El sacerdocio católico es un misterio, es decir, una presencia y manifestación del Amor de Dios a los hombres en signos pobres.
Por eso es incomprensible sin la fe. Un sacerdote no es un líder religioso que se apoya en sus cualidades humanas; ni un orador convincente que se apoya en su sabiduría; ni un buen celebrador de ritos en virtud su sensibilidad religiosa.
Sacerdote dando catequesis
Un sacerdote es un hombre que, por la fuerza de la ordenación –es decir, por iniciativa y acción de Cristo–, ha sido convertido en sacramento viviente de Jesucristo Cabeza, Pastor y Esposo. Juan Pablo II, en la exhortación apostólica Pastores dabo vobis, escribe que “los presbíteros son, en la Iglesia y para la Iglesia, una representación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor; proclaman con autoridad su palabra; renuevan sus gestos de perdón y de ofrecimiento de la salvación, principalmente con el Bautismo, la Penitencia y la Eucaristía; ejercen, hasta el don total de sí mismos, el cuidado amoroso del rebaño, al que congregan en la unidad y conducen al Padre por medio de Cristo en el Espíritu. En una palabra, los presbíteros existen y actúan para el anuncio del Evangelio al mundo y para la edificación de la Iglesia, personificando a Cristo, Cabeza y Pastor, y en su nombre” (nº 15).
El misterio del sacerdote, por tanto, radica principalmente en lo que es: personificación sacramental del mismo Cristo.
Sacerdote en la Consagración
La tradición de la Iglesia ha expresado esta realidad en términos asombrosos, que reclaman la fe viva ante el sacerdocio: el sacerdote vive y obra “en persona de Cristo Cabeza”. Por ello no se trata sólo de –por llamarlos así– los poderes que el sacerdote tiene, sino también, y principalmente, de su vida, configurada y poseída por la caridad pastoral, que es la participación y prolongación del amor del Buen Pastor. Lo vuelve a decir Juan Pablo II: “El principio interior que anima y guía la vida espiritual del presbítero en cuanto configurado con Cristo Cabeza y Pastor es la caridad pastoral, participación de la misma caridad pastoral de Jesucristo: don gratuito del Espíritu Santo y, al mismo tiempo, deber y llamada a la respuesta libre y responsable del presbítero” (Pastores dabo vobis, nº 23).Sacerdote bautizandoEsta caridad pastoral debe llenar “cada instante” y “cada gesto” del sacerdote (cfr. Pastores dabo vobis, nº 23), haciéndolos expresión del Amor del Buen Pastor y del suyo propio, unido e identificado con el de Cristo, conformando así su propia vida a la entrega salvífica de Cristo Sacerdote. El momento supremo, principal, de la vida del sacerdote es la celebración de la Eucaristía, memorial del sacrificio de Jesucristo: “El sacerdote representa en la misa a Jesucristo nuestro Señor” (San Juan de Ávila, Tratado sobre el sacerdocio nº 10); desde ella ha de irradiar a toda su vida la misma actitud de entrega, para ser signo personal de la caridad de Cristo en la celebración de los sacramentos y en el resto de la vida: “Considera lo que realizas, imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la Cruz del Señor”, le dice el obispo en la ordenación. Y, recordando estas palabras del ritual, comenta Juan Pablo II: “El «misterio» requiere ser vivido por el presbítero” (Pastores dabo vobis, nº 24). Vivido, encarnado.
Juan Pablo II confesando-
El sacerdote, por lo tanto, representa –en sentido real– a Jesucristo Cabeza de la Iglesia. Por esta razón el presbítero diocesano participa del carisma episcopal, y es éste su carisma propio, el que define su identidad. Como el obispo, y con él, no representa ante los fieles ningún carisma particular, sino que hace presente en la Iglesia a la Cabeza, fuente de todos los carismas, principio de vida y unidad para ella. Es lo que se concreta y expresa por medio de la incardinación a una Iglesia particular: “El sacerdote diocesano (secular) –escribe Esquerda Bifet– vive estas realidades de gracia por medio de una dependencia especial –espiritual y pastoral– del propio obispo, así como por la pertenencia estable a la familia sacerdotal del Presbiterio y la dedicación esponsal a la Iglesia particular en la que se ha incardinado” (La misión al estilo de los apóstoles, p. 84).Y todo ello como camino de santidad, exigida a la vez por la misma vocación sacerdotal, participando de la solicitud misionera de la Iglesia, de la cual ha sido hecho ministro.
(fuente: www.architoledo.org)
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