1.1.13

Mi Navidad más feliz


Mi Navidad más feliz
A veces, Dios concede a algunos la posibilidad de vivir la Navidad tal como lo hizo el mismo Cristo al hacerse Niño, en total desnudez y ofreciendo su amor a todos los hombres, malos y buenos. El arquitecto mexicano Bosco Gutiérrez fue secuestrado y pasó la Navidad viviendo sólo de Dios y aprovechando esos días para evangelizar y ofrecer este amor de Dios a sus secuestradores. La historia de esa Navidad de Bosco −«la más feliz de mi vida»− la cuenta José Pedro Manglano en el libro 257 días (ed. Planeta)
      Bosco sabe que está cercana la Navidad: «No quería pasar la Navidad solo. Aunque en mi interior me sentía muy acompañado, me faltaba la cercanía de mi gente. Llamé al guardián de turno:
−¿Me podría conseguir un Niño Dios?
¿Un Niño Dios?, me escribió asombrado.
−Sí −le respondí−. Necesito un Niño Dios para arrullarlo y sentirme acompañado esta Navidad.
      Días más tarde, me llegó un Niño Dios pequeñito, de diez centímetros, un niñito sencillo, frágil, de pasta, que cuidé el resto de mi secuestro como a mi mejor amigo. Con él lloré mucho y encontré siempre consuelo. Con él recé mucho y encontré paz y tranquilidad. Con él entendí cómo un hombre puede volver a ser niño encontrando la solución a sus problemas, acariciando, meciendo y abrazando la imagen frágil e indefensa de un recién nacido».
* * *
      Desde que comenzó el mes de diciembre, Bosco tiene en la cabeza la tarea que ha decidido llevar a cabo: la acción. Octubre fue el mes que dedicó a la oración por sus secuestradores; noviembre, a la mortificación; y ahora llegaba diciembre: ¡llegaba el momento de hacer algo! Pero no sabe qué hacer: ¿hablar de Dios a personas a las que nunca ha visto el rostro?
      En Navidad, en ese punto minúsculo del planeta se encuentran a solas él y ellos. Bosco escribe una nota: Señores guardianes: hoy es Navidad, hoy no hay secuestradores ni secuestrados, todos somos hijos de Dios, y a las ocho de la noche vamos a rezar juntos. Tira la nota por la ranura de la puerta. A una hora determinada, se abre la ventanilla y escriben:Estamos listos. Los cinco secuestradores, con los brazos cruzados, esperan.
      «Estaba yo con un nudo en la garganta, emocionado: Señor, ¿qué quieres que les diga a éstos? Soy un instrumento tuyo. Por favor, utiliza mi boca para decir a estos hijos tuyos lo que Tú quieras. No estaba preparado; tomé la Biblia y busqué el texto de san Lucas que relata los hechos de la primera Navidad. Ellos, enfrente, encapuchados, como figuras de piedra, sólo los ojos brillantes tras sus capuchas.
      Comencé a persignarme, mientras ellos me observaban atentos. Empecé con la lectura del Evangelio del día. Al terminar, intenté explicar brevemente el sentido de la Natividad, la importancia de que Jesús naciera en nuestros corazones y de recobrar la ilusión de niños en la vida.
      Ellos quietos, callados, como sedientos de oír algo que trascendiera la realidad de un vulgar secuestro, al menos en ese día tan singular como el 25 de diciembre. Su actitud reforzó mi fe y llenó de alegría mi corazón. Empecé a sentir que las lágrimas invadían mis ojos. Mis labios seguían leyendo y, a la vez, mi interior gritaba de alegría como nunca antes en mi vida. ¡Estaba borracho de felicidad!
      Terminé de leer. Ellos permanecían allí, tal vez esperando algo más.
−Vamos a rezar un Padrenuestro y diez Avemarías para dar gracias a Dios por este rato, dije.
      Recé la primera parte del Padrenuestro, guardé un silencio por si ellos contestaban, pero ellos guardaron silencio. Continué yo solo, en voz alta, las oraciones».
      Bosco se santigua y les dice: ¡Felicidades! Se quedan quietos los cinco. Silencio y expectación. Bosco no pone freno a lo que le pide el corazón y les cuenta lo que están haciendo a esas horas en su casa: se reúnen todos, el belén, la figura del Niño Jesús que se pasan de mano en mano mientras cada uno la besa... Terminadas sus palabras, escriben: Muchas gracias y felicidades.
      Bosco ve con asombro que cada uno se acerca a la ventana y le tiende la mano. En sus ojos se lee algo: Mis respetos. Por un rato, no ha habido secuestradores ni secuestrado, sino hombres, todos hijos de un mismo Padre bueno. ¡Aquella cloaca donde se vertía la maldad se ha convertido en un paraíso! ¡Aquel aire viciado y sucio resulta limpio y fresco para sus espíritus cansados! En aquel rincón ¡ha vencido la vida, ha vencido el hombre, ha vencido el Niño!
      Cerrado el ventanuco, Bosco experimenta uno de los momentos de felicidad más intensos de su existencia entera. Un día, uno de sus hijos me confesaba: «Mi padre lo afirma convencido: “Las Navidades más felices de mi vida han sido aquellas, las que pasé en el secuestro”. Dice él, consumidor entusiasta de todo lo que ofrece el mundo, que tuvo que pasar unas Navidades desnudo, sin nada más que Dios en él y su amor por los que tenía cerca, para descubrir lo que encierran estas fechas. Así lo dice: “¡Las Navidades más felices de mi vida!”».

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