
CIUDAD DEL VATICANO.- Publicamos el mensaje que ha enviado con motivo de la Navidad a los sacerdotes el cardenal Mauro Piacenza, prefecto de la Congregación para el Clero.
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Reverendos y queridos sacerdotes:
Con alegría me dirijo a cada uno de vosotros, ante la inminencia de la Santa Navidad, recordándoos en la oración y pidiendo a la Luz que viene al mundo el don de santos sacerdotes para la Iglesia del tercer milenio.
Que el empeñativo trabajo de estos días, por el que el Señor y la Iglesia os dan profundamente las gracias, no os impida deteneros en silencio y con sorprendida y profunda adoración ante ese Misterio, del que dependen radicalmente la salvación del mundo y nuestra misma existencia sacerdotal.
El discurso con el que el Santo Padre Benedicto XVI ha dirigido sus propias felicitaciones a la Curia Romana, ha subrayado de manera especial el don que ha significado el Año Sacerdotal, a pesar de las grandes fatigas que le han caracterizado. Con la lúcida y realista constatación de realidades inimaginables y dolorosísimas, el Santo Padre ha invitado a toda la Iglesia al realismo de la fe y a la disponibilidad a la penitencia, elementos indispensables y constitutivos de toda auténtica, posible y deseada renovación.
De rodillas, ante la gruta de Belén, contemplando al Verbo hecho carne y escuchando su gemido, lleno de ternura y al mismo tiempo profético, mendigamos, por intercesión de la bienaventurada Virgen María, Reina de los Apóstoles, y de san José, su castísimo esposo, que el Señor haga grandes cosas en su Cuerpo, que Él quiere siempre joven, renovado, resplandeciente y misionero.
Con estos sentimientos, aseguro a todos los queridos amigos sacerdotes, esparcidos por todo el mundo, un especial recuerdo en la oración, y a cada uno le pido el apoyo con la oración en el ministerio que me ha sido confiado.
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"San Miguel Arcángel,
defiéndenos en la batalla.
Sé nuestro amparo
contra la perversidad y asechanzas
del demonio.
Reprímale Dios, pedimos suplicantes,
y tú Príncipe de la Milicia Celestial,
arroja al infierno con el divino poder
a Satanás y a los otros espíritus malignos
que andan dispersos por el mundo
para la perdición de las almas.
Amén."
"La vocación del cristiano es la santidad, en todo momento de la vida. En la primavera de la juventud, en la plenitud del verano de la edad madura, y después también en el otoño y en el invierno de la vejez, y por último, en la hora de la muerte." (Juan Pablo II

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