga la sangría, e informar sin tregua a la opinión pública de lo que está ocurriendo y de quiénes son los responsables, sin mitologías autoculpabilizadoras.
También será imprescindible no caer en la trampa de la provocación e insistir en que el Islam, que también forma parte de nuestra cultura, no es ni ha sido siempre sinónimo de intolerancia. De ser así, el problema que hoy se vive con tanto dramatismo ni siquiera se plantearía.
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"San Miguel Arcángel,
defiéndenos en la batalla.
Sé nuestro amparo
contra la perversidad y asechanzas
del demonio.
Reprímale Dios, pedimos suplicantes,
y tú Príncipe de la Milicia Celestial,
arroja al infierno con el divino poder
a Satanás y a los otros espíritus malignos
que andan dispersos por el mundo
para la perdición de las almas.
Amén."
"La vocación del cristiano es la santidad, en todo momento de la vida. En la primavera de la juventud, en la plenitud del verano de la edad madura, y después también en el otoño y en el invierno de la vejez, y por último, en la hora de la muerte." (Juan Pablo II

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