No es ninguna novedad que aparezcan temporadas donde se nota con más vehemencia los ataques de los enemigos de la Iglesia que han existido, existen y existirán toda la vida, hasta el final de los tiempos.
El enemigo de Dios, ciego para todo lo sobrenatural, se empina como un "gallito" de pelea con ínfulas de moralista para censurar las actuaciones de algunos miembros de la Iglesia por considerarlas lesivas o inconvenientes para la libertad de los ciudadanos. La música es siempre la misma, el músico diferente, las piedras que tira hacen daño y pueden destrozar a una persona, otras veces son huaycos que dejan pérdidas y víctimas. Con el tiempo todo se recupera y la barca de Pedro sigue su travesía sorteando tempestades y los ataques de los piratas que buscan prebendas a costa de la Iglesia. Nada ni nadie podrá tumbar a la Iglesia, como lo demuestra la historia claramente.
Los justicieros de "turno"
Hoy como ayer las lapidaciones las organizan los justicieros de turno que se amparan en la ley, compinchados entre ellos para hacer leña del árbol caído en vez de buscar los caminos del perdón y la reconciliación, que son, por cierto, caminos exclusivos para los que tienen la dicha de ser ricos en misericordia, como Jesucristo.
En este tiempo de relativismo los paladines del liberalismo absoluto se autoproclaman redentores de la humanidad: escriben sendos artículos, organizan comisiones investigadoras, azuzan a las masas, manipulan sin escrúpulos engañando a los inocentes para que apoyen sus causas. Los hay de izquierdas y de derechas, agarran cualquier pretexto, algo que según ellos no está caminando bien en la Iglesia,para subirse a su caballito de batalla, que primero galopea alrededor de la víctima, para luego atropellar y matar.
Son jinetes que ondean la bandera de la libertad sin importarles la verdad. Persiguen sus propios intereses metiendo el caballazo a como de lugar, amparados en el consenso de algunos sectores del poder mediático, que juegan un papel sucio en la historia, porque lanzan piedras con los ojos vendados, sin importarles las personas. Con sus intervenciones atacan de un modo irreverente y atrevido buscando enfrentamientos y peleas entre las personas. Es lo que saben hacer: dividen, no unen.
No les importa ni tienen en cuenta las orientaciones del Magisterio de la Iglesia, que cumple la misión divina de difundir la Palabra de Dios por todo el mundo. Ellos solo saben utilizar frases del evangelio para defender sus propios argumentos. Es evidente la incoherencia de lo que dicen si se compara con la desarticulación de vida que suelen llevar algunos. Lo peor es que se llaman católicos, pero no se ve en ellos ni una pizca de amor a la Iglesia, utilizan un lenguaje insultante y en bastantes casos hay una evidente falta de ejemplaridad en la vida cristiana.
Estos adalides contemporáneos ejercen un liderazgo efímero que suele terminar, lamentablemente para ellos, en un descalabro. La Iglesia, a pesar de haber sido atacada con esos odios, les perdona siempre. La misericordia de Dios ha conseguido sacar de los escombros de las caídas más graves, a hombres que atacaron sin piedad a la Iglesia. Les ha dado la mano, (algunos, en ocaso de sus vidas), para que obtengan la gracia necesaria y recuperen la salud del alma.
Muchos de estos personajes que fueron críticos de la Iglesia, al pasar los años, arrepentidos y admirados por la riqueza del amor de Dios que los abraza con compasión, admiten que el mejor momento de su vida fue el, sorpresivo e inesperado, encuentro con Cristo. Muchos dicen, con las palabras de San Agustín, refiriéndose a la Iglesia y a Dios: "tarde te conocí"
Conversiones inesperadas
Si vemos a Saulo de Tarso combatir con odio a los cristianos es difícil imaginarse que después sería el Apóstol de las gentes y uno de los grandes pilares de la Iglesia.
También el mismo Jesucristo, con una conducta apacible y llena de comprensión, escuchaba a la Samaritana mientras ella se iba convirtiendo al contarle su vida. Frente la verdad su parlamento fue perdiendo fuerza para dar paso a la contrición. Jesucristo solo la acompañó y susurró con cariño: "¡hay!, ¿si conocieras el don de Dios?" Eso fue todo lo que le dijo. El Papa Francisco está procediendo de la misma manera con la gente que se le acerca. Muchos se convertirán cuando se topan con el testimonio de una vida sincera y sencilla, llena de una rectitud que es grata, comprensiva y cariñosa.
Es muy triste cuando algunos hombres se proponen enmendarle la plana a la Iglesia con sus diatribas hirientes, ¡pobre sandez humana! sin darse cuenta que la Iglesia es de Dios y está asistida por el Espíritu Santo.
En todas las épocas han existido justicieros convertidos en "verdugos" que arrojan piedras sin piedad y con los ojos vendados, porque quieren ganar una guerra a favor intereses personales, con armas ilegales. Temen que la Iglesia intervenga en sus vidas y no puedan lograr sus metas. No están dispuestos a llevar la cruz de Jesucristo "arrojemos lejos de nosotros su yugo" dicen airados, queriendo minimizar, con una malcriadez burda, la actuación de algunos católicos dentro de la Iglesia. Por sus modos de proceder, llenos de indiferencia y maltrato, es fácil darse cuenta de la malicia de sus intenciones.
A todos los católicos nos toca rezar por Nuestra Madre la Iglesia, que es rezar por la unidad de todos y por la conversión de todos los que atacan indebidamente lo que es santo y divino. Es necesario rescatar para el amor de Dios a los justicieros que buscan con afán, lapidar, con la ley en la mano, al que dicen que se equivocó, para quitárselo de encima, ellos deben convertirse para que aprendan a perdonar y tener en cuenta que al final de los tiempos habrá un juicio divino donde todo va a quedar muy claro.
Ahora nos toca ser sinceros y auténticos para unirnos a los demás con la verdad que Dios nos alcanza a través de la Iglesia que quiere que todos sus hijos se salven.
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