26.4.11

TESTIMONIOS SOBRE JUAN PABLO II

TESTIMONIOS SOBRE EL SANTO PADRE
JUAN PABLO II
 
·        Texto del «Rogito» introducido en su ataúd
·        Juan Pablo II habla de su vocación
·        Cardenal Julián Herranz: “Juan Pablo II: un enamorado de Cristo”
·        Cardenal Juan Luis Cipriani: “El Papa nos enseñó que todos podemos ser santos”
·        Cardenal Francesco Marchisano: revela su curación después que le tocara el Papa
·        Mons. Javier Echevarría: “Ante todo un Padre”
·        Mons. Renato Boccardo: “Juan Pablo II, el apóstol de la Divina Misericordia”
·        Mons. Joaquín Alonso: “Corasón, corasón, corasón”
·        Mons. Jaime Ortega: “Un colosal esfuerzo por sacar a la historia de su inercia actual”
·        Pedro Rodríguez: “La iglesia que encontró Juan Pablo II”
·        Jutta Burggraf: “Juan Pablo II, un pontífice original”
·        Joaquín Navarro-Valls: “Sólo desde la hipocresía se puede decir que Juan Pablo II era reaccionario en lo moral”
·        Vittorio Messori: “Un pontificado inclasificable”
·        George Weigel: “El impacto de Juan Pablo II”
·        Rabino Daniel Lapin: “Elegía rabínica para el Papa”
·        “Que Juan Pablo II busque a mi hijo”
·        Alejandro Cortés Glez.-Baez: “Juan Pablo II”
·        Declaraciones de los líderes mundiales

Funeral por Juan Pablo II
Texto del «Rogito», acta en pergamino sobre
la vida del Papa introducido en su ataúd
Traducción y el original latín del texto del «Rogito», acta en pergamino que leyó el maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias, el arzobispo Piero Marini, y que tras ser firmado por todos los presentes fue introducido en el ataúd de Juan Pablo II.
Ciudad del Vaticano, viernes, 8 abril 2005 (ZENIT.org)
En la luz de Cristo resucitado de los muertos, el 2 de abril del año del Señor 2005, a las 21,37 horas, mientras concluía el sábado, y ya habíamos entrado en el día del Señor, Octava de Pascua y Domingo de las Divina Misericordia, el querido pastor de la Iglesia, Juan Pablo II, pasó de este mundo al Padre. Toda la Iglesia acompañó en oración su tránsito, especialmente los jóvenes.
 Juan Pablo II fue el papa número 264. Su memoria se queda en el corazón de la Iglesia y de toda la humanidad.
 Karol Wojtyla, elegido Papa el 16 de octubre de 1978, nació en Wadowice, ciudad a 50 kilómetros de Cracovia, el 18 de mayo de 1920 y fue bautizado dos días más tarde en la Iglesia parroquial por el sacerdote Francesco Zak.
 A los 9 años recibió la primera Comunión y a los 18 el sacramento de la Confirmación. Al interrumpir los estudios a causa del cierre de la Universidad por parte de las fuerzas de ocupación nazis, trabajó en una cantera y, después, en la fábrica química Solvay.
 A partir de 1942, sintiéndose llamado al sacerdocio, estudió en el seminario clandestino de Cracovia. El 1 de noviembre de 1946 recibió la ordenación sacerdotal de manos del cardenal Adam Sapieha. Después fue enviado a Roma, donde se licenció y doctoró en teología, con una tesis que llevaba por título «Doctrina de fide apud Sanctum Ioannem a Cruce».
 Regresó después a Polonia, donde recibió algunas tareas pastorales y enseño las sagradas disciplinas. El 4 de julio de 1958, el Papa Pío XII le nombró obispo auxiliar de Cracovia. Y Pablo VI, en 1964, le destinó a esa misma sede como arzobispo. Como tal intervino en el Concilio Vaticano II. Pablo VI le creó cardenal el 26 de junio de 1967.
 En el cónclave fue elegido Papa por los cardenales, el 16 de octubre de 1978, y tomó el nombre de Juan Pablo II. El 22 de octubre, día del Señor, comenzaba solemnemente su ministerio petrino.
 El pontificado de Juan Pablo II ha sido uno de los más largos de la Iglesia. En este período, bajo diferentes aspectos, se ha asistido a muchos cambios. Entre los cuales, la caída de algunos regímenes, a la que él mismo contribuyó. Con el objetivo de anunciar el Evangelio realizó muchos viajes a diferentes países.
 Juan Pablo II ejerció el ministerio petrino con incansable espíritu misionero, dedicando todas sus energías movido por la «sollicitudo omnium ecclesiarum» y por la caridad abierta a toda la humanidad. Más que todos sus predecesores se ha encontrado con el Pueblo de Dios y con los responsables de las naciones, en las celebraciones, en las audiencias generales y en las visitas pastorales.
 Su amor por los jóvenes le llevó a comenzar las Jornadas Mundiales de la Juventud, convocando a millones de jóvenes de varias partes del mundo.
 Ha promovido con éxito el diálogo con los judíos y con los representantes de las demás religiones, convocándoles en ocasiones en encuentros de oración por la paz, especialmente en Asís.
 Ha ampliado notablemente el Colegio de los cardenales, creando 231 (además de uno «in pectore»). Ha convocado quince asambleas del Sínodo de los Obispos, siete generales ordinarias y ocho especiales. Ha erigido numerosas diócesis y circunscripciones, en particular en el Este de Europa.
 Ha reformado los Códigos de Derecho Canónico Occidental y Oriental, ha creado nuevas instituciones y reordenado la Curia Romana.
 Como «sacerdos magnus» ha ejercido el ministerio litúrgico en la diócesis de Roma y en todo el orbe, en plena fidelidad al Concilio Vaticano II. Ha promovido de manera ejemplar la vida y la espiritualidad litúrgica y la oración contemplativa, especialmente la adoración eucarística y la oración del santo Rosario (Cf. carta apostólica «Rosarium Virginis Mariae»).
 Bajo su guía, la Iglesia se ha acercado al tercer milenio y ha celebrado el Gran Jubileo del año 2000, según las líneas indicadas con la carta apostólica «Tertio millennio adveniente». Ésta se ha asomado después a la nueva época, recibiendo sus indicaciones en la carta apostólica «Novo millennio ineunte», en la que se mostraba a los fieles el camino del tiempo futuro.
 Con el Año de la Redención, el Año Marino y el Año de la Eucaristía, ha promovido la renovación espiritual de la Iglesia. Ha dado un impulso extraordinario a las canonizaciones y beatificaciones para mostrar innumerables ejemplos de santidad de hoy, que sirvieran de aliento a los hombres de nuestro tiempo. Ha proclamado doctora de la Iglesia a santa Teresa del Niño Jesús.
 El magisterio doctrinal de Juan Pablo II es muy rico. Custodio del depósito de la fe, se entregó con sabiduría y valentía para promover la doctrina católica, la teología moral y espiritual, y a enfrentarse durante todo su pontificado a las tendencias contrarias a la genuina tradición de la Iglesia.
 Entre los documentos principales, se encuentran 14 encíclicas, 15 exhortaciones apostólicas, 11 constituciones apostólicas, 45 cartas apostólicas, además de las catequesis propuestas en las audiencias generales y de las alocuciones pronunciadas en todas las partes del mundo. Con su enseñanza, Juan Pablo II ha confirmado e iluminado al Pueblo de Dios sobre la doctrina teológica (sobre todo en las primeras tres grandes encíclicas («Redemptor hominis», «Dives in misericordia», «Dominum et vivificantem), antropológica y social (encíclicas «Laborem exercens», «Sollicitudo rei socialis», «Centesimus annus»), moral (encíclicas «Veritatis splendor», «Evangelium vitae»), ecuménica (encíclica «Ut unum sint»), misiológica (encíclica «Redemptoris missio»), mariológica (encíclica «Redemptoris Mater»).
 Ha promulgado el Catecismo de la Iglesia Católica a la luz de la Tradición, autorizadamente interpretada por el Concilio Vaticano II. Ha publicado también algunos volúmenes como doctor privado.
 Su magisterio ha culminado en la encíclica «Ecclesia de Eucharistia» y en la carta apostólica «Mane nobiscum Domine», durante el Año de la Eucaristía.
 Juan Pablo II ha dejado a todos un testimonio admirable de piedad, de vida santa y de paternidad espiritual.

 (Firmas de los testigos de las celebraciones de inhumación…)

CORPUS IOANNIS PAULI II P.M.
 VIXIT ANNOS LXXXIV, MENSES X DIES XV
 ECCLESIAE UNIVERSAE PRAEFUIT
 ANNOS XXVI MENSES V DIES XVII
 Semper in Christo vivas, Pater Sancte!
OBITUS, DEPOSITIO ET TUMULATIO
IOANNIS PAULI II SANCTAE MEMORIAE
 In lumine Christi a mortuis Resurgentis, die II mensis Aprilis anno Domini MMV, hora vicesima prima, triginta septem momentis elapsis, vesperi, cum dies sabbati ad finem vergeret atque ingressi essemus diem Domini, Octavam scilicet Paschalem necnon Dominicam Divinae Misericordiae, Ecclesiae dilectus Pastor, Ioannes Paulus II de hoc mundo ad Patrem demigravit. Eius transitum tota orans Ecclesia est comitata, Iuvenes potissimum.
 Ioannes Paulus II ducentesimus sexagesimus quartus fuit Pontifex. Eius memoria in totius Ecclesiae omniumque hominum cordibus manet.
 Carolus Wojtyla, qui die XVI Octobris anno MCMLXXVIII Summus Pontifex electus est, Wadowice, in urbe scilicet quae quinquaginta kiliometra abest a Cracovia, die XVIII mensis Maii anno MCMXX natus est atque duobus post diebus in paroeciali Templo a presbytero Francisco Zak baptizatus est.
 Novem annos natus Primam Communionem recepit atque duodevicesimum agens annum confirmatus est.
Quibus incumbebat, studiis intermissis, quia nationalis socialismi obsidentes potestates studiorum universitatem clauserant, in lapidicinis ab anno MCMXL ad annum MCMXLIV, et postea in fabrica chemica Solvay opus fecit.
 Ab anno MCMXLII, cum se ad sacerdotium vocari sentiret, seminarium clandestinum adiit Cracoviense. Die I mensis Novembris anno MCMXLVI per Cardinalis Adami Sapieha manuum impositionem sacerdotalem ordinationem Cracoviae recepit. Romam posthac missus est, ubi primum licentiam, exinde doctoratum in sacra theologia est consecutus, thesim scribens, cuius titulus Doctrina de fide apud Sanctum Ioannem a Cruce.
 Poloniam postea repetiit, ubi quaedam sustinuit officia pastoralia et quasdam disciplinas sacras docuit. Die IV mensis Iulii anno MCMLVIII a Pio XII Episcopus Auxiliaris Cracoviensis constitutus est atque eidem Sedi a Paulo VI Archiepiscopus anno MCMLXIV est destinatus. Ut Archiepiscopus Cracoviensis Concilio Oecumenico Vaticano II interfuit. Paulus VI die XXVI mensis Iunii anno MCMLXVII in Patrum Cardinalium Collegium eum rettulit.
 In Conclavi die XVI mensis Octobris anno MCMLXXVIII Summus Pontifex a Patribus Cardinalibus electus est atque ipse sibi nomen imposuit Ioannem Paulum II. Subsequenti die XXII, Dominico die, sollemniter suum Petrinum ministerium incohavit.
 Pontificatus Ioannis Pauli II unus ex longissimis in Ecclesiae historia exstitit. Hoc temporis spatio multa sunt commutata variis in provinciis. In his communistarum quarundam nationum regiminum dissolutiones annumerantur, ad quam rem multum contulit ipse Summus Pontifex. Evangelii nuntiandi causa innumera quoque itinera varias in nationes suscepit.
 Ministerium Petrinum strenuo suo missionali animo gessit, omnes impendens suas vires, cum sollicitudo omnium Ecclesiarum itemque in cunctos homines caritas eum tenerent. Magis quam antea unquam Dei Populum ac Nationum Potestates, in Celebrationibus, in generalibus peculiaribusque Audientiis atque pastoralibus Visitationibus ipse convenit.
In iuvenes dilectio eum compulit ut Dies Mundiales Iuventutis ediceret, innumeris undique gentium convocatis iuvenibus.
Dialogum cum Hebraeis multisque ceterarum religionum sectatoribus promovit atque earum asseclas nonnumquam convocavit causa pro pace precandi, Asisii potissimum.
 Cardinalium Collegium valde auxit, cum eligerentur ab eo ducenti triginta et unus cardinales (et unus in pectore). Quindecim Congressiones Synodorum Episcoporum, scilicet septem generales ordinarias et octo speciales convocavit. Complures Dioeceses ecclesiasticasque Circumscriptiones, praesertim in Europa orientali, constituit. Codicem Iuris Canonici et Codicem Canonum Ecclesiarum Orientalium reformavit Romanamque Curiam denuo composuit.
 Sicut “sacerdos magnus” in Romana Dioecesi totoque terrarum orbe sacrae liturgiae ministerium exercuit, erga Concilium Vaticanum II plena servata fidelitate. Peculiarem in modum vitam spiritalitatemque liturgicam necnon comtemplativam orationem, eucharisticam potissimum adorationem sanctique Rosarii precationem promovit (cfr Ep. ap. Rosarium Virginis Mariae).
 Summi Pontificis ductu Ecclesia tertio millennio se appropinquavit ac Magnum Iubilaeum anni bismillesimi celebravit, secundum normas ab ipso latas Litterarum apostolicarum Tertio millennio adveniente. Exinde novum aevum eadem est ingressa consilia propositaque recipiens in Litteris apostolicis Novo millennio ineunte significata, quibus futuri temporis iter fidelibus ille demonstrabat.
 Per Redemptionis Annum, Marialem Annum et Eucharistiae Annum effecit ut Ecclesia spiritaliter renovaretur. Multum dedit operae beatificationibus et canonizationibus, ut innumera sanctitatis exempla hodiernae aetatis ostenderet, quae incitamento essent qui nunc sunt hominibus. Teresiam a Iesu Infante Ecclesiae Doctorem declaravit.
 Doctrinae magisterium luculenter Ioannes Paulus II exercuit. Fidei depositi custos, prudenter animoseque ad catholicam doctrinam, theologicam, moralem spiritalemque provehendam operam navavit et ad arcenda quae verae Ecclesiae traditioni sunt adversa toto Pontificatus tempore sollicite incubuit.
 Inter praecipua documenta quattuordecim Litterae encyclicae, quindecim Adhortationes apostolicae, undecim Constitutiones apostolicae, quadraginta quinque Litterae apostolicae, praeter catecheses in generalibus Audientiis ac adlocutiones ubique terrarum habitas, annumerantur. Suam per docendi operam Ioannes Paulus II Dei Populum confirmavit eique theologicam doctrinam (tribus potissimum praecipuis Litteris encyclicis, scilicet Redemptor hominis, Dives in misericordia, Dominum et vivificantem), anthropologicam socialemque (Litteris encyclicis Laborem exercens, Sollicitudo rei socialis, Centesimus annus), moralem (Litteris encyclicis Veritatis splendor, Evangelium vitae), oecumenicam (Litteris encyclicis Ut unum sint), missiologicam (Litteris encyclicis Redemptoris missio), mariologicam (Litteris encyclicis Redemptoris Mater) tradidit.
 Catechismus Ecclesiae Catholicae, sub Revelationis lumine, quam Concilium Vaticanum II insigniter collustravit, ab eo est promulgatus. Quaedam etiam volumina uti privatus Doctor edidit.
 Eius magisterium in Litteris encyclicis Ecclesia de Eucharistia et Litteris apostolicis Mane nobiscum Domine, Eucharistiae Anno, attigit fastigium.
 Mirabiles pietatis, sanctitatis vitae universalisque paternitatis cunctis hominibus testificationes reliquit Ioannes Paulus II.
 Celebrationum tumulationisque testes
 CORPUS IOANNIS PAULI II P.M.
 VIXIT ANNOS LXXXIV MENSES X DIES XV
 ECCLESIAE UNIVERSAE PRAEFUIT
 ANNOS XXVI MENSES V DIES XVII
 Semper in Christo vivas, Pater Sancte!

Juan Pablo II habla de su vocación

A lo largo de su pontificado, Juan Pablo II se ha referido en diversas ocasiones a su vocación como sacerdote, a su designación como obispo y a su elección como Papa, a lo que sintió y pensó en esos momentos. Ofrecemos una selección de textos.
ACEPRENSA
Sacerdote
 “Después de la muerte de mi padre, ocurrida en febrero de 1941, poco a poco fui tomando conciencia de mi verdadero camino. Yo trabajaba en la fábrica y, en la medida en que lo permitía el terror de la ocupación, cultivaba mi afición a las letras y al arte dramático. Mi vocación sacerdotal tomó cuerpo en medio de todo esto, como un hecho interior de una transparencia indiscutible y absoluta. Al año siguiente, en otoño, sabía que había sido llamado. Veía claramente lo que debía abandonar y el objetivo que debía alcanzar sin volver la vista atrás. Sería sacerdote”. (“Del temor a la esperanza”, Solviga, 1993, p. 34).
 “¿Cuál es la historia de mi vocación sacerdotal? La conoce, sobre todo, Dios. En su dimensión más profunda, toda vocación sacerdotal es “un gran misterio”, es un don que supera infinitamente al hombre. Cada uno de nosotros sacerdotes lo experimenta claramente durante toda la vida. Ante la grandeza de este don sentimos cuán indignos somos de ello”. (“Don y misterio”, BAC, 1996, p. 17).
 “La vocación sacerdotal es un misterio. Es el misterio de un ‘maravilloso intercambio’ –’admirabile commercium’– entre Dios y el hombre. Este ofrece a Cristo su humanidad para que Él pueda servirse de ella como instrumento de salvación, casi haciendo de este hombre otro sí mismo. Si no se percibe el misterio de este ‘intercambio’, no se logra entender cómo puede suceder que un joven, escuchando la palabra ‘sígueme’, llegue a renunciar a todo por Cristo, en la certeza de que por este camino su personalidad humana se realizará plenamente”. (“Don y misterio”, p. 90).
 “En el intervalo de casi cincuenta años de sacerdocio lo que para mí continúa siendo lo más importante y más sagrado es la celebración de la Eucaristía. Domina en mí la conciencia de celebrar en el altar ‘in persona Christi’. Jamás a lo largo de estos años he dejado la celebración del Santísimo Sacrificio. La Santa Misa es, de forma absoluta, el centro de mi vida y de toda mi jornada”. (Discurso, 27-10-1995).
Obispo
 “Al oír las palabras del primado anunciándome la decisión de la Sede Apostólica, dije: ‘Eminencia, soy demasiado joven, acabo de cumplir los treinta y ocho años...’
 “Pero el primado replicó: ‘Esta es una imperfección de la que pronto se librará. Le ruego que no se oponga a la voluntad del Santo Padre’.
 “Entonces añadí solo una palabra: ‘Acepto’. ‘Pues vamos a comer’, concluyó el Primado (...)
 “Sucesor de los Apóstoles. (...) Yo –un ‘sucesor’– pensaba con gran humildad en los Apóstoles de Cristo y en aquella larga e ininterrumpida cadena de obispos que, mediante la imposición de las manos, habían transmitido a sus sucesores la participación en la misión apostólica”. (“¡Levantaos! ¡Vamos!”, Plaza y Janés, 2004, pp. 22 y 26).
Papa
 “Creo que no fui yo el único sorprendido aquel día por la votación del Cónclave. Pero Dios nos concede los medios para realizar aquello que nos manda y que parece humanamente imposible. Es el secreto de la vocación. Toda vocación cambia nuestros proyectos, al proponernos otro distinto, y asombra ver hasta qué extremo Dios nos ayuda interiormente, cómo nos conecta a una nueva ‘longitud de onda’, cómo nos prepara para entrar en este nuevo proyecto y hacerlo nuestro, viendo en él, simplemente, la voluntad del Padre y acatándola. A pesar de nuestra debilidad y de nuestras opiniones personales.
 “Al hablarle así, pienso en otras situaciones que he afrontado en mi experiencia pastoral, en esos enfermos incurables condenados a la silla de ruedas o clavados en la cama; personas jóvenes muchas de ellas, conscientes del proceso implacable de su enfermedad, prisioneras de su agonía durante semanas, meses, años. Lo que ellas aceptan, ¿no podría aceptarlo yo también?
 “Tal vez esta comparación le sorprenda; pero se me ocurrió el día de mi elección y, puesto que quiere usted saber cuáles fueron mis primeros pensamientos, se los digo tal y como me vinieron a la mente”. (“¡No tengáis miedo! André Frossard dialoga con Juan Pablo II”, Plaza y Janés, 1982, pp. 24-25).

En la muerte de Juan Pablo II
Juan Pablo II: un enamorado de Cristo
CARDENAL JULIÁN HERRANZ
ABC, LUNES 4/4/2005 .
Desde su primer día
Si por llevar 26 años trabajando junto a Juan Pablo II alguien me pidiese resumir toda su vida en una sola palabra –algo semejante me sucedió ya en el caso de San Josemaría Escrivá–, no dudaría en señalar esta palabra: “Enamorado”. Bien sé que sobre la riqueza y el impacto mundial de la vida y ministerio de Juan Pablo II se escribirán bibliotecas enteras. Pero la clave de la interpretación de todos sus dichos, escritos y hechos –de toda su vida– es, a mi modo de ver, una sola: su apasionado amor a Cristo. Un amor barruntado ya en los años de infancia y adolescencia en Wadowice, pero crecido con lucidez y fuerza arrolladora, en la etapa juvenil de Cracovia, también por influencia de su gran amigo Jan Tyranowski, que introdujo al joven Karol Wojtyla en el conocimiento de los místicos castellanos, especialmente de San Juan de la Cruz.
 Proclamando ese amor quiso iniciar su pontificado en la Plaza de San Pedro el 22 de octubre de 1978: “¡Abrid las puertas a Cristo... Abridlas de par en par...! ¡No tengáis miedo!”. Recuerdo bien la conmoción de todos y también el desconcierto de algún colega de la Curia Romana ante un Papa que más que hablar gritaba su amor a Cristo. Y pocos meses después escribía en su primera Encíclica, “Redemptor hominis”, que “el hombre no puede vivir sin amor”, y que es precisamente Cristo, el Amor de Dios encarnado, quien revela al hombre esa íntima realidad de su existencia y de su destino eterno: “Es Cristo redentor quien revela plenamente al hombre el hombre mismo”.
Lo demás, una consecuencia
En estos días he respondido a diversos periodistas que se suele hablar de los muchos récords batidos por el Papa (centenares de viajes apostólicos, encuentros con millones de fieles, documentos doctrinales y disciplinares publicados, etc., etc.), pero nadie habla de otro récord que en mi opinión es precisamente el que ha hecho posible todos los demás: el récord de horas diarias pasadas ante el sagrario. Es ese trato contemplativo con el Amor lo que ha dado a Juan Pablo II el impulso de evangelizador para ir a anunciar a Cristo en todos los areópagos del mundo: desde la Asamblea General de las Naciones Unidas hasta los poblados aborígenes de Australia, pasando por el mismo Areópago de Atenas.
 El sábado 3 de mayo de 2003, cuando el Airbus 321 de “Alitalia” que llevaba a Juan Pablo II a España volaba sobre el Mediterráneo, los eclesiásticos del séquito pasamos uno a uno a saludar brevemente al Papa. Desde la ventanilla se veían ya las costas del Levante entre los F-18 de escolta que habían salido a nuestro encuentro. Me limité a decir al Papa que agradecía a Dios la posibilidad de acompañarlo a la tierra de San Juan de la Cruz y Santa Teresa. Juan Pablo II me apretó fuertemente la mano y sonrió, haciendo visible esfuerzo para vencer la rigidez parkinsoniana de sus músculos faciales. Después dijo, y me parece justo recordarlo para los lectores españoles: “Todo viaje a España es para mí una gran alegría”.
Como los místicos
He recordado también otras veces las tres razones principales declaradas –también en conversaciones privadas– del profundo afecto de Juan Pablo II a España: la razón histórica de haber sido la tierra donde prendió la semilla del Evangelio ya desde los tiempos apostólicos; la razón cultural de un pueblo donde esas hondas raíces cristianas han inspirado obras literarias y artísticas, ordenamientos jurídicos e instituciones universitarias universalmente famosos; y la razón evangelizadora de los innumerables misioneros que salieron de España para iluminar y fecundar con la Buena Nueva de Cristo otros muchos pueblos y culturas.
 Ahora, en estos conmovedores momentos del tránsito de Juan Pablo II a la vida eterna, al encuentro definitivo con el Amor, quisiera evocar una reveladora declaración que él hizo en Alba de Tormes, hablando de Santa Teresa de Ávila: “Ella, con San Juan de la Cruz, ha sido para mí maestra, inspiración y guía por los caminos del espíritu. En ella encontré siempre estímulo para alimentar y mantener mi libertad interior para Dios y para la causa de la dignidad del hombre”.
 Ella, que también vivió y murió locamente enamorada de Cristo.

Entrevista con el cardenal Juan Luis Cipriani.

“El Papa nos enseñó que todos podemos ser santos”

“El Espíritu Santo ayudará a la Iglesia hasta el final de los siglos”
Javier Martínez-Brocal
14/04/2005, La Gaceta de los negocios, Roma.
Hicimos esta entrevista al cardenal Cipriani hace 15 días. El fin de semana pasado, la congregación de cardenales pidió a la prensa la cortesía de no solicitar entrevistas a los purpurados. Algo que en Roma se respeta escrupulosamente.
 Juan Luis Cipriani, arzobispo de Lima, es probablemente el único cardenal de la historia que ha participado en competiciones internacionales de baloncesto, en su caso con la selección nacional de Perú. Es también el primer cardenal del Opus Dei. Llegó a ser muy conocido por su papel de mediador en la crisis de los rehenes de la residencia del embajador de Japón en Lima, en diciembre de 1996. Sus primeros recuerdos sobre Juan Pablo II.
 ¿Qué rasgo del carácter destacaría en el Papa?
 Ha resuelto de una manera maravillosa la aparente contradicción entre oración y acción. Con Juan Pablo II he aprendido que la oración no lo aleja del mundo, sino que lo acerca mucho a la gente. Ha sido un hombre de profunda oración... Creo que esta lección es una maravilla para el mundo de hoy y para muchos siglos.
 Póngame un ejemplo.
 En una ocasión, yo le estaba relatando los problemas que tenía en la diócesis de Ayacucho: terrorismo, violencia, falta de clero… Y él iba diciendo: oración, oración, oración... Yo pasaba a otro tema, y él respondía “oración”. Al final le pedí que hiciéramos un resumen, y me respondió “más oración”. Eso me convirtió a ese convencimiento de que el Papa que viaja, que escribe, que es tan cercano a todas las culturas, es un hombre que desde la mirada de Cristo, desde la oración, ha sido tal vez el hombre de más acción y liderazgo del mundo.
 ¿Cuáles cree que son los desafíos actuales de la Iglesia católica?
 En primer lugar, dar a conocer la verdad. Hay que desenmascarar el sentido del pecado para que podamos ir al fondo de los hechos. La pobreza no es la causa de la violencia y no es un problema estructural como dicen los sistemas políticos. Tiene en su raíz un profundo pecado: egoísmo, mentira, injusticia. La teología de la liberación ha predicado lo contrario durante muchos años: que la pobreza es una estructura que se genera de manera automática por el hecho de que los más ricos someten a los pobres. Con esa teología, que es más una ideología, no vamos a ningún lado. Otro desafío, un diálogo con el Norte, con los países más desarrollados, en el que se invoque con más fuerza la solidaridad.
 ¿Cree que el Papa puede tener un sucesor latinoamericano?
 Es una especulación inútil. El Espíritu Santo ayudará a la Iglesia hasta el final de los siglos. Lo que tenemos que ver es qué es lo que la Iglesia necesita en estos momentos y quién lo puede hacer mejor, y luego dejar actuar al Espíritu Santo. Introducir variables de tipo sociológico, geográfico, porcentajes de población católica, me parece que es completamente ajeno a los planes de Dios sobre el futuro del Papa.
 ¿Cómo dirige el cónclave el Espíritu Santo?
 Habla al interior de quien hace oración. Hace falta el silencio, meditación, el esfuerzo por limpiar el alma. Cuando el Espíritu Santo habla, crea pensamiento. Donde uno pensaba Pedro, sale Pablo. Es real que si escuchamos al Espíritu Santo tenemos fe y vida de oración. Evidentemente, el Espíritu Santo habla a seres libres e inteligentes, pero por sus frutos los conoceréis.
 Algunos temas que afrontará el próximo cónclave. Por ejemplo, el celibato. ¿Piensa que pueden existir formas nuevas de ejercer el sacerdocio?
 Una correcta antropología demuestra que no. Por lo menos, yo no veo ninguna alternativa. Porque el celibato es realmente un matrimonio con la Iglesia, es el compromiso de todo el corazón y de toda la vida. Y ese matrimonio tiene unos hijos que son los fieles: esa exclusión de un amor terreno es una inclusión de un amor terreno. No hay necesidad de complementariedad, como si hubiera un desequilibrio. Quienes dicen lo contrario no conocen el amor o no conocen la virtud.
 Ahí no hay cambios.
 Por unos cuantos problemas no se puede dejar de lado algo tan grande como es el amor y la entrega a Dios, y de esa manera la entrega a los demás. Pienso yo que la Iglesia está muy bien, y seguirá caminando muy bien así. Lo que sería bueno es un testimonio más pleno de un celibato alegre, entusiasmante, apostólico.
 Sin duda en el cónclave también se debatirá sobre el gobierno colegial.
 Tenemos que distinguir. A veces hay una tendencia a que las mayorías decidan aspectos doctrinales. Eso no es aceptable. La Iglesia no es una democracia y cuenta con el Vicario de Cristo. Más bien, el principio que se emplea es un principio de comunión. Pienso que las conferencias episcopales deben ser lo que está establecido tanto en el código como en su propia norma jurídica: un lugar donde hay una expresión de afecto colegial y una coordinación.
 ¿Y qué debe ser continuado de la labor de este Papa?
 En primer lugar, la llamada universal a la santidad, mencionada en la Novo Millennio Ineunte. Casi todos los católicos son laicos, gente que está en la calle, deportistas, hombres de ciencia, empleados, políticos, economistas. Todos están llamados a la santidad, todos podemos ser santos, así lo dice la Christi fideles laici. Eso está por desarrollarse y es una fuerza muy grande para que la Iglesia no se reduzca a la idea de la jerarquía.
 Más cosas que deben continuarse.
 Veo yo que hay que relanzar el tema de los sacerdotes y seminarios. Las vocaciones crecen a un ritmo quizá demasiado lento. Creo que hace falta una promoción de ejemplos vivos, de sacerdotes, de obispos y diría yo, también de cardenales.

En el segundo día de misas de sufragio por Juan Pablo II tras las exequias

El cardenal Marchisano revela su curación

después de que le tocara el Papa

CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 10 abril 2005 (ZENIT.org).
 En la misa celebrada en sufragio del Papa al día siguiente de sus exequias, el cardenal Francesco Marchisano, reveló que quedó curado de un grave problema en la garganta después de que Juan Pablo II rezara por él y la tocara.
 El purpurado italiano, arcipreste de la Basílica de San Pedro del Vaticano, amigo personal de Karol Wojtyla desde 1962, reveló este detalle hasta ahora desconocido en la eucaristía que concelebró en ese mismo templo junto al arzobispo Stanislaw Dziwisz, secretario personal del Papa.
 En el segundo día de los «novendiali», los nueve días de misas en sufragio por el Papa, tras sus exequias, el cardenal recordó que hace cinco años «me habían operado de la carótida y por un error de los médicos se paralizó la cuerda vocal derecha, obligándome a hablar casi imperceptiblemente».
 «Como un padre me salió al encuentro y comenzó a acariciarme durante dos o tres minutos donde me habían operado», añadió con lágrimas en los ojos.
 «Yo me quedé sin palabras –reconoció–. Mientras, me decía: “No tenga miedo, verá, vera… El Señor le devolverá la voz. Verá. Yo rezaré por usted. Verá…”».
 «Poco después quedé curado», recordó monseñor Marchisano, quien en la homilía afirmó: «demos gracias también al Señor por haber dado a su Iglesia un Papa como éste, y pidamos al Señor la gracia de querer dar a su Iglesia otros Papas que sigan este camino».

En la muerte de Juan Pablo II
Ante todo, un Padre
MONS. JAVIER ECHEVARRÍA, PRELADO DEL OPUS DEI
LA NACIÓN (ARGENTINA), MARTES 5/4/2005 .

Juan Pablo II nos ha hablado de muchas maneras. Con encíclicas, homilías, discursos, cartas y libros. De palabra, por escrito, con imágenes. Ha empleado también el lenguaje de los símbolos, con gestos elocuentes, cargados de sentido. Todas esas acciones brotaban del fondo de un alma íntimamente unida a Jesucristo y por eso llevaban consigo la fuerza comunicativa de la Palabra de Dios.
Estos pensamientos venían a mi cabeza con vigor repetitivo en la noche del sábado 2 de abril. Me parecía que toda la jornada era un sucederse de signos de penetrante elocuencia. Por la mañana nos llegaron las palabras entrecortadas que dirigía a los jóvenes, su último mensaje: “Os he buscado, ahora venís junto a mí y os doy las gracias”. Como se dijo en algunos de los programas de televisión en Italia, el 2 de abril ha sido una improvisada e imprevista “jornada mundial de la juventud”. Ya por la noche, 100.000 personas rezaban a la Virgen por el Papa, mientras expiraba. La Virgen acogía benévolamente la oración de los hijos por su padre. “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte”. Parece que Juan Pablo II falleció al terminar las oraciones de la Plaza, y que el “Amén” fue su palabra de adiós. Antes, a las ocho, Mons. Estanislao Dziwisz celebró la Santa Misa del Domingo de la Misericordia. ¿Hay alguna palabra más consoladora que podamos pronunciar junto al lecho de muerte de una persona amada? La Misericordia de Dios Padre, que siempre te ha acompañado, te espera en el Cielo, morada definitiva del Amor.
Ante mis ojos, la jornada del 2 de abril aparecía densa de simbolismo, coincidencias imposibles de prever, imposibles de organizar. Sólo la Providencia de Dios, rico en misericordia, puede reunir la oración de miles de hijos por su padre, ante la Virgen María, en vísperas de la fiesta universal de la Misericordia.
Todas esas circunstancias nos interpelan, no sólo con el lenguaje de las palabras, tampoco con la expresividad de las emociones, sino con la belleza de los símbolos, que imprimen una huella indeleble en el alma.
La liturgia que se celebrará en las exequias de Juan Pablo II trae a nuestros labios una hermosa oración, en el prefacio de la misa de difuntos, que nos confirma en “la esperanza de nuestra feliz resurrección”. ¡Con qué claridad siente ahora la Iglesia que, “aunque la certeza de morir nos entristece, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad”! ¡Qué natural nos resulta imaginarnos al Papa en la presencia de la Trinidad Santísima, vivo ya para siempre, porque sabemos que “la vida de los que en Ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo”!
Juan Pablo II se ha caracterizado por sus muchas cualidades y facetas, y no faltarán en estas horas quienes enaltezcan su papel en la historia de la Iglesia y de la humanidad, sus virtudes humanas y sobrenaturales, sus talentos. Para mí —como para innumerables hombres y mujeres en todo el mundo—, el Papa ha sido, antes que nada, un padre. En su persona hemos experimentado de modo muy intenso que la Iglesia está unida por los lazos de comunión propios de una familia; que el Papa es un padre para los católicos de los más diversos países, que es principio y fundamento de unidad en la Iglesia, fuente de fraternidad entre todos los hombres, promotor de la paz.
Me atrevería a decir que Juan Pablo II ha representado de modo excelso el papel principal de su vida, el papel de padre, la función de vicario de Cristo. Imagen, con toda su personalidad; y símbolo vivo entre nosotros. Ojalá sepamos entender y secundar todo lo que Dios nos pide, de modo tan claro y cercano, y acertemos a hacer de la Iglesia, como Juan Pablo II nos ha reclamado, “casa y escuela de la comunión”.
Se acumulan hoy los motivos de agradecimiento. A Dios por el don de este Papa. A Juan Pablo II por su fidelidad fuerte y dulce; a tantas personas —eminentes o desconocidas— que han sido sus colaboradores en estos casi ventisiete años; especialmente a quienes le han cuidado con amor filial hasta el último momento: a Mons. Dziwisz —don Estanislao—, fiel asistente de toda una vida; a esas religiosas cuyos nombres no aparecen en los periódicos; a Polonia, que ha regalado a la Iglesia este hijo ilustre; a los médicos; a los periodistas que nos están contando, con emoción compartida, estos momentos difíciles y únicos... No hay espacio aquí para una lista, pero es de justicia expresar al menos de modo genérico la gratitud de los hijos de la Iglesia hacia aquellas personas que han estado siempre cerca y han servido fielmente a este siervo bueno y leal que el Señor ha recibido con un abrazo en el Cielo.
Juan Pablo II ha repetido con frecuencia, también cuando le pedían que no se gastara tanto físicamente, estas palabras: “después de un Papa viene otro”. Pienso que esa expresión manifestaba su conciencia de estar de paso en este mundo, como todos, pero también su certeza de no haber sido puesto por el Espíritu Santo en la sede de Pedro para ser aclamado como hombre, sino para esforzarse en que los hombres aclamen a Dios.
En estos días los católicos rezamos ya por el próximo Papa, sea quien sea. Ya le queremos con toda el alma, aun antes de conocerlo. Y rogamos a nuestro queridísimo Juan Pablo II que interceda ante Dios por su sucesor. Me vienen a la memoria unas palabras de san Josemaría Escrivá de Balaguer: “Para tantos momentos de la historia, me parecía una consideración muy acertada aquella que me escribías sobre la lealtad: llevo todo el día en el corazón, en la cabeza y en los labios una jaculatoria: ¡Roma!”. Un nombre de ciudad, una oración, un lazo de unión para todos los católicos, para todos los hombres de buena voluntad.

MONS. RENATO BOCCARDO
Juan Pablo II, el apóstol de la Divina Misericordia
Juan Pablo II falleció al concluir la misa del Domingo de la Divina Misericordia, la fiesta que él mismo había instituido cinco años antes para que el mundo comprendiera mejor la grandeza del perdón de Dios.
El obispo Renato Boccardo, recientemente nombrado secretario general del Estado de la Ciudad del Vaticano, quien dirigió la oración de los fieles congregados en la Plaza de San Pedro tras el anuncio de la muerte del Santo Padre, considera que este Papa ha sido «el apóstol de la Misericordia».
El prelado italiano dedicará precisamente a este tema su intervención en un retiro sin precedentes para sacerdotes de todo el mundo ( http://www.missionariesofmercy.org) que celebrará en Cracovia, del 20 al 24 de julio para descubrir la actualidad e importancia de la Divina Misericordia.
En esta entrevista monseñor Boccardo, hasta hace poco secretario del Consejo Pontificio para las comunicaciones Sociales, ilustra la trascendencia del mensaje transmitido por Cristo a la humanidad a través de la religiosa y mística polaca sor Faustina Kowalska (1905-1938).
Ciudad del Vaticano, domingo, 3 abril 2005 (ZENIT.org).
 Usted hablará a sacerdotes de todo el mundo, en Cracovia, de Juan Pablo II como apóstol de la Misericordia. ¿Qué les dirá?
 Creo que en estos casi 27 años de pontificado el Papa ha sido apóstol de la misericordia de dos maneras. Ante todo con su enseñanza, en particular, con su encíclica «Dives in misericordia». Pero también con sus gestos. Hay gestos que han quedado en la memoria, en la conciencia de la Iglesia, más allá de sus palabras.
 Pienso al perdón ofrecido a quien atentó contra su vida y la visita que le hizo en la cárcel. Pienso en la cercanía que en varias ocasiones manifestó a todos los que de manera particular tenían necesidad de la Divina Misericordia: el encuentro del Papa con los enfermos de sida o, en general, con las personas ancianas abandonadas. Pienso en el Papa que el Viernes Santo, en la Basílica de San Pedro del Vaticano, acogía en años pasados a los peregrinos para dispensar el sacramento de la Reconciliación, medio altísimo de la Misericordia de Dios.
 Me parece que el Papa Juan Pablo II unió las palabras y los gestos de la misericordia. Una misericordia que se manifestaba también a través de una caricia, de la escucha, a través de su mirada intensa hacia las personas que sufren.
 Pienso en otro ejemplo de misericordia, el de la petición de perdón durante el Gran Jubileo del año 2000. Con su persona y enseñanza, el Papa ha recordado a la Iglesia esta dimensión fundamental de la vida cristiana.
Juan Pablo II afirmaba que «la Misericordia es la única esperanza para el mundo». ¿Por qué daba una importancia tan grande a la Divina Misericordia para el futuro del mundo?
 Nuestro mundo moderno o posmoderno parece querer experimentar todas las posibilidades para mejorar su vida, para promover el progreso, la ciencia, la técnica, y sin embargo sigue experimentando una gran pobreza.
 Recordemos las palabras del Evangelio: ¿de qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si después pierde su alma? Nuestro mundo tan moderno, tan rico de ciencia, de técnica y de descubrimientos, al final no es capaz de dar un sentido a la propia existencia. Se encuentra dividido en su interior, movido por el odio, por la guerra y la muerte, y tiene que volver a encontrar la fuerza y las razones para poder vivir y esperar.
 Y los cristianos creemos y afirmamos que estas razones y esta fuerza sólo se encuentran en el corazón de Dios. Por tanto, el mundo posmoderno que experimenta su propia pobreza tiene necesidad más que nunca de un anuncio de gracia y de misericordia que procede del exterior, pues en su interior este mundo no encuentra respuesta a sus preguntas. Al acoger un misterio más grande se comprende gratuitamente –con la misericordia– que el mundo puede encontrar el sentido a sus afanes.
¿Qué impacto ha tenido la fiesta de la Divina Misericordia en la vida de la Iglesia?
 Ante todo, creo que la fiesta de la Divina Misericordia es un don que Juan Pablo II hizo a la Iglesia. Un don que responde probablemente también a una expectativa de nuestro mundo, que experimenta más que nunca esta necesidad de misericordia y de bondad.
 Y sabemos que el manantial de la misericordia y de la bondad está en el corazón de Dios. Es importante que la Iglesia se convierta cada vez más, como ha repetido con frecuencia el Papa, en ministra de esta misericordia y de esta bondad de Dios.
 Dedicar una jornada a la celebración y proclamación de la Misericordia de Dios, que a través del sacrificio de Cristo llega a todos los hombres, se convierte en una obra de evangelización. Por tanto, como decía, es un don precioso para la Iglesia universal y a través de la Iglesia a toda la humanidad.
¿Por qué dos cardenales (Christoph Schönborn y Philippe Barbarin) y dos obispos (Albert-Mariede Monleon e Renato Boccardo) han decidido proponer un retiro para los sacerdotes del mundo?
 Yo estaba junto al Papa en la celebración de la dedicación del santuario de Lagiewniki (Cracovia). Y me impresionó lo que dijo el Papa durante la celebración: «Quién podía pensar que aquel joven con zuecos en los pies, que al regresar del trabajo, todas las tardes se detenía aquí, ante la capilla, para rezar a la Divina Misericordia, regresaría un día como Papa para consagrar este santuario». Es decir, la Divina Providencia escribe una historia misteriosa en la vida de los hombres. Momentos muy intensos y de gran emoción.
 Sabemos que de aquel lugar, de aquel santuario, se irradió por todo el mundo la devoción a la Divina Misericordia. Una riqueza de gracia y de bendición. Por tanto, espero y creo que también este retiro internacional será una efusión de gracia, de bendición para quien participe y a través de ellos para la Iglesia.

CARDENAL JAIME ORTEGA ALAMINO
«Un colosal esfuerzo por sacar a la
historia de su inercia actual»
El cardenal de La Habana analiza el impacto de este pontificado
El cardenal Jaime Ortega Alamino, arzobispo de La Habana, ha hecho un balance de los veinticinco años de este pontificado definiéndolo como un colosal esfuerzo por sacar a la historia de su inercia actual.
El purpurado cubano, en esta entrevista concedida a Radio-Televisión España, analiza al mismo tiempo las repercusiones que tuvo la visita de Juan Pablo II a Cuba. 18 noviembre 2003, La Habana, Cuba (ZENIT.org).-

–Eminencia, ¿pudiera usted hacer un balance del papado de Juan Pablo II?
–Cardenal Jaime Ortega: No es posible en pocos minutos referirse al extraordinario Pontificado de Juan Pablo II, el Papa más conocido de la historia, el más visto, el que ha recorrido el mundo en más de cien viajes a distintos países, cuyos mensajes, encíclicas, homilías y discursos llenan decenas y decenas de libros; un Papa de pensamiento preclaro, de corazón grande, hombre de oración que despliega al mismo tiempo actividad incansable, venciendo los obstáculos de la enfermedad, del dolor físico y de las penas que causan en su corazón de Padre universal los males que aquejan a hombres y mujeres de hoy.
El Papa Juan Pablo II pasará a la historia como un luchador, como un testigo firme y valiente de Jesucristo en medio de un mundo que ha ido transitando durante el tiempo de su fecunda vida, de las falsas seguridades suministradas por las ideologías a la frustración y la sospecha del largo periodo de guerra fría que ha dejado en las nuevas generaciones una calculada indiferencia.
Juan Pablo II no ha cesado de anunciar al mundo el Evangelio de Jesucristo para derribar precisamente el muro de indiferencia ante el hambre y la desnutrición de tantos seres humanos, ante la acción devastadora de la pobreza, de la sequía, del SIDA, especialmente en África, para despertar las conciencias de los satisfechos de la tierra a una solidaridad con los desposeídos de vastas regiones del planeta. Los Papas siempre han hablado a escala planetaria, pero Juan Pablo II lo ha hecho a un mundo en trance de globalización, intercomunicado técnicamente, pero falto de comunicación vital, humana, solidaria.
El Pontificado de Juan Pablo II es un colosal esfuerzo por sacar a la historia de su inercia actual.
–¿Qué ha aportado el Papa Juan Pablo II a la Doctrina Social de la Iglesia?
–Cardenal Jaime Ortega: Comencemos por decir que ha sido publicado un Diccionario de Doctrina Social de Juan Pablo II; porque no sólo en sus grandes encíclicas como Centesimus annus o Sollicitudo Rei Socialis, sino en múltiples discursos, homilías y diversas intervenciones del Papa hay abundantes referencias a distintos aspectos de la Doctrina Social de la Iglesia.
El mundo se habituó a escuchar un lenguaje sobre el hombre y la sociedad que habla de derechos individuales, de libertad y democracia con poca o ninguna referencia a la justa distribución de la riqueza o a la atención social de los ciudadanos. De otro lado, se pone un fuerte acento en repartir los bienes de la tierra y procurar una justicia social amplia, pero se silencian o quedan preteridos los derechos individuales de la persona humana y el estado se torna autoritario para cumplir su programa social. La Doctrina Social de la Iglesia es integradora y su proyección puede resumirse en unas pocas palabras del Papa Juan Pablo II en su homilía del 25 de enero de 1998 en la Plaza de la Revolución en La Habana: «Para muchos de los sistemas políticos y económicos hoy vigentes el mayor desafío sigue siendo el conjugar libertad y justicia social, libertad y solidaridad, sin que ninguna quede relegada a un plano inferior. En este sentido, la Doctrina Social de la Iglesia es un esfuerzo de reflexión y una propuesta que trata de iluminar y conciliar las relaciones entre los derechos inalienables de cada hombre y las exigencias sociales, de modo que la persona alcance sus aspiraciones más profundas y su realización integral...».
¿Cuál ha sido su papel en los procesos históricos de la posguerra fría?
–Cardenal Jaime Ortega: Terminada la guerra fría el mundo tiende a estancarse. Alguno llegó a hablar del fin de la historia. El Papa Juan Pablo II ha tratado de dinamizar el tiempo del final de un milenio y del comienzo del otro por medio de las energías latentes en el Evangelio. A los cristianos los llama a una nueva evangelización del mundo y a todos los pueblos los invita a abrir sus puertas a Jesucristo. En los procesos históricos de la posguerra fría en Europa oriental, en Cuba o en cualquier parte del mundo el Papa no ha cesado de proponer el diálogo como camino para la solución de conflictos, incluso cuando este exige la reconciliación y el perdón. Y ante los grandes desafíos económicos que repercuten en la vida social de los pueblos, el Papa recomienda la solidaridad que tenga en cuenta al más débil.
¿Cuál es su valoración de la visita del Papa Juan Pablo II a Cuba?
–Cardenal Jaime Ortega: Ha sido una de las visitas más esperadas por el Papa y por el mundo, y una de las más seguidas por los medios de comunicación. Enfocada políticamente por muchos, fue percibida por algunos como el encuentro entre Juan Pablo II y Fidel Castro, por otros como la presencia en un país de la antigua órbita comunista, del más destacado representante de los valores de la fe cristiana. Expectativas políticas se suscitaron así entre los observadores.
Para los católicos en Cuba se trataba de una visita pastoral largamente esperada por el Papa y por nosotros, un encuentro del Pastor universal con la parte del rebaño que vive en Cuba, y así vino el Papa, confirmó a los obispos en su misión, encontró a las familias y a los jóvenes, a los enfermos y al mundo de la cultura y dejó una estela de luz y de esperanza en los católicos cubanos y en nuestro pueblo en general, de modo que la Iglesia recibió un impulso nuevo y perdurable en su misión. Como nuestras expectativas eran éstas fueron colmadas con creces. Las expectativas de tipo político, por no estar bien fundadas, quedaron frustradas.
¿Qué problemas dejará pendientes el Papa Juan Pablo II en la Iglesia para su sucesor?
–Cardenal Jaime Ortega: Cada época tendrá sus problemas y lo que hoy se percibe como tal queda mañana modificado por circunstancias diversas. El próximo Papa tendrá también la gracia de Dios para enfrentar los problemas que encuentre o que se han de generar lógicamente después; pero éstos no pueden describirse hoy, pues cada problema depende del tiempo en que se gesta y en que desaparece.
Juan Pablo II ha sido el Papa más visible. Ha ampliado las fronteras de la Iglesia hasta los confines del mundo. Pero su doctrina moral ha sido contestada o ignorada en Occidente. ¿Se encamina la Iglesia Católica hacia una Iglesia exigente en lo moral y por lo tanto de minorías?
–Cardenal Jaime Ortega: No olvidemos que la doctrina moral del Papa incluye ante todo el servicio del amor al prójimo, la lucha contra el egoísmo personal o de grupo y el llamado continuo a la solidaridad. También en estos aspectos es desafiante la moral cristiana. No reduzcamos la moral a su aspectos sexuales, a la relación matrimonial.
Nuestro mundo no es malvado, no rechaza algunas doctrinas morales porque haya hecho una opción por el mal o la corrupción, es más bien un mundo frágil, el hombre o la mujer de hoy se hayan inmersos en una realidad sensorial múltiple que lo solicita. Ante interpretaciones estadísticas y sicológicas de lo correcto o de lo aceptable se pierde el sentido de lo verdadero. Estamos ante un ser humano aparentemente muy informado, pero poco formado. Ante esta crisis no se debe callar. Se debe proponer una y otra vez la verdad aunque pocos parezcan aceptarla, aunque rechacen más o menos las exigencias que ellas conllevan.
Siempre han sido pocos los que acogen plenamente el mensajes de Jesús y sus exigencias en la vida social, política, familiar y personal.
La Iglesia ha actuado siempre como el hombre que lanza la piedra en aguas estancadas y produce un movimientos de círculos concéntricos que se desplazan de un punto focal hasta la periferia. Los pequeños círculos cercanos al lugar del impacto lo reciben más plenamente, pero hay un influjo que llega hasta el borde. Esto lo sabe el Papa, él actúa así y la Iglesia seguirá actuando de este modo. Es el estilo de las parábolas de Jesús: el grano de mostaza que produce un gran arbusto, el puñado de levadura que fermenta la masa. El mensaje de Jesús es siempre de impacto en minorías y de influjo universal.
Wojtyla ha cambiado la figura del Papa, ¿Qué cualidades debe tener su sucesor?
–Cardenal Jaime Ortega: Las propias de su personalidad sacerdotal, de su espiritualidad, de su modo de ser pastor. Nadie podrá imitar al Papa Juan Pablo II y nadie lo pretenderá. Parecía insustituible el papado brillante de Pío XII, y Juan XXIII le dio un sello propio de sencillez y de ternura a su Pontificado. Muy distinto será a Juan Pablo II su sucesor, pero estoy seguro que siempre será el hombre que Dios querrá para ese momento de la historia de la Iglesia y de la humanidad.

MONS. JOAQUÍN ALONSO
Corasón, corasón, corasón
El cachondo de Dan Brown, poco escrupuloso de las precisiones geográficas, sitúa la sede central del Opus Dei en Lexington Avenue, que es algo así como transplantar el Pentágono a la comisaría de la calle Leganitos; también adereza sus intrigas con ‘monjes’ de la Obra, confundiéndola quizá, en pleno delirium tremens, con la orden benedictina.
Juan Manuel de Prada
ABC, 14.04.05
Consideraciones del cronista un tanto desconcertado
Pero la pobre gente alienada se traga estas mentecateces y se queda tan pancha, convencida además de haber accedido a una forma de conocimiento superior. Decididamente, Chesterton tenía razón: se empieza dejando de creer en Dios y se acaba creyendo en cualquier cosa, incluidas las paparruchas seudoesotéricas y la morralla que injuria las imprentas. Hace una mañana exacta como un verso del Dante, la primera después de tantas mañanas sin más rima que la establecida por la lluvia. Cerca del hotel donde me hospedo, en Via Bruno Buozzi 73, se halla la verdadera sede del Opus, conocida como Villa Tevere, un edificio menos suntuoso de lo que mi imaginación, tan calenturienta, había presagiado. Me he citado aquí con monseñor Joaquín Alonso, un sacerdote que contribuyó a engrasar el español de Juan Pablo el Grande en los albores de su Papado. Monseñor Alonso, secretario del Prelado Javier Echevarría, como anteriormente lo fuera de Álvaro del Portillo, es un septuagenario enjuto y todavía ágil que no ha logrado desprenderse, pese al medio siglo de éxodo romano, de su acento sevillano; habla con una celeridad que hace inútiles los esfuerzos de este cronista por transcribir sus palabras, en una ventolera de frases que brincan como saltamontes de uno a otro asunto y se encaraman en el trampolín ameno de la divagación, omitiendo aquí y allá algún sujeto o predicado, hasta convertir su monólogo en un delicioso mogollón. Monseñor Alonso viste una sotana que adelgaza aún más su figura; es un hombre inquieto, vivaz, que no deja de remejerse en el sillón orejero que ocupa durante la entrevista, seguramente porque preferiría estar de pie, bailando al ritmo de su sintaxis premiosa.
Cuando el Papa aprendía español
“Conocí al Cardenal Wojtila en un curso de conferencias que organicé en la Residencia Universitaria Internacional. Era un hombre vigoroso, de una simpatía contagiosa y una fe firme como una roca. Me permití solicitarle una entrevista sobre el sacerdocio. Él por entonces hablaba un italiano todavía defectuoso comiéndose los artículos; me prometió que contestaría mis preguntas por escrito y en polaco. Cumplió su promesa: en el texto manuscrito que me envió al cabo de varias semanas, figuraba en el encabezamiento de cada página una frase alusiva a la Virgen, o un versículo inspirador: su pensamiento iba siempre unido a la oración”, rememora don Joaquín. Me ha tendido unos folios en los que rastreo la caligrafía espaciosa y decidida de Wojtila; algunas tachaduras ratifican, aquí y allá, el hilo del discurso. “Para los años 77 y 78, las comidas del cardenal Wojtila con monseñor Álvaro del Portillo y conmigo mismo eran ya relativamente frecuentes. Luego, cuando lo nombraron Papa, me eligió, junto a Monseñor Abril, actual nuncio en Eslovenia, para recuperar su español, que había aprendido leyendo a los místicos, durante sus estudios doctorales en el Angelicum. Era un superdotado para los idiomas; no tenía miedo de equivocarse, diría incluso que aprendía equivocándose. Yo le advertía: ‘Como buen sevillano, seseo; tenga en cuenta Su Santidad que, aunque yo pronuncie corasón y saserdote, lo correcto es decir corazón y sacerdote’. Pero él gustaba de repetir: corasón, corasón, corasón”.
El buen humor de Juan Pablo II
Y el Papa perseveraría en el seseo, incluso durante la lectura de sus discursos, cada vez que viajaba a un país de lengua española. “Mientras preparábamos su viaje a la Conferencia con el Episcopado Sudamericano que se celebró en Puebla, en enero de 1979, me propuso don Álvaro que le regalase una casete con canciones populares mejicanas, La Morenita, Chapala y tantas otras; cuando fuimos a visitarlo al Gemelli un par de años después, mientras se recuperaba de la infección que le volvió a postrar en cama tras el atentado de Alí Agca, descubrí con emoción que entretenía la convalecencia escuchándolas”. Monseñor Alonso, entre el barullo de recuerdos que van y vienen, rescata el sentido del humor que galardonaba al Pontífice: “En cierta ocasión, al entrar en sus aposentos, reparó en mi calvicie. ‘Don Alonso –me dijo con ironía– ¿ha reparado usted en que se está quedando sin pelo? Vamos a darle la bendición, a ver si vuelve a crecer’. Y, desde ese día, antes de comenzar las clases, me besaba la calva. Pero ya lo ve... –don Joaquín suspira y se pasa la mano por el cráneo desguarnecido–: Ni los besos papales obraron el milagro”.
El cardenal Deskur, como un hermano
Alegrías y tristezas
 Las anécdotas fluyen por los labios de Monseñor Alonso como ráfagas de ametralladora: “Don Álvaro del Portillo me pidió que le llevara al Papa un vídeo divulgativo sobre la Obra. Unos días después, lo sorprendí partiéndose de risa mientras lo contemplaba: en la pantalla del televisor, transcurría una entrevista con un matrimonio keniata; mientras la mujer hablaba y hablaba sin descanso, el marido asentía medroso y reverencial a sus palabras, mudo como una estatua. Su Santidad comía todos los domingos con el cardenal Deskur, al que quería como a un hermano; Deskur había sufrido un ictus cerebral, pero la adversidad no había disminuido su talante jocoso. Al Papa le encantaba que el cardenal Deskur le contase los chistes que circulaban por el Vaticano, chistes que solían elegirlo invariablemente como protagonista y que él acogía con carcajadas de regocijo –una sonrisa merodea los labios de Monseñor Alonso, súbitamente como una liebre–. Pero por pudor los omitiré”.
Chistes en la Santa Sede
Este cronista, algo menos púdico que monseñor Alonso, se atreve por el contrario a confiarles uno de esos chistes, muy divulgado en los mentideros vaticanos y que, según le consta, provocaba la hilaridad del Pontífice difunto. “Ha llegado la hora de que los cardenales Carlo Maria Martini y Joseph Ratzinger y el mismo Papa Juan Pablo rinden cuentas ante Dios. San Pedro los aguarda ceñudo a las puertas del cielo y les ordena pasar de uno en uno a su despacho. Martini es el primero en afrontar la entrevista; al poco vuelve mohíno con los otros dos y les confía: ‘San Pedro deniega mi entrada. Asegura que Jesús supo predicar el Evangelio sin salir jamás de Judea y Galilea. Yo, en cambio, apenas he pisado mi diócesis de Milán’. El siguiente en someterse al rapapolvo es Ratzinger; vuelve contrito y declara a sus compañeros: ‘San Pedro deniega mi entrada, por haberme atrevido a rectificarle un error teológico deslizado en una de sus epístolas’. El Papa se dispone a pasar el mal trago; al rato regresa resignado: ‘También a mí me deniega el paso. Según él, Jesús pronunció el sermón de la montaña; yo, en cambio, he pronunciado una montaña de sermones’“.
El “ángel custodio”
En los almuerzos con Deskur, salpimentados de chanzas, asistía con frecuencia Sor Tobiana Pododka, el ángel custodio de Juan Pablo II, vigía insomne de su salud, que con frecuencia le forzaba a infringir el muy severo ayuno que el Pontífice se imponía. “Ya lo ve, Don Alonso –decía Su Santidad con sorna–: el cardenal y yo compartimos director en el seminario, allá en nuestra juventud; ahora en nuestra vejez, compartimos madre superiora”.
“El Papa sabía sobre todo escuchar”
No todos los recuerdos que Joaquín Alonso guarda del Papa difunto son festivos, sin embargo; algunos permanecen asociados a los episodios más dolorosos de su biografía. “En marzo de 1994 viajé con nuestro Prelado, Álvaro del Portillo, a Tierra Santa; desde Jerusalén, después de celebrar su última misa en el Cenáculo, don Álvaro escribió una postal al Pontífice, en la que se despedía asegurándole que permaneceríamos fideles ‘usquam mortem’. A las pocas horas de llegar a Roma, monseñor Del Portillo fallecía de edema pulmonar, en mitad de la madrugada; aquellas palabras cobraban repentinamente un sentido premonitorio. Al amanecer llamé a don Stanislaw Dzwiwisz para comunicarle la triste nueva. Esa misma tarde, Su Santidad visitó la capilla ardiente; de hinojos en el reclinatorio, rezó una Salve que nos puso los pelos de punta”. Las manos delgadísimas de Don Joaquín, que no han parado de agitarse durante la entrevista, como pájaros en desbandada, se posan un momento y se entrelazan, buscando un nido de momentáneo silencio; observo entonces que la edad las ha empezado a salpicar de manchas sigilosas. Pero enseguida recupera el brío y su sintaxis de ametralladora: “Escuchar. El Papa sabía sobre todo escuchar. Incluso a alguien tan insignificante como yo”. Se ha puesto de pie, esbelto como un junco; en su gracioso seseo, muy celosamente preservado, se esconde el mejor homenaje al hombre que gustaba de repetir, como una letanía andaluza: corasón, corasón, corasón.

Pedro Rodríguez

La Iglesia que encontró Juan Pablo II

Facultad de Teología, Universidad de Navarra
7 de abril de 2005, La Gaceta de los Negocios (Madrid)
En el medio de un importante proceso
El 16 de octubre de 1978 se anunciaba al mundo desde Roma que había un nuevo Papa al frente de la Iglesia: era Karol Woytila, hasta entonces Arzobispo de Kracovia. La elección tomaba aires de un vuelco revolucionario. Era el primer no italiano en el Solio pontificio después de casi 500 años. Era un polaco, que venía de Polonia, una dictadura comunista: un horizonte de experiencia eclesial y humana completamente distinto. Comenzaba entonces el que sería uno de los pontificados más largos de la historia.
 ¿Qué Iglesia encontró Karol Woytila cuando tomó el nombre de Juan Pablo II? A mi parecer, ante todo, una Iglesia que quince años antes había vivido el Concilio Vaticano II (1962-1965), un Concilio en el que el propio Woytila había sido activísimo Padre conciliar. El Vaticano II es uno de los grandes acontecimientos del siglo XX. Es difícil exagerar su importancia histórica. Cuarenta años después de su clausura, puede decirse que constituyó un momento decisivo de la moderna autoconciencia de la Iglesia, que allí tomó el pulso de su ser y misión ante el proceso de cambio acelerado de la cultura contemporánea. Y esto, con un objetivo: la renovación de la Iglesia en su estructura y en su vida. Una renovación, por tanto, desde el Evangelio y prestando atención a los parámetros del mundo de nuestros días. Eso es lo que buscaba el Concilio y trató de expresar en sus ya célebres documentos. Eso es lo que vivió intensamente el Arzobispo de Cracovia y explicó después a los polacos en un libro titulado La renovación en sus fuentes (Madrid, BAC).
El “terremoto” postconciliar
Pero la Iglesia que elige a Juan Pablo II para suceder a Pedro estaba viviendo un agitado y tenso “postconcilio”. Es una Iglesia que había visto –y estaba viendo– cómo, primero, en el entorno de los debates conciliares y, después, desde diversas instancias pastorales y teológicas iban emergiendo las más variadas propuestas para la reforma de la Iglesia. Muchas de ellas eran sencilla traslación de las propuestas ideológicas y políticas dominantes en la cultura de entonces. Eran unos años –aquellos setenta y primeros ochenta del pasado siglo– en que todo se legitimaba en la Iglesia, de manera talismánica e inapelable, desde el llamado “espíritu del Concilio”. Se dio una especie de proceso de mitificación del Concilio como “evento” que dispensaba del estudio de los mismos documentos conciliares, en realidad superados por el Concilio como “espíritu”.
 Muchos sectores en la Iglesia no eran conscientes de la filiación ideológica de esas propuestas y no percibían cómo se estaba erosionando el Evangelio y el testimonio de la fe. En los años que preceden a la elección de Juan Pablo II –reciente la convulsión de mayo del 68–, las propuestas eran con frecuencia utopías llenas de entusiasmo, deslumbradas ante la revolución y el universalismo comunista. El gran debate de los años setenta era acerca de la misión de la Iglesia. ¿Cuál es la misión de la Iglesia en el mundo, en la sociedad? ¿Promoción y liberación humana o anuncio del misterio de Cristo? La polémica y el debate lo habían propuesto así, en forma de alternativa. Era el clima en el que se forjó la llamada “teología de la liberación”.
Algunos interesantes antecedentes
Por eso, para comprender a Karol Woytila al llegar a la Cátedra de Pedro, es fundamental situarlo cuatro años antes en el IV Sínodo de los Obispos, el Sínodo sobre la “Evangelización en el mundo contemporáneo”, que Pablo VI –el gran Pontífice que Juan Pablo II reconocía como su maestro– convocó y presidió en 1974 y para el que nombró relator general precisamente al futuro Juan Pablo II. (Quede dicho entre paréntesis: fue con ocasión de ese Sínodo cuando tuve la fortuna de conocerle personalmente). El Sínodo fue el epicentro, el caleidoscopio del debate a su más alto nivel. Al concluirse el Sínodo había quedado claro que la misión de la Iglesia en el mundo es trascendente y no política: ofrecer al hombre la liberación del pecado y la vida eterna que Cristo nos ha conseguido. Pero sin “angelismos” ni ausentismo de la batalla humana, porque ese anuncio del Evangelio comporta en quienes lo realizan y en quienes lo acogen el compromiso para luchar sin desmayo contra todas las formas de opresión a la libertad, a la justicia y a la vida humana.
 Con el material de ese Sínodo Pablo VI escribiría uno de los más importantes documentos del Magisterio que sigue al Vaticano II: la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, que asume el patrimonio conciliar en la clave del anuncio del Evangelio al mundo. Es un texto que permanece hoy con una extraordinaria vigencia, precisamente por su profunda comprensión de la intencionalidad misionera del Concilio Vaticano II. Siempre he pensado –leyendo los textos de Juan Pablo II– que este documento de Pablo VI debía mucho en su redacción, lógicamente, al relator general del Sínodo en que se forjó. La exhortación Evangelii nuntiandi se nos presenta como la falsilla de la acción pastoral de Karol Woytila, una vez llamado a la Cátedra de Pedro, en orden a la aplicación del Concilio. Si se mira en esta clave estos 26 años de Juan Pablo II al frente de la Iglesia Católica se verá que su acción en la Iglesia no ha sido sino una gigantesca evangelización de las sociedades humanas en la perspectiva del Vaticano II. Él –Juan Pablo II– ha subrayado hasta el límite que el contenido de ese anuncio del Evangelio tiene un nombre único: Jesucristo, Redentor del hombre.
Se nota una evolución
Ese es el “espíritu” del Concilio, que brota de un serio estudio de su “texto”. Al Concilio remitirá Juan Pablo II, una vez y otra, como referencia fundamental de su ministerio romano. No en balde, en la solemne toma de posesión de la Cátedra de Pedro, pocos días después de su elección, afirmó que el programa de su Pontificado era, sencillamente, la aplicación y profundización en la Iglesia de los Decretos y Constituciones del Concilio Vaticano II.
 La Iglesia que nos deja Juan Pablo II tiene otros problemas dentro y fuera, no sin relación, ciertamente, de los que encontró al sentarse en la Silla de Pedro. No es ahora el momento de abordarlos: están en el debate público y en la reflexión de los cristianos. Pero tiene ahora un vigor para afrontarlos que, en muy buena parte, se deben al testimonio de este santo Obispo de Roma, que ha comprendido de manera excepcional el ministerio de Pedro.
 Karol Woytila se ha ido hacia el Señor mientras una muchedumbre –sobre todo, de jóvenes– le acompañaba, abajo, en la plaza, en continua oración. Hasta el último momento su existencia ha «provocado» e «incitado» a los cristianos a la misión que es connatural al Evangelio. Es decir, a una misión dirigida a toda la humanidad, a todos los hombres y mujeres del mundo.

Jutta Burggraf
Juan Pablo II, un pontífice original
Teóloga de la Universidad de Navarra
 Se ha acabado uno de los pontificados más largos, ricos y originales de la historia. Juan Pablo II ha batido récords y ha roto esquemas en prácticamente todas las tareas que emprendió. Un sinnúmero de documentos, viajes, mega-organizaciones y encuentros personales con la gente más variada en los cinco continentes dan testimonio de ello.
Un Papa cercano
 Cuando Karol Wojtyla se convirtió en el Pastor Supremo para todos los cristianos, no renunció por ello a su espontaneidad, ni a sus amigos, ni a pensar por sí mismo, ni a las vacaciones en las montañas; no disimuló su amor a la belleza, a la música o al deporte. Tampoco se veía obligado a evitar las muestras de afecto hacia niños y ancianos, sanos y enfermos, pobres y ricos, policías y delincuentes, hombres y mujeres. En una palabra, rechazó la tentación de transformarse en un dignatario solemne y seco. Dejó claro, desde el primer momento, que no quería tener alrededor suyo ningún “aire de importancia”. Se mostró al mundo tal como era, con gran sencillez, e hizo palidecer, cientos de veces, no sólo a los maestros de ceremonia, sino también a su equipo de seguridad.
 Cuando, después de su elección, Juan Pablo II salió por primera vez a una de las ventanas del Vaticano, lloró de emoción ante una multitud fascinada; más tarde, los periodistas le llamaron con asombro “un Papa para tocar”, título que ha merecido hasta el último día de su vida. El cargo más alto que una persona puede tener en este mundo, no aplastó la personalidad del sucesor de Pedro; no engendró en él ningún gesto presuntuoso, petulante o distante. Este hecho de que una persona investida de gran autoridad se muestre “normal”, como uno más entre los vecinos, puede considerarse un milagro de la gracia, según opina santa Teresa de Ávila.
El secreto de Juan Pablo II
 ¿Cuál ha sido el secreto de este Papa? ¿Por qué ha podido mover el mundo como si fuera un tablero de ajedrez? Una pequeña anécdota puede arrojar luz sobre ese interrogante. En una ocasión, no hace mucho tiempo, un periodista entrevistó a un cardenal del Vaticano: “¿Qué piensa usted de Juan Pablo II?”, una pregunta un tanto general. “Es un hombre sumamente peligroso”, respondió el cardenal con claridad. “Por qué es peligroso?”, volvió a preguntar el periodista. “Confía completamente en Dios”, afirmó el cardenal señalando, probablemente, una de las actitudes más características y profundas del Pontífice.
 Juan Pablo II era un hombre muy de la tierra y muy de Dios. Parece que no sólo quería “seguir” a Jesucristo, sino que quería dejarle entrar –a través de la oración y los sacramentos– hondamente en su corazón; permitió a Cristo vivir en él y actuar desde su interior. Así se explica la gran atracción de este Papa, que ha sido como un imán, no sólo para millones de jóvenes que acudieron puntualmente a sus citas, sino para gente de todas las edades y condiciones: se podía experimentar la bondad de Cristo en su presencia.
Volver a las raíces evangélicas
 El Papa Wojtyla ha renovado las raíces evangélicas del papado. En efecto, algunas escenas evocan vivamente el paso del Hijo de Dios por los caminos de Galilea. ¡Cuánto tiempo ha dedicado Jesucristo a estar cerca de los marginados, de los enfermos, los pobres y de los llamados “pecadores públicos”! Juan Pablo II fue para muchos de ellos también un testigo de esperanza. Baste recordar que –en uno de sus viajes a Francia– invitó a los llamados “heridos por la vida” a un gran encuentro en la catedral de Tours donde les hizo palpar la misericordia de Dios, no sólo a través de sus palabras, sino sobre todo por el sincero cariño que les mostró, abrazando, escuchando y besando a cuantos estaban a su alcance; acudió un creciente cúmulo de gente que sobrepasó toda previsión –como a menudo ocurría– ya que todos querían estar a su lado.
 Y es que el hombre de nuestro tiempo no se convierte cuando lee tan sólo doctos tratados sobre Dios o escucha conferencias eruditas sobre Él; quiere poner sus manos que buscan, como las manos de un ciego que quiere ver, en el corazón abierto de la Iglesia, tal como lo hizo Tomás, el apóstol incrédulo.
Signo de contradicción
 Como fiel discípulo de su Señor, el Papa Wojtyla no se preocupó del beneplácito de los “ricos y poderosos”. Comunicó la verdad sin vacilar, a pesar de granizadas y tormentas. Fue Petrus, la roca firme, que protege y defiende a los pequeños y da seguridad a los pusilánimes, abriendo, asimismo, horizontes siempre nuevos a los espíritus aventureros. No hay, realmente, nada más revolucionario que una persona que se deja llevar por el Espíritu Santo.
 Juan Pablo II no rehusó ser un escándalo para este mundo, y aceptó alegremente que los sempiternos críticos le tomasen por loco, anticuado o ultramoderno, según la perspectiva de cada uno. Aquel que se anticipa a su tiempo y sobresale entre sus coetáneos, ¿no es con frecuencia blanco del odio y la envidia de los demás? Conviene destacar que el doloroso cisma que tuvo lugar durante el último pontificado, fue provocado por los “tradicionalistas” (Lefebvre), no por los “progresistas”. Pero el hecho de que tanto unos como otros le solían flagelar en los medios de comunicación, indica que Juan Pablo II mostró el camino recto a través de los montes escarpados a la derecha y a la izquierda.
Icono del dolor
 Sólo un hombre muy unido a Cristo puede soportar la injusticia sin llenarse de amargura. Fue el caso del Papa Wojtyla que perdonó a sus opresores; incluso visitó en la cárcel al turco que intentó matarle y le causó un daño físico grave e irreparable.
 En la última década, la oposición más atroz iba cediendo, poco a poco, al respeto velado ante la mirada de un Papa cada vez más anciano, enfermo y frágil. Juan Pablo II se convirtió ante los ojos del mundo en un icono del dolor. No ocultó nunca sus limitaciones. Permitió que le filmaran en su habitación del hospital Gemelli y autorizó, en una ocasión, la publicación de una radiografía de sus huesos. ¿Cabe más sencillez, más transparencia, más rebeldía sana contra la superficialidad de nuestra “cultura de la imagen” que esclaviza y deprime a tantas personas?
Testigo de esperanza
 El Papa continuó siendo atrayente durante su larga vejez. Aunque estaba señalado por los sufrimientos más repugnantes, no se cuidó, no se ahorró, no se “conservó”. Y tuvo hasta el final más capacidad de convocatoria que cualquier artista de cine bien maquillado. ¿Cómo se explica este fenómeno? Juan Pablo II, ciertamente, no conseguía sus “éxitos” a pesar de la cruz, sino justamente al revés: los consiguió por la gran cruz que llevaba. Parece que se apoyaba cada vez más en la fuerza del mismo Dios cuyo amor transmitió imperturbablemente a los hombres.
 Este Papa nos enseñó a vivir con libertad y alegría, desde una honda aceptación de nosotros mismos. Nos mostró que ser cristianos es ser “más” hombres, y no hombres renuentes, asustados o enlutados. Y nos recordó que también nosotros estamos llamados a luchar con valor contra todo lo que empequeñece al ser humano, lo que le masifica o cosifica, lo que desprecia su dignidad o anula sus derechos. Unidos a Cristo, la victoria es segura, aunque no sea visible en este mundo. ¿Quién puede vencer a aquél, cuyo triunfo presupone el fracaso?
 Juan Pablo II fue testigo de la Pasión y de la Resurrección de su Señor. Recordando su figura amable, sonriente, sentada en una silla de ruedas, vienen a la cabeza unas palabras del Nuevo Testamento que describen a los amigos de Dios: “Por la fe ejercieron la justicia, alcanzaron las promesas, cerraron la boca de los leones, apagaron la violencia del fuego, escaparon al filo de la espada, convalecieron de sus enfermedades y fueron valientes en la guerra.” Realmente, no fue el Papa Wojtyla actuando con sus fuerzas propias. Hubo en él un misterio que le sobrepasó.

JOAQUÍN Navarro-Valls.
Sólo desde la hipocresía se puede decir que Juan Pablo II era reaccionario en lo moral
La fortuna, afirmaban los antiguos, sonríe a los valientes. Meses atrás, fijé una entrevista con Joaquín Navarro-Valls, portavoz papal y director de la Sala de Prensa de la Santa Sede; los acontecimientos que después se sucedieron lo convertirían en la persona más reclamada del planeta. Pese a que estaba rechazando los requerimientos que le llegaban tras el fallecimiento de Juan Pablo II, Navarro-Valls tuvo la deferencia de mantener el compromiso adquirido y recibirme en su despacho de Via della Conciliazione.
La entrevista, celebrada cuando Juan Pablo II aún no había sido enterrado, se desarrolló entre un tropel de emociones que mi interlocutor supo contener en todo momento, embridadas por el pudor. Navarro-Valls habla con una dicción sosegada y muy elegantemente discreta; la fortaleza que lo sostiene en estas horas de dolor sólo admite una explicación sobrenatural: la fe, que mueve montañas, también enseña a los hombres a mantenerse erguidos. Este psiquiatra de vocación, numerario del Opus Dei, que un día rectificó su biografía para acudir a la llamada de Juan Pablo II, rememora para los lectores de ABC los episodios de una aventura vertiginosa que ha colmado su vida.
Juan Manuel de Prada
17.04.05, ABC

 ¿Cómo nació en usted la inclinación periodística?
 Aunque parezca increíble, como consecuencia natural de mi dedicación a la psiquiatría. Me formulé una pregunta: “¿De qué modo los medios hoy –prensa, radio, televisión, publicidad– configuran hábitos y estados emocionales de ansiedad?”. No obstante, cuando empecé a estudiar periodismo nunca pensé que ésta iba a ser mi profesión. Allá por el año 70, cuando llegué a Roma para disfrutar de un año sabático y completar mis estudios, empecé a escribir algunas cosas sobre la Roma histórica y cultural. Aquí residía, como corresponsal de ABC, un gran escritor, académico de la lengua, Eugenio Montes, que me contagió estas preocupaciones. Cuando él se volvió a España, ya anciano, Guillermo Luca de Tena me propuso ser corresponsal del Mediterráneo Oriental con base en Roma. Acepté la oferta como un desafío y como una curiosidad, pero con la absoluta convicción de que sería algo pasajero.
Sin embargo, a la postre sería el inicio de una vita nuova...
 El área era muy sugestiva, sobre todo en aquellos años. Empezaba el fundamentalismo islámico, lo que permitía ya no sólo ofrecer la noticia corriente, sino estudiar el Islam; también estudié el hebraísmo y la ortodoxia griega. Cubrí las primeras elecciones democráticas y la llegada de los socialistas al poder en Grecia, estuve en El Cairo cuando asesinaron a Sadat, viví momentos de extraordinaria tensión en Israel. La asociación de corresponsales extranjeros en Italia me eligió presidente y luego me volvió a reelegir. ¡Cada vez se cargaban más responsabilidades encima de mis hombros! Ahora bien, yo en aquellos años estaba empezando a sentir nostalgia de mi oficio de psiquiatra, algo que sigo sintiendo veintiséis años después, de forma cada vez más intensa. Todavía hoy, cuando apenas dispongo de un poco de tiempo, intento actualizar mis conocimientos médicos. Esa vocación sigue ahí, intacta, y deseosa de ser ejercitada.
Y entonces el Papa se fija en usted...
 Mi primer contacto con él, siquiera simbólico, fue inmediatamente después de su elección. Al poco de abrirse el cónclave, –y creo que se trata de un gesto que anticipa lo que iba a ser su Papado–, Juan Pablo II acude al Gemelli, donde se hallaba internado el cardenal Deskur, que acababa de sufrir un ictus cerebral. Yo merodeaba por el Gemelli, y al ver entrar al Papa corrí al ascensor, donde logré deslizarme en el último momento. Algún tiempo después, recibí una llamada sorprendente del Vaticano. En la conversación que mantuve con el Papa, descubrí que deseaba cambiar, no tanto el sistema de comunicación, sino el modo de presentarse, de tal manera que la recepción de su mensaje a través de los medios fuera mejor. El Papa, que era un gran comunicador, entendía que era necesaria una nueva dialéctica con la opinión pública, menos rígida, con menos filtros, más directa.
¿Por qué cree usted que el Papa decide confiarle esta misión? En cierto modo usted era un “forastero”. Hasta entonces estas tareas las habían desempeñado clérigos.
 No querría atribuirme méritos que no me corresponden. Por entonces se afirmaba mucho en ambientes eclesiásticos: “La Iglesia tiene que usar los medios”. Yo me rebelé contra esta expresión. Eso es lo que hacían, cuando yo trabajaba como corresponsal en Italia y en Grecia, muchas empresas industriales, que te ofrecían la apariencia de un acceso para luego tratar de sacar provecho. El tema de fondo era otro muy distinto: “¿Deseaba la Santa Sede participar en la dinámica de los medios?”. Si de verdad lo deseaba, debía saber que esto le costaría un esfuerzo semántico y de apertura. No era un problema que se solucionase informando más; se trataba, sobre todo, de aceptar el lenguaje de los medios, de emitir sus mensajes con la expresión propia de los medios, de dar la noticia en el momento preciso en que los medios la necesitan, de entrar en definitiva en el juego de los medios, que lo espectaculariza todo. ¿Quería la Iglesia participar de todo esto? ¿Sí? Pues no se trataría de una empresa sencilla. Si la Iglesia intentaba transmitir ideas, valores intemporales, tendría que hacer un gran esfuerzo para no traicionarlos, pero ofreciéndolos a la vez con un lenguaje acorde a la época, evitando la dificultad añadida de malvenderlos o trivializarlos. El Papa entendió de inmediato lo que yo le estaba proponiendo. El gran misterio es que un hombre que se había formado en un país donde no existía libertad de prensa ni, por lo tanto, verdadero periodismo, intuyera la necesidad de este cambio. Y todo ello sin instrumentalizar jamás la prensa, aceptando el riesgo de ser malentendido.
Usted ha mantenido un contacto muy estrecho con Juan Pablo II. ¿Qué rasgo cree que era el más definitorio de su carácter?
 Al tratarse de una personalidad tan rica, me cuesta mucho contestar a su pregunta. Pero le diré, en cambio, el que yo prefería: su inmenso sentido del humor. El buen humor a los dieciocho o veinte años es una obligación biológica; a los cuarenta o cuarenta y cinco, ya requiere un cierto esfuerzo de la voluntad; a los setenta años, mantener el buen humor es un acto de virtud. Cuando esa actitud es sostenida hasta la muerte, con voluntad de olvidarse de la carga de pesadumbre y deterioro físico que nos van dejando los años, se trata de un auténtico milagro. He tenido la suerte de estar al lado del Papa día a día en el trabajo, en su apartamento, y también de acompañarlo en todos sus viajes, e incluso en sus vacaciones. Muchas de las fotografías que circulan por ahí, en las que vemos al Papa en el monte, en los últimos años de su vida, las tomé yo mismo. Algunos periodistas decían que el Papa había perdido la sonrisa en los últimos años; nada más falso. Lo que ocurría es que el parkinson había acartonado sus facciones, las había tornado más hieráticas. Pero la alegría le rebullía por dentro. ¡Dios mío, cómo le rebullía! Algunas veces, para tomarle una foto, me ponía una nariz de payaso... ¡Y se moría de risa! ¡Pero se moría de risa! Nunca perdió el sentido del humor, aunque el parkinson hiciera parecer lo contrario.
¿Lo mantenía al tanto de las reacciones que su actividad suscitaba en la prensa? ¿O procuraba filtrarle los comentarios menos benévolos?
 ¡Él no me lo hubiese permitido! Recuerdo que, en cierta ocasión, le sugerí que no leyese un artículo bastante agrio en el que se le denigraba. Para mi sorpresa, me dijo que el periodista que lo había escrito estaba pasando por una muy difícil situación familiar y que, por lo tanto, requería nuestra especial comprensión. Y, lo que aún resulta más admirable, las noticias más favorables no le envanecían; otra de las muestras más características de su personalidad era este esfuerzo constante por no caer en la autocomplacencia. En cierta ocasión, entré en sus aposentos enarbolando un ejemplar de la revista Time, que le consagraba su portada como “hombre del año”. Mientras conversábamos, noté que daba la vuelta a la revista sin dejar de hablar. Yo, muy delicadamente, volví a mostrársela, y él, una vez más, la apartó de sí. “¿Qué ocurre, Santidad, es que no le agrada?”, le pregunté, un tanto desconcertado. Esbozó una sonrisa y me dijo: “Tal vez me agrade demasiado”. Y siguió hablando de otro asunto. Puede que a usted le parezca sólo una anécdota sin importancia; pero le aseguro que tiene un sentido más profundo. Juan Pablo II era un hombre de gran ascetismo, dispuesto siempre a la renuncia personal. En cierta ocasión, tras un viaje agotador, lo sorprendí en el avión desplegando sus libros y emborronando unas cuartillas. Su escritura fluía limpia, sin tachaduras. Me acerque a él y le pregunté: “Pero... Santidad, ¿no está cansado?” Él me miró muy reposadamente, con una cierta perplejidad, y me dijo: “No lo sé”. ¡No sabía si estaba cansado! Me pareció que en esas palabras se condensaba un gran esfuerzo de donación. La capacidad del Papa para sobreponerse, no ya sólo al dolor físico, sino a las preocupaciones de cada día, manteniendo el sentido del humor, implica un olvido voluntario, deliberado, de uno mismo.
Una larga traición de secretismo vaticano ha contrastado con la actitud del Papa, que nunca ha mostrado reparos en mostrar los estragos de su salud a los medios de comunicación. ¿Fue esta actitud inspiración suya?
 En absoluto. El Papa lo decidió así. Y esto tiene más valor en el contexto histórico en el que se produce, en el que muy diversos gobernantes y hombres de relieve público han ocultado a la opinión pública los estragos de la enfermedad, incluso las causas de su muerte. Recordemos, por ejemplo, que Mitterrand murió de cáncer de próstata; sin embargo, quince días después, todavía no se había revelado. Cuando murió Giovanni Agnielli, uno de los hombres más populares del país, en La Stampa se celebró una famosa reunión del director y los jefes de redacción en la que se discutió cuál era el tratamiento que debía concederse a la noticia. Uno de los allí reunidos, que luego sería un brillante editorialista de Il Corriere della Sera, recordó entonces el ejemplo del Papa. Esta voluntad de apertura y transparencia total es la que ha guiado nuestra actividad, incluso durante los días de su agonía.
No han faltado voces que consideran que en dicha actitud había algo de exhibicionismo obsceno. Supongo que el Papa estaba al tanto de este debate social...
 Naturalmente que sí. Pero ese debate es en sí mismo una agresión a la antropología. Por una sencilla razón: el dolor y la muerte forman parte de la biografía humana universal. Ocultarlos equivale a negar nuestra propia biografía. En el fondo de ese debate, y de la incomprensión que suscitaba la actitud del Papa, subyace una perversión muy propia de nuestra época. Se ha impuesto el postulado de que la única fuente de certeza para el ser humano es la ciencia positiva, lo que se toca, lo que se mide, lo que se pesa. Por lo tanto, la fe, como no puede ser pesada ni medida, pertenece al ámbito de lo subjetivo y es impudoroso mostrarla. No se puede aceptar que la fe influya en la actuación pública. Frente a esa pretensión, este Papa ha hecho físicamente visible su propia fe, y también la fe de muchos hombres. Cuando, por ejemplo, el Papa congrega a cientos de miles de chavales en Cuatro Vientos, España entera está viendo que esa fe existe, que está ahí, palpable. Una cierta intelectualidad trata de buscar una explicación sociológica en este hecho, pero se trata de una explicación deshonesta. Recuerdo que Montanelli, cuando se enfrenta a los dos millones de jóvenes reunidos aquí, en Roma, convocados en el Día Mundial de la Juventud, escribe, pese a su agnosticismo, un artículo estupendo en el que constata la realidad de la fe. En una época que postula que lo religioso pertenece a la esfera privada, este Papa nos ha mostrado públicamente la fe, la inevitabilidad de Dios. Si esto lo ha hecho con la fe, ¿por qué no iba a hacerlo con esa parte de la biografía humana que es el dolor?
¿Y por qué cree que, a la hora de evaluar el papado de Juan Pablo II, se suele marcar una diferencia entre lo que podríamos llamar su sensibilidad social y su doctrina moral?
 La clave de este papado ha consistido en saber exponer una serie de verdades íntimamente relacionadas entre sí, verdades que no son esquizofrénicas, sino plenamente coherentes, pero que nuestra época esquizofrénica tiende a disociar. Ya Chesterton, al que usted tanto admira, hablaba de las “virtudes enloquecidas” para referirse a esta actitud. En efecto, hay gobernantes de nuestro tiempo que tienen una sensibilidad moral a favor de la vida o de la familia, pero que paradójicamente no extienden esta consideración ética a asuntos como la guerra o la pobreza. Y lo mismo sucede al contrario: gobernantes que preconizan el pacifismo muestran un desinterés monstruoso hacia la vida y la familia. Frente a estas “virtudes enloquecidas”, tan propias de nuestro tiempo, la absoluta congruencia del Papa resulta reconfortante. Sólo desde la hipocresía se puede decir que en lo social era muy avanzado y en lo moral reaccionario. A mí siempre me ha parecido descubrir en él la misma nota del diapasón: el Papa quería desarrollar una antropología completa de la dignidad humana.
Usted parece hombre metódico y sumamente organizado. ¿No le desesperaban a veces las rupturas del protocolo de Juan Pablo III, su gusto por salirse de los cauces establecidos?
 La actualización histórica que Juan Pablo II ha introducido en una institución de raíz divina ha sido impresionante. Inevitablemente, en el ministerio papal se habían ido incrustando una serie de resabios históricos que obstaculizaban su anhelo de aproximación a lo humano concreto. Este Papa se ha dejado fotografiar en la montaña con pantalones de pana (pero sin despojarse jamás del alzacuello), ha recibido en audiencia a ex prostitutas y les ha besado las manos. Y todo ello lo ha hecho, además, de modo absolutamente natural, mediante una “política de hechos consumados” que, paradójicamente, no ha supuesto una ruptura con la dignidad de su ministerio, sino, por el contrario, una purificación del mismo. Por lo común, los Papas solían expedir documentos para advertir de los cambios que debían introducirse en el protocolo: “De ahora en adelante...”. Él, en cambio, no ha escrito ni un solo papel de actualización; se ha limitado a actuar. Continuamente, las veinticuatro horas del día estaba renovando los hábitos papales. Cuando, por ejemplo, convierte la mesa de almorzar de su residencia en un instrumento de trabajo, recibiendo día y noche a la gente, para despachar o simplemente comentar cualquier asunto, o incluso para escuchar a quienes tenían algo que contarle (y no sólo a sus colaboradores de la curia, sino a personalidades de los más diversos ámbitos, de la cultura a la política), estaba transformando su ministerio. Y todo ello de modo no traumático, ininterrumpido, durante veintiséis años.
En medio de toda esta actividad incansable, ¿no llegó usted a sentirse algo rebasado?
 ¡Y tanto! Algunos viajes eran realmente agotadores. Largas travesías transoceánicas que nos dejaban destrozados a sus colaboradores, e incluso a los periodistas más jóvenes. Era impresionante verlo llegar al avión, tras un apretado programa de actos, y enfrascarse a los dos minutos en la lectura de un libro, con plena concentración. Su curiosidad, además, abarcaba todas las ramas del pensamiento y del arte: leía teología y filosofía, por supuesto; pero también historia, poesía, teatro. En cierta ocasión, después de ver una representación magnífica de “El gran teatro del mundo”, dirigida por Tamayo, se me ocurrió preguntarle si conocía a Calderón. Para mi sorpresa, me empezó a nombrar títulos de sus obras, que había leído veinte años atrás en una traducción polaca, e incluso me recitó el célebre soliloquio de Segismundo en “La vida es sueño”. Y esta curiosidad se extendía también a muchos autores contemporáneos.
En una de sus comparecencias ante la prensa durante la agonía del Papa, en las que siempre procuraba esconder sus emociones personales, un periodista logró conmover su fachada de entereza...
 Aquella pregunta me hundió. Estaba tratando de exponer unos hechos y de repente apelaron a mis sentimientos más íntimos. Literalmente, me hundí, me caí por tierra. Hasta ese momento había hablado de la agonía del Papa en términos estrictamente médicos; de repente, aquella pregunta me enfrentaba al dolor de perder al hombre que me había acompañado durante más de veinte años. ¿Cómo podía evitar la emoción? El Papa ha estado siempre a mi lado, hasta en los momentos más difíciles. Recuerdo, por ejemplo, que, cuando mi padre estaba muriendo, volé de inmediato a España. Recién llegados a casa mi madre y yo, de regreso de la clínica, recibimos una llamada telefónica: era el Santo Padre. Sin mayores preámbulos, me preguntó: “¿Cómo se encuentra su madre?”. “Está bien, Santidad –le contesté–, teniendo en cuenta las circunstancias...”. Me animó: “Pues dígale que la tenemos presente en nuestras oraciones, dígale que el Papa reza por ella”. ¡Cuánta humanidad había en él!

Recordando a Juan Pablo II.
Un pontificado inclasificable
Juan Pablo II rompió los moldes, dice Vittorio Messori en “Il Corriere della Sera” (2 abril 2005).
Vittorio Messori
No sabía de prejuicios
Su grandeza se expresaba también en la imposibilidad de clasificarlo según los esquemas habituales. Por expresarnos en un lenguaje político, tan equívoco en la dimensión religiosa: ¿Un Papa progresista, abierto? ¿O conservador, tradicionalista? ¿De “derecha” o de “izquierdas”? Ambas cosas, diremos, si se nos obliga a responder. Y en esta “duplicidad” está uno de los secretos de un pontificado extraordinario. En “política exterior” (para seguir utilizando términos de la sociedad civil), en sus relaciones con el mundo laico, con las otras religiones, con las diversas confesiones cristianas, Juan Pablo II ha sido tan abierto, con tal voluntad de diálogo que ha suscitado críticas y refunfuños entre aquellos que, en la Iglesia, veían incluso algo blasfemo en reuniones ecuménicas como la de Asís y otras de ese género.
 Fue el primer pontífice que entró en una sinagoga, el primero en una mezquita; el Papa que no ha dudado en visitar todo tipo de regímenes políticos (de la Cuba de Castro al Chile de los generales, el Sudán culpable de genocidio de los cristianos, el México del laicismo de Estado, la Turquía que margina a los católicos), anunciando a todos el mismo mensaje de perdón y reconciliación. Temerario hasta abrir los brazos a todo hombre, cualquiera que fuese su fe o su incredulidad. Su diálogo, llevado a los extremos, no ponía en peligro la identidad católica, gracias a una “política interior” de reafirmación, a menudo de reconstrucción, de la doctrina de siempre.
Pero sabía mucho de fidelidad
Se diga lo que se diga, el Vaticano II ha sido la constante estrella polar hacia la que el Papa ha orientado el gobierno de la Iglesia. Todo ha sido renovado por él a la luz de aquel Concilio en el que fue uno de los protagonistas más activos y entusiastas. Siempre con la conciencia de que aquel gran evento no era una fractura sino una profundización, no el descubrimiento de novedades inauditas sino el redescubrimiento de la actualidad de la antigua Tradición. “Nova et vetera”, cosas nuevas y cosas antiguas, por decirlo con palabras del Evangelio. Beatificando el mismo día a Pío IX, el Papa del Vaticano I, y a Juan XXIII, el Papa del Vaticano II, Karol Wojtyla ha dado un signo fuerte (malentendido por muchos) de la continuidad de la Iglesia que ha inspirado su pontificado. El Catecismo Universal que impulsó tenazmente es a la vez antiguo y nuevo: no solo el dogma, sino también las tradiciones y las devociones son ahí confirmados, dentro de un espíritu completamente conciliar.
 En suma, diálogo con el exterior y ortodoxia en el interior, libertad de los hijos de Dios y disciplina de católicos obedientes, apertura a todos y vigilancia en la doctrina. En esta síntesis radica, a mi juicio, la grandeza y la fecundidad de un pontificado que, justo por esto, parece inclasificable, si no contradictorio, a quien no advierta una “ambigüedad” querida y buscada con un lúcido diseño.

 GEORGE WEIGEL

El impacto de Juan Pablo II

El mundo ha podido apreciar que Juan Pablo II ha sido el «mayor testigo cristiano» del siglo XX, dijo el biógrafo del Papa, George Weigel.
En entrevista, el autor de «Testigo de Esperanza: Biografía del Papa Juan Pablo II», hace una panorámica de la vida del pontífice.
NUEVA YORK, viernes, 8 abril 2005 (ZENIT.org).

¿Qué ha hecho Juan Pablo II por la Iglesia en el panorama internacional?
 El papado ha defendido siempre su dimensión universal. Juan Pablo II ha dado a esta propuesta un significado real, convirtiéndose en una referencia moral unipersonal para el mundo entero. Y haciendo esto, ha recordado al mundo que «los asuntos mundiales» no pueden eximirse de un atento examen desde el punto de vista del juicio moral.
 Contrariamente a lo que enseñan los realistas expertos en asuntos exteriores, la política internacional no es un ámbito «amoral»; nada humano queda fuera de los límites de la razón moral, ni siquiera los asuntos políticos entre estados. Dudo que el mundo haya captado todavía este aspecto en su totalidad, pero Juan Pablo II insistía mucho en esto.
¿Cuál ha sido su mayor logro en geopolítica, doctrina social, teología, y eclesiología?
 El papel crucial de Juan Pablo II en el colapso del comunismo europeo –con la chispa que encendió una revolución de conciencia que provocó la revolución política no violenta de 1989– fue un logro impresionante.
 Pero no deberíamos olvidar el papel del Papa en la resolución de la disputa entre Argentina y Chile por el canal de Beagle, que amenazaba en convertirse en guerra abierta; ni deberíamos olvidar su papel para preparar el camino a la democracia en Latinoamérica, ni su apoyo a las transiciones democráticas en Filipinas y Corea del Sur.
 La defensa de la universalidad de los derechos humanos, en su discurso de 1995 a las Naciones Unidas, fue una aportación muy importante, en un momento en el que la idea de «derechos humanos universales» estaba siendo negada o ridiculizada por postmodernos, islamistas, tardocomunistas, y partidarios del autoritarismo en el Este asiático.
 La encíclica del 1991, «Centesimus Annus», dio una nueva sensibilidad empírica a la doctrina social, especialmente en cuanto a las cuestiones económicas.
 Algunos católicos del campo de la acción social han mantenido desde hace tiempo la posibilidad de construir una «tercera vía» que no fuera ni comunista ni capitalista; la «Centesimus Annus» reconocía que una economía centrada en el mercado, regulada por la ley, era de hecho esta «tercera vía». Aunque, de nuevo, no estoy seguro que quienes creen en una utópica «tercera vía» lo hayan aceptado.
 La «teología del cuerpo» me parece en cambio que ha sido el mayor logro creativo, teológicamente hablando, de Juan Pablo II, y hay una enorme riqueza de material teológico a disposición del estudio de la Iglesia en las encíclicas, cartas apostólicas, exhortaciones postsinodales y discursos de audiencias de Juan Pablo II.
 Su teología de la divina misericordia, por ejemplo, debe ser todavía explorada, así como su mariología y su doctrina de que el «perfil mariano» en la Iglesia, el discipulado, es la realidad más fundamental en la Iglesia –incluso más constitutiva de la propia Iglesia que su perfil «petrino»– y que la estructura como comunidad con autoridad moral.
 En cuanto a la eclesiología, pienso que es importante que Juan Pablo II haya «reequilibrado» a la Iglesia, en un momento en el que las conferencias nacionales de obispos podían haber desembocado en sínodos virtualmente autónomos, según el modelo ortodoxo. Esto, por supuesto, es justamente lo opuesto de lo que los críticos le han achacado durante más de veinte años.
¿Cuál piensa que haya sido la mayor «tarea inconclusa» de este pontificado?
 Ciertamente no querría que se pensase que hablo por el papa fallecido, pero como su biógrafo me parece que la gran «tarea inconclusa» del pontificado incluye las iniciativas ecuménicas de Juan Pablo II, especialmente con la Ortodoxia.
 Realmente parecía que él creía, en 1978, que la brecha del segundo milenio entre Roma y el Oriente Cristiano, que se abrió oficialmente en 1054, podía cerrarse al alba del tercer milenio. Obviamente esto no ha sucedido.
 El por qué, en mi opinión, tiene mucho que ver con el hecho de que la Ortodoxia no está en las mismas condiciones teológicas y psicológicas de 1054. «No estar en comunión con el Obispo de Roma» se ha convertido, para muchos ortodoxos, en parte de su verdadera autodefinición.
 Hasta que esto no cambie, y hasta que los cristianos ortodoxos no sientan la misma pasión que sintió Juan Pablo II respecto a la Ortodoxia, de ser unos con Roma en el banquete eucarístico, no habrá un gran progreso en el diálogo ecuménico entre el Oriente cristiano y Roma. Es muy triste.
 Pero éste es un ejemplo de que Juan Pablo quizá quiso acelerar demasiado la historia, más de lo que la historia puede soportar en un determinado momento.
¿El mundo ha sido capaz de apreciar este extraordinario pontificado?
 Ha sido apreciado como un hombre de cultura, de grandes simpatías humanas, de gran coraje, integridad y compasión. Me pregunto sin embargo: ¿Ha sido apreciado por lo que en realidad era, el mayor testigo cristiano del siglo pasado? Todo lo que el Papa ha realizado, brotaba de un hecho fundamental: era un hombre que creía con cada un de las fibras de su ser en que Jesucristo es la respuesta a la pregunta que es en sí cada vida humana.
Que Juan Pablo II desempeñó un papel en la caída del comunismo en la Europa del Este; que contribuyó a profundizar en la teología del matrimonio y la sexualidad; que llevó nuevo vigor pastoral e intelectual a la cátedra de Pedro, son grandes legados de su pontificado. Ciertamente, tras un pontificado de 26 años, la cultura de la muerte ha avanzado, con el aborto, la investigación con células estaminales embrionarias, el aumento de la eutanasia, etc. ¿Es demasiado esperar que un Papa pueda cambiar todo esto, al menos en el curso de su vida?
 Sí. Y deberíamos recordar siempre, como lo hizo Juan Pablo II, que la Iglesia no es solamente el Papa.
 Los fracasos a la hora de superar la cultura de la muerte son los fracasos de todo el pueblo eclesial que tiene en su mano la posibilidad de construir o no una cultura de vida
El Espíritu Santo inspiró a los cardenales en 1978 que eligieran a un papa de Polonia. ¿Cuales han sido las consecuencias de la ruptura de la tradición secular de papas italianos?
 Espero que lo que se ha hecho es crear un abanico de candidatos cuya nacionalidad y procedencia étnica cuenten muy poco. Espero que la gran pregunta que se hagan los cardenales sobre cada candidato sea ésta: ¿es éste un hombre de Dios que puede inspirar en los demás la hondura de su fe?
Como biógrafo papal, ¿qué es lo que más le impresionó de su figura?
 Su extraordinaria energía y que siempre miraba hacia adelante, preguntándose «¿qué es lo que deberíamos hacer ahora?».
 Ciertamente esta energía no era la de un hombre frenético o excitable. Era una energía serena, firme, que nacía de una notable y rica vida interior, su vida de oración.
Ahora que nos ha dejado, ¿está el mundo preparado para escuchar realmente el mensaje de Juan Pablo II?
 Esperemos. Hay mucho que escuchar.

Elegía rabínica para el Papa

Él era el Papa y yo soy un rabino: pero ese no es el tema. El tema son las palabras del Deuteronomio: “elige la vida”.
Rabino Daniel Lapin
Por sus hijos y por sus ideas
 ¿Qué elogio significativo puede añadir un rabino a los muchos tributos de corazón que se rinden al Santo Padre, el Papa Juan Pablo II?
 La antigua sabiduría judía avisa que en este mundo a un hombre se le conoce por su padre. No sólo su apellido, sino que buena parte de su identidad viene de su padre. Sin embargo, después de que el proceso de la muerte lo convierte en espíritu, miramos a nuestros hijos y nietos buscando pistas de nuestra eternidad. En el mundo futuro del espíritu donde todo será luz y verdad, el judaísmo enseña que cada uno de nosotros será conocido por las acciones de sus hijos o hijas.
 Los niños no son sólo piedras de construcción que dejamos al morir. En el mundo venidero seremos conocidos por todos nuestros logros duraderos, incluyendo los hijos valiosos y las ideas potentes.
 Juan Pablo II está ahora siendo saludado con cariño en el cielo como padre de mil millones de hijos valiosos y el progenitor de una idea potente.
Coherente con la santidad
 Podemos condensar el vasto repertorio de coraje y compasión, la deslumbrante virtud exhibida durante décadas por el Papa Juan Pablo II en una idea. La idea es tan poderosa que ostenta las muchas facetas de su vida en un destello brillante de claridad.
 La coherencia singular del Papa era la santidad de la vida. Su destello de claridad fue el triunfo de la vida sobre la muerte. Terri Schiavo, aferrándose a la vida, alertó a todos los norteamericanos de la distinción real entre la cultura de la vida y la de la muerte. Quizá su papel final fue ser heraldo de la inminente llegada de Karol Wojtyla.
 Durante un cuarto de siglo, me han inspirado tres aspectos de la santidad de la vida que jugaban una parte central en Juan Pablo II.
Algunos objetivos importantes
 El primero fue su lucha contra el comunismo. Realmente su papel en su derrota fue enorme. ¿Por qué odiaba el comunismo? No sólo porque fue testigo de su mal, sino porque violaba su reverencia por la vida. El comunismo es por definición la doctrina del materialismo. Si hay alguna diferencia entre la materia y el espíritu, es que la materia es mortal mientras el espíritu es eternal. La innata mortalidad del comunismo mana de su énfasis exclusivo en la materia. La libertad es un tema del espíritu y es eternal. Luchando contra el comunismo toda su vida el Papa hacía un valiente compromiso con el cimiento espiritual de la libertad: la vida.
 Otro ejemplo del compromiso de este papa con la vida fue su oposición al aborto y la eutanasia, toda su vida. Fervientemente creía que en modo alguno puede el hombre poner en peligro el don sagrado de la vida, ni en su principio ni en su final. Incluso la creación de vida transforma a un hombre y una mujer en colaboradores sagrados de Dios, así la contracepción es un asunto grave en lo moral.
 El tercer ejemplo fue su oposición inequívoca a la homosexualidad, pese a los muchos ataques vulgares que eso le significó. Era evidente para cualquier persona de mente clara que su oposición a los actos homosexuales no implicaban odio hacia ningún ser humano. Más bien expresaba su amor comprometido con la vida.
 Creo que Juan Pablo II reconoció que cuando un hombre y una mujer expresan su mutua pasión física están implicándose en un acto de afirmación de la vida. El Creador incluso remarcó esto al asegurarse que el órgano de relación no es otro que el canal de nacimiento. Por contraste, en la práctica que el Papa condenaba, el órgano involucrado es esencialmente un canal muerto. Es la parte de la anatomía humana designada expresamente para eliminar del cuerpo las células muertas y otros desperdicios que ya no tienen potencial dador de vida. Al contrario que el producto animal, las heces humanas tienen tan poca vida en ellas que son prácticamente inútiles como fertilizante agrícola. Oponerse a la homosexualidad es parte de la lucha contra la cultura de la muerte.
“por tanto, elige la vida”
 Sobre estos y otros temas, el Papa Juan Pablo II levantó controversias. Sin embargo, su postura nunca era caprichosa. Se unificaba siempre en torno al tema de la vida. Era completamente consistente con su defensa contundente de la cultura de la vida.
 ¿Estaba yo completamente de acuerdo con cada una de sus posiciones papales? Por supuesto que no: él era el Papa y yo soy un rabino. Teológicamente y en la práctica él no hablaba para mí. Pero ese no es el tema. El tema es que él hizo del mundo un lugar mejor para todos los que aman la vida, todos los que veneran las palabras del Deuteronomio: “por lo tanto, elige la vida”.
 Sin Juan Pablo II, la cultura de la muerte habría hecho muchas más progresos. Un avión se mantiene en el aire sólo porque los motores convierten el combustible en empuje. En ausencia de esa energía, la mera gravedad hundirá el avión. De igual forma, en ausencia de una fuerza vital espiritual como la que el Papa Juan Pablo II ha inyectado en el mundo cada día de su vida, el empuje gravitacional de la muerte se habría extendido más ampliamente. Sea cual sea tu fe, esa es una razón suficiente para la gratitud.
El rabino Daniel Lapin preside en EEUU la organización Toward Tradition, en defensa de los valores judeocristianos.

Que Juan Pablo II busque a mi hijo
Se llama Francesca. A juzgar por su voz se trata de una mujer joven, del norte de Italia. En medio del tráfico de una ciudad enloquecida por los millones de peregrinos, ella empieza a contarnos su historia.
 Tiene pocos segundos, pues Radio Radical está recibiendo un sinnúmero de llamadas... Todos quieren contar su experiencia del Papa, todos desean compartir lo que este gigante de la fe representó para sus vidas. ¡A ver qué nos dice esta chica!
 De pronto, cesan las preocupaciones viales, y parece como si todos los que esperábamos en el semáforo de la calle Gregorio VII, nos quedáramos prendados de lo que va relatando Francesca, con voz entrecortada:.
 «Ahora el Papa se ha ido al cielo. Yo, sinceramente, no he sido la mejor de sus hijas... de hecho, hace tiempo que dejé de ir a la iglesia. Aunque he vuelto a rezar en las últimas semanas, porque Juan Pablo II contaba con mis oraciones.»
 Y continúa: «Yo sólo deseo decirle al Papa que lo quiero, y pedirle un favor... que ahora que entre en el paraíso, busque a mi hijo. Que busque y encuentre a ese bebé que yo no tuve la valentía de traer al mundo, y que con toda su bondad –que yo he sentido siempre– le suplique que me perdone. Que le diga a mi hijo que pida por mí, para poder abrazarlo un día en el cielo, pues cometí la barbaridad de no querer tenerlo aquí en la tierra... Hoy, después de tantos años, me he acercado a pedirle perdón a Dios...»
 La Iglesia ha sepultado al Papa. Pero con su historia, Francesca nos confirma que si bien una lápida cubre hoy el cuerpo de Juan Pablo II, su espíritu, su ejemplo evangélico y su mensaje de misericordia están más libres que nunca.
 A la luz de estos ejemplos podremos darnos cuenta cómo este hombre ha transformado el mundo. No sólo en el aspecto cultural, social o político, sino también y sobre todo, cómo ha llegado a nuestro mundo interior para curar nuestras heridas.
 ¡Cuántas Francescas han sido cambiadas por la palabra valiente de este hombre! ¡Cuántas vidas se han salvado gracias a la promoción audaz de la cultura de la vida!
 Hoy también, el Papa, desde la ventana de la casa del Padre, nos bendice. Y si estamos atentos, quizás podamos ver que ahí está con él, el hijito de Francesca. Ya ha perdonado a su madre. Ahora pide para que también ella llegue al cielo, y desde este momento, defienda y celebre la vida, tomando la estafeta de Juan Pablo II.

Juan Pablo II

Alejandro Cortés González-Báez, pbro.

Está señalado que cuando el colegio cardenalicio ha elegido al nuevo Papa, y después de que acepta la elección, éste ha de asomarse al balcón central de la Basílica de San Pedro y limitarse a pronunciar la bendición sin decir ningún discurso. Sin embargo, hace 26 años Juan Pablo II rompió el protocolo, y en perfecto italiano, dijo: “Alabado sea Jesucristo. Queridos hermanos y hermanas, ahora estamos todos adoloridos después de la muerte del amadísimo Papa Juan Pablo I. Y he aquí que los eminentísimos cardenales han llamado a un nuevo Obispo de Roma..., lo han llamado de un país lejano..., lejano pero siempre cercano por la comunión en la fe y en la tradición cristiana... Yo he tenido miedo de recibir esta nominación, pero... pero lo he hecho en espíritu de obediencia a nuestro Señor y en la confianza total en Su Madre, la Virgen Santísima. No sé si podré expresarme bien en vuestra... en nuestra lengua italiana, si me equivoco ya me corregirán ustedes...”.
En otro de mis artículos titulado “Pobre Papa” me compadecía de aquel que tenga que suceder a Juan Pablo II; pues mientras más se iba encorvando –por el paso de los años, y el peso de su labor– más alto estaba dejando el listón. Pareciera imposible, pero entre los más de seis mil quinientos millones de personas en nuestro planeta no resulta nada fácil encontrar a otro que tenga la calidad de este gigante, pero, gracias a Dios, este asunto no se maneja por criterios de competitividad, es decir, el futuro Papa no estará obligado a hablar más idiomas; ni a hacer más viajes; tampoco deberá superar el número de canonizaciones; ni podrá exigírsele que contribuya más que él a la transformación de la estructura social y política del mundo. Ni tampoco que supere ese carisma personal con el que ha conquistado el corazón de millones de personas en el mundo entero.
A lo largo de su pontificado nos hemos acostumbrado a una forma de guiar la Barca de Pedro con unos modos y exigencias maravillosos: metido en Dios y en lo más profundo del ser humano. Con los pies en la Tierra y la cabeza en el Cielo. Con un corazón donde la gracia divina crea un espacio en el que –holgadamente– hemos cabido todos y cada uno de nosotros sabiéndonos comprendidos y amados por ese hombre de Dios.
Ante este fenómeno de gracia divina y calidad humana, vale la pena preguntarnos si cada uno de nosotros hemos aprendido a entender el verdadero sentido de la vida. Ahora bien. ¿No será que enamorados de su imagen, tan alta, ni siquiera nos planteamos la lucha personal que nos haga mejores seres humanos y, como consecuencia, mejores hijos de Dios? No cabe duda, nos ha quedado grande Juan Pablo II, pero no deberíamos perder de vista que detrás de todo esto está la voluntad de un Dios que dándonos este gran regalo espera que sepamos valorarlo superando el miedo de luchar para caminar al paso que él nos ha marcado.
Catorce encíclicas; doce exhortaciones apostólicas, diez cartas apostólicas; diez textos de catequesis sobre las tres divinas personas y otros temas; el Código de Derecho Canónico; el Catecismo de la Iglesia Católica; cuatro Constituciones; cientos de beatificaciones y de canonizaciones; innumerables discursos y mensajes; miles de vocaciones al sacerdocio, a la vida consagrada; millones de decisiones de lucha por la santidad dentro del estado laical... Todos hemos sido testigos de la santidad de Su Santidad. Qué claro nos ha quedado que no supo cuidar de él mismo con tal de ayudarnos a encontrar a Aquel a quien ha representado desde 1978 en la Santa Sede y desde mucho tiempo antes, como sacerdote y obispo. No sin razón ya son muchos quienes aseguran que dentro de poco se le conocerá como “Juan Pablo Magno”. Por otra parte en estos días no faltarán los “expertos” que comiencen a hacer todo tipo de elucubraciones sobre el futuro de la Iglesia. Un futuro que sólo Dios, y nadie más que Él, conoce. Ese tipo de “vaticanistas” están mucho más cerca de la Baticueva que del Vaticano.
Es buen momento para rezar pidiendo a Dios Espíritu Santo que siga guiando a la Iglesia y nos ayude a nosotros a secundar su voluntad para vivir de acuerdo al ejemplo maravilloso de Juan Pablo II.

Declaraciones de los líderes mundiales sobre Juan Pablo II
«Un buen padre para todos nosotros»
ROMA, sábado, 16 abril 2005 (ZENIT.org).- En los últimos días, no han dejado de llegar alabanzas a Juan Pablo II desde todos los rincones del mundo, incluyendo al mundo de la política. A continuación algunas declaraciones de líderes mundiales sobre el último Papa.
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Carlo Azeglio Ciampi, presidente de la República Italiana
«Nos ha transmitido a todos nosotros esperanza y confianza. Ha esculpido las conciencias con los valores que dan sentido y dignidad a las vidas de las personas y de la sociedad humana. Juan Pablo II ha creído en la fuerza del espíritu y ha dado testimonio, con su indómito coraje y su serenidad en el sufrimiento, de la fortaleza que permite afrontar cualquier obstáculo, trabajar para el bien en cualquier circunstancia. Continuará viviendo en nuestros corazones, en nuestro reconocimiento por su testimonio, por su ejemplo. Ha sido un verdadero apóstol de paz en el mundo entero. Italia, Roma – su diócesis que se está congregando en la Plaza de San Pedro – lloran la pérdida de un padre, de una persona amada».
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Aleksander Kwasnievski, presidente de Polonia
«Un gran Papa – nuestro paisano más excepcional, el Santo Padre, un buen padre para todos nosotros, creyentes y no creyentes, seguidores de diferentes religiones – que ya no está».
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Juan Carlos I, Rey de España
«Rendimos homenaje a la memoria del Santísimo Padre el Papa Juan Pablo II por su abnegado servicio a la cristiandad. Y su infatigable labor a favor de la paz, la justicia y la dignidad humana. En estos momentos de gran tristeza, tampoco podemos olvidar su especial afecto y dedicación hacia España, con el recuerdo imborrable de sus cinco visitas pastorales, así como las reiteradas muestras de consuelo y aliento que siempre tuvo con nuestro país en los momentos más duros y también en los más felices».
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Ricardo Lagos, presidente de la República de Chile
Su largo pontificado, rico en sabiduría y enseñanzas, es apreciado y valorado por todos los chilenos. Particular gratitud tenemos por su oportuna y sabia mediación en el diferendo que tuvimos con el hermano pueblo argentino, resuelto con su paciencia e inteligencia en el Tratado firmado en 1984. Nuestra memoria recuerda también con especial agradecimiento su visita pastoral efectuada en abril de 1987 que tanto bien hizo a nuestra patria.
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George W. Bush, presidente de los Estados Unidos
«El Papa Juan Pablo II ha sido una inspiración para millones de americanos, y para muchos más en todo el mundo. Siempre recordaremos al sacerdote humilde, sabio y audaz que se convirtió en uno de los grandes líderes morales de la historia. Agradecemos a Dios que nos enviara a tal hombre, un hijo de Polonia, que se convirtió en Obispo de Roma, y un héroe para todos las épocas».
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Gerhard Schröder, canciller alemán.
El Papa ha «influido en la integración pacífica de Europa de muchas formas. Por sus esfuerzos y por su impresionante personalidad, ha cambiado nuestro mundo».
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Lech Walesa, antiguo presidente polaco y líder de Solidaridad
«Creo que tardaremos en descubrir cuánto ha trabajado y ha luchado el Santo Padre por nosotros. Nos ha hablado a través de su enfermedad y de su sufrimiento puesto al servicio del verdadero fin. Sin él no se habría terminado el comunismo o al menos – si hubiera ocurrido – habría sido más tarde y su fin habría sido sangriento».
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Shimon Peres, vice premier de Israel
El Papa «encarnó lo mejor que está dentro de toda la humanidad así como lo que es más común a ella... Sus acciones y declaraciones transformaron las relaciones entre la fe católica y la fe judía, y tuvieron un impacto fundamental en la lucha contra el antisemitismo».
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Mahmoud Abbas, líder palestino
«Lo echaremos de menos como una distinguida personalidad religiosa, que dedicó su vida a defender los valores de la paz, la libertad y la igualdad».
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Fidel Castro, presidente de Cuba
«La humanidad guardará un emotivo recuerdo de la incansable labor de Su Santidad Juan Pablo II a favor de la paz, la justicia y la solidaridad entre los pueblos».
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Mohammad Khatami, presidente de Irán
«Con gran tristeza hemos conocido la muerte del líder de los católicos del mundo, Su Santidad Juan Pablo II, que siguió los tres caminos, el del saber religioso, el del pensamiento filosófico y el de la creatividad poética y artística».
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Kofi Annan, Secretario General de Naciones Unidas
«A parte de su papel como guía espiritual de más de 1.000 millones de hombres, mujeres y niños, ha sido un incansable defensor de la paz, un verdadero pionero del diálogo interreligioso y una sólida fuerza de auto evaluación crítica de la Iglesia misma».
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Gloria Arroyo, presidenta de Filipinas
«Ha sido un santo campeón de la familia filipina y de los valores cristianos profundos que hacen que cada uno de nosotros contemplemos... lo que es justo, moral y sagrado en la vida».
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Vicente Fox, presidente de México
«Juan Pablo II fue un hombre excepcional, su legado trascenderá las generaciones».
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Jacques Chirac, presidente de Francia.
(La historia) «conservará la impronta y la memoria de este soberano pontífice excepcional, cuyo carisma, convicción y compasión llevaron el mensaje evangélico con una resonancia sin precedentes a la escena internacional».
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Tony Blair, primer ministro del Reino Unido
«El mundo ha perdido a un líder religioso que fue venerado por las personas de todos los credos y de ninguno. Ha sido una inspiración, un hombre de extraordinaria fe, dignidad y coraje».
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Mary McAleese, presidenta de Irlanda
«Su confianza en el futuro, su compromiso nunca puesto en entredicho por el valor de cada vida humana y su testimonio bajo el peso del sufrimiento personal han constituido un signo de gran valor en la edad moderna».
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Levy Mwanawasa, presidente de Zambia
«Al Santo Padre que parte, le digo que creemos que no es tu deseo que te lloremos en nuestra pena sino que celebremos los logros que humildemente hiciste para ponerlos por obra y emular tu vida. Pero si ves lágrimas cayendo de nuestros ojos, es porque no podemos soportar la despedida del padre querido».
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Armando Guebuza, presidente de Mozambique
El presidente mozambiqueño Armando Guebuza describió la muerte de Juan Pablo II como una «pérdida irreemplazable» para el pueblo mozambiqueño, por su «incansable colaboración y dedicación a la promoción del desarrollo humano y social».
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Avul Pakir Jainulabdeen Abdul Kalam, presidente de la India
«El fallecimiento de Su Santidad, el Papa Juan Pablo II, ha sido recibido con profunda conmoción y dolor por el pueblo de la India que le consideraba un campeón de la paz y armonía mundiales. La suya era una voz entrañable de la razón contra todas las formas de intolerancia, inhumanidad e injusticia. Sus incesantes esfuerzos para defender la causa de los valores humanos serán siempre recordados como una faro de esperanza contra los desafíos desalentadores del mundo de hoy».
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Álvaro Uribe, presidente de Colombia
«Las nuevas generaciones que no han conocido sino a un Pontífice, que hoy experimentan su partida, tienen en Su Santidad un modelo para la democracia, la solidaridad, la lucha sin claudicaciones. Un modelo artillado de paz y amor, sin exclusiones y sin odios».
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John Howard, primer ministro de Australia
«El Papa ha sido un líder inspirador no sólo para los 1.000 millones de católicos del mundo sino que también fue un ejemplo de vida cristiana para todos los cristianos».
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Luiz Inacio Lula da Silva, presidente de Brasil
«La muerte del Papa Juan Pablo II entristece profundamente al pueblo brasileño. Sus tres visitas a Brasil son todavía recordadas con vívida emoción... Brasil se siente afligido por la pérdida de uno de los hombres que han marcado positivamente el curso de la historia contemporánea».
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Mijaíl Gorbachov, antiguo presidente soviético
«Lloro su pérdida. Sabíamos que ocurriría esto. Qué podemos decir – debe haber sido la voluntad de Dios. Actuaba realmente con valor. Su dedicación a sus seguidores es un ejemplo memorable para todos nosotros».
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José Manuel Barroso, presidente de la Comisión Europea
«Los europeos nunca olvidarán su lucha por la paz y la dignidad humana».
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General Musharraf, presidente de Pakistán
«El Papa ha rendido increíbles servicios a la paz, ha unido más a personas que pertenecían a diferentes credos».
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Olusegun Obasanjo, presidente de Nigeria
«El Papa Juan Pablo II no ha sido sólo el líder de los católicos del mundo, incluyendo Nigeria, sino que también ha mostrado compromiso y coraje en su búsqueda de la tolerancia mutua, la armonía y la unidad entre las religiones del mundo».
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Vaclav Klaus, presidente de la República Checa
«Considero que Juan Pablo II es una de las figuras más excepcionales de todo el siglo XX. Ha sido un hombre sabio y sensible, que dedicó su vida entera a los ideales de amor al hombres, a los ideales de la bondad humana, de la humildad, de la ayuda a los débiles, de la paz, de a libertad humana, de la dignidad y de la responsabilidad. Ha influido de manera fundamental en la lucha por la democracia en los países del bloque comunista y ha sido también mérito suyo el que estos países vivan otra vez en libertad».
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Lucio Gutiérrez Borbúa, presidente constitucional de la República del Ecuador
Su Santidad Juan Pablo II no sólo fue un admirable Vicario de Cristo en la tierra, sino un extraordinario líder mundial, que ha marcado un hito imperecedero en la historia y que con su sabiduría e inspiración divina supo guiar a la humanidad en momentos de trascendentales cambios y renovaciones.

Declaraciones de los líderes de la Iglesia sobre Juan Pablo II
«El más digno sucesor del humilde pescador de Galilea»
ROMA, sábado, 16 abril 2005 (ZENIT.org).- En los últimos días, no han dejado de llegar alabanzas a Juan Pablo II desde todos los rincones del mundo. A continuación algunas declaraciones de líderes de la Iglesia católica sobre el último Papa.
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Mons. Sean O’Malley, arzobispo de Boston
«En el Año Santo del 2000, el Santo Padre nos llamó a todos a que ‘abriéramos de par en par las puertas a Cristo’ para seguir a Cristo no por obligación sino por amor. La vida del Papa Juan Pablo II reflejó esta llamada puesto que cada día se abrió a sí mismo para ser un instrumento de la verdad sin complejos sobre los temas morales y éticos que afronta nuestra cultura. Ruego al Señor que conceda gracia sobre gracia a su fiel siervo y lo acoja en la luz y en la paz eterna del reino celestial de Dios».
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Cardenal Edward Egan, arzobispo de Nueva York
«Llevó el Evangelio a todos los rincones del mundo, proclamando la dignidad de todo ser humano, los derechos del pobre, y los males de la guerra ‘a tiempo y a destiempo’. En resumen, ha sido el más digno sucesor del humilde pescador de Galilea sobre el que el Señor construyó su Iglesia».
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Cardenal Francis George, arzobispo de Chicago
«La autoridad moral viene del cargo, pero también del carácter. Karol Wojtyla fue un superviviente de la Polonia ocupada por los nazis y de su siguiente gobierno comunista. Fue un deportista, un actor, un filósofo, y poeta. Todo esto capturó la imaginación de la gente de una manera novelesca, y usó todo lo que era para dirigir la atención más allá de él hacia Aquel, cuyo vicario era. En los últimos años, condujo la atención hacia Cristo por su fortaleza pública en sus sufrimientos, que le conformaron a él personalmente siempre más cerca de Cristo».
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Mons. Charles Chaput, arzobispo de Denver
«El Papa Juan Pablo II encarnó las mayores cualidades del Concilio Vaticano II: una profunda fidelidad a Jesucristo y su Evangelio; una profunda confianza y alegría en la fe católica; una apertura al bien del mundo; amor fraternal a los demás cristianos y al pueblo judío; y respeto por todas las personas de buena voluntad. Conoció el sufrimiento personal a lo largo de su vida. Experimentó de primera mano el coste de la guerra, del genocidio y de la opresión política. Estas cosas nunca dañaron su fe. Hicieron lo contrario. Le condujeron más profundamente al corazón de Dios».
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Cardenal Justin Rigali, arzobispo de Filadelfia
«Recibí con profunda tristeza la noticia del fallecimiento de Juan Pablo II. También con gratitud a Dios por el don del Santo Padre. Seguramente que será recordado como el mayor líder espiritual de nuestro tiempo. Su vida entera ha sido un ejemplo de cómo vivir nuestra fe, de cómo dar testimonio del amor de Nuestro Señor Jesucristo. El Santo Padre se dio completamente al servicio de Jesús y de la Iglesia universal. En sus últimos años, sufrió de muchas dolencias físicas pero nunca permitió que estos dolores y problemas pesaran sobre su espíritu; su sufrimiento fue su regalo final. Fue un ejemplo para todos nosotros del valor de la vida humana en cualquier etapa de su existencia».
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Mons. Brendan O’Brien, presidente de la Conferencia Episcopal Canadiense
«Tanto con su palabra como con su ejemplo enseñó la fuerza de la fe, el poder de la oración, la necesidad de perdonar, y el imperativo de servir a los pobres y oprimidos del mundo. Sus enseñanzas seguirán guiando a la Iglesia en los años venideros en su misión de proclamar el Reino de Dios».
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Caritas Internationalis
«A través de su vida, el Papa Juan Pablo II respondió con compasión a los problemas del mundo, y nos inspiró con su dedicación a las personas que servimos – los pobres, los hambrientos, los desplazados y todos los que lloran por la justicia y por que termine su sufrimiento. Sus palabras embellecen las paredes de los museos y de las chabolas, inspirando a ricos y pobres con su mensaje de esperanza.»
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Cardenal George Pell, arzobispo de Sydney
«Ha sido un genuino hombre de espíritu, un verdadero sacerdote. Su ejemplo y enseñanza ha animado a los católicos ortodoxos de todas partes a perseverar. Puedo atestiguarlo personalmente. Ha inspirado a miles, quizá a decenas de miles, al sacerdocio y a la vida religiosa».
«Ha estabilizado la nave incluso en Occidente. Si muchos todavía estaban resueltos a ser indecisos, decididos sólo a dejarse a la deriva, no ha habido duda alguna de quién estaba al mando. Nunca le faltó coraje y el coraje es contagioso. La historia lo conocerá como Juan Pablo el Grande. Se ha ganado esa distinción».
* * *
Cardenal Cormac Murphy-O’Connor, arzobispo de Westminster
«Hemos perdido a un gran líder de nuestro mundo moderno. Juan Pablo II ha sido un hombre extraordinario, uno de los más grandes papas de los 2000 años de historia de la Iglesia. Le recordaremos por su incansable testimonio de la esperanza, de la libertad y de la dignidad de la vida humana. Le recordaremos por su coraje en cruzar las fronteras de la raza, la religión y la ideología; le recordaremos por sus energía, así como por su resistencia valerosa al sufrimiento físico hasta el fin».
«Juan Pablo II ha sido siempre consciente del drama de la salvación humana; nos recordó, incansable, nuestro destino eterno. Demostró, en su propia vida, cómo los seres humanos llegan a alcanzar su máxima grandeza y libertad cuando son más obedientes a la voluntad de Dios. Ha sido una luz que se quemaba más cuanto más profunda era la oscuridad. La Iglesia notará su pérdida. El mundo notará su pérdida. Yo notaré su pérdida».
* * *
Mons. Sean Brady, arzobispo de Armagh y primado de Irlanda
«Ha sido un hombre de nuestro tiempo, pero sin temor a desafiar la cultura y los valores de nuestra época. Él le dio razones para vivir y razones para la esperanza. Estaba adelantado a nuestro tiempo en su mensaje de solidaridad global, su visión de una civilización del amor entre todas las personas y naciones del mundo, en su respeto por la persona humana y, hasta el mismo momento de su muerte, en su poderoso testimonio del Evangelio de la vida. Fue en todos los sentidos un testigo de esperanza y un campeón de la vida».
«El profundo sentido de paz y serenidad, que le acompañó hasta la muerte, estaba con razón enraizado en su vida de oración y contemplación frecuentes, especialmente en su oración ante el santísimo sacramento. Su profunda e íntima relación con Cristo fue la fuente de su gran calma y coraje ante los mayores desafíos, y no menos ante los desafíos físicos de sus últimos años. Solía repetir las palabras de Jesús, ‘No tengáis miedo’».
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Conferencia Episcopal Italiana
«Pedimos a todos que se unan en oración para que el Papa, que desde el inicio de su pontificado nos invitaba a abrir las puertas a Cristo, pueda ahora recibir el abrazo de Él, el Señor de la Vida, que él anunció de modo tan infatigable a todos los hombres en todos los rincones de la Tierra. Que nuestra oración se convierta también en una expresión de gratitud a Dios, por el extraordinario don que ha hecho a la Iglesia y al mundo a través de la persona y las enseñanzas de Juan Pablo II».
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Conferencia Episcopal Española
«Todos le debemos honda gratitud por su entrega fiel y sin reservas a la causa del Evangelio y a la misión recibida del Señor de confirmar en la fe a sus hermanos. La abnegación de su servicio apostólico ha quedado aún más patente, si cabe, en su sufrimiento y su enfermedad. Hoy los católicos de todo el mundo, gracias a su ministerio, nos sentimos más firmes en la fe en Jesucristo, más animados por la esperanza de la Gloria y más resueltos a la caridad que nos hace hijos de Dios y hermanos de todos los hombres».
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Consejo de Conferencias Episcopales de Europa
«Como el Siervo de los siervos de Dios, el Papa Juan Pablo II ha sido un papa de visión universal en sus escritos y en su pastoral. Ha sido un Papa para el mundo globalizado; ha proclamado el mensaje universal de Cristo como fuente de verdadera esperanza para la humanidad. Su visión de la dignidad humana – enraizada en la persona de Jesucristo, en quien Dios vivió, sufrió, murió y resucitó de la muerte – está inextricablemente unida al bien común de toda la humanidad. A través de su visión buscó construir puentes entre las personas de todas partes. Se esmeró especialmente en profundizar la comprensión ecuménica entre las confesiones cristianas, así como en promover y consolidar las relaciones interconfesionales».
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Conferencia Episcopal Mexicana
«Los Obispos de México experimentamos con toda la Iglesia Universal, un profundo dolor por la partida del Santo Padre. Sin embargo, desde la fe proclamamos con gozo el paso feliz a los brazos de Dios. También nos sentimos plenamente agradecidos por el tesoro de gracia de este gran Pastor, quien desde su primera visita a nuestro país, desencadenó un proceso de dinamismo pastoral que nos ha fortalecido enormemente».
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Cardenal Jaime Sin, arzobispo emérito de Manila, Filipinas
«La Iglesia ha perdido un Padre y un Pastor y yo también he perdido a un hermano y a un buen amigo».
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Mons. Evarist Pinto, arzobispo de Karachi, Pakistán
El Pontífice ha sido «un padre querido y un pastor de corazón bueno, un líder carismático y dinámico, un campeón de la justicia y los derechos humanos, el defensor del pobre y del oprimido».
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Mons Joseph Zen, obispo de Hong Kong
«Adiós a un gran y querido líder espiritual mundial. Dar testimonio de la verdad es la misión fundamental de la Iglesia... el Santo Padre predicó con coraje el Evangelio de la vida, poniendo énfasis en la sacralidad del matrimonio y en la importancia de la familia. Defendió toda vida humana desde la concepción hasta su muerte natural. Mis sentimientos en estos momentos son de profunda gratitud y alabanza al Señor. Ha hecho maravillas a través de este Papa venido de la lejana Polonia. Es cierto que una de sus lamentaciones ha sido no haber tenido oportunidad de visitar China...»
«Querido Santo Padre, ahora que estás con el Padre en los cielos, bendice a tu rebaño en China. Haz que el sufrimiento de tu lecho de muerte complete tus oraciones y obtén la gracia de que el pueblo chino pueda un día conocer a Jesucristo y se convierta a Dios».
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Cardenal Jaime Ortega, arzobispo de La Habana
«Éste es el hombre que ha cargado con el peso moral del mundo durante 26 año... convirtiéndose en la única referencia moral de la humanidad en los últimos años de guerras y dificultades».
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Conferencia Episcopal Sudafricana
«Con gran tristeza lloramos la muerte de Juan Pablo II, mientras agradecemos profundamente los muchos resultados que el Señor nuestro Dios ha obtenido a través de sus esfuerzos incansables por acercar a las personas a Dios y a los demás».
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Gregorio III Lahham, patriarca melquita griego de Damasco
«El Pontífice ha sido un ‘nuevo Juan el Bautista’ porque como el primero ha sido una voz que grita en el desierto para preparar los caminos del Señor; limpió la hipocresía y el pecado ante el Señor Resucitado».

Declaraciones de los líderes de otros credos sobre Juan Pablo II
«Un extraordinario ‘sermón vivido’ para el tiempo pascual»
ROMA, ROMA, sábado, 16 abril 2005 (ZENIT.org).- Los reconocimientos a Juan Pablo II han venido de muchos no católicos, como muestran los siguiente ejemplos.
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Rabí Marvin Hier, fundador del Centro Simon Wiesenthal de Los Ángeles
«Ningún Papa ha hecho más por los judíos».
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Comité de Rabinos de Nueva York
«Recordaremos cariñosamente sus históricas visitas a la Gran Sinagoga de Roma, al campo de concentración de Auschwitz (Polonia) y al Muro Occidental de Jerusalén, así como el que estuviera con nosotros en solidaridad espiritual. Al declarar el antisemitismo un pecado contra Dios y la humanidad, el Papa recordó en repetidas ocasiones al mundo que no podemos volver nunca a permanecer en silencio mientras perecen personas por su raza o religión».
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Rowan Williams, arzobispo anglicano de Canterbury
«Creo que en estos días pasados, hemos visto un extraordinario ‘sermón vivido’ para el tiempo de Pascua, sobre cómo afrontar la muerte con honestidad y coraje; afrontar la muerte en la esperanza de una relación que no se rompe por la muerte sino que continúa más allá de ella. El Papa Juan Pablo II mostró su carácter en la forma en que afrontó su muerte; claramente frustrado, claramente sufriendo, y sin embargo aceptando todo; haciendo frente a sus fragilidades y permaneciendo valeroso y esperanzado. Siento que hay una cierta coincidencia en el hecho de que muriera en el Tiempo Pascual – un tiempo del año eclesiástico que significó mucho para él. Ha sido un tiempo en el que ha sido capaz de dar un mensaje al todo el mundo cristiano, y de hecho a todo el mundo, que no será olvidado fácilmente».
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Billy Graham, evangelista de Estados Unidos
El Papa Juan Pablo II ha sido «incuestionablemente la voz más influyente para la moralidad y la paz del mundo durante los últimos 100 años. Estaba convencido de que los complejos problemas de nuestro mundo son en última instancia de naturaleza moral y espiritual, y de que sólo Cristo puede liberarnos de las cadenas del pecado, de la avaricia y de la violencia».
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Mark Hanson, presidente de la Federación Luterana Mundial
«Los luteranos recordarán siempre a Juan Pablo II como el Papa que fomentó un crecimiento sin precedentes de las relaciones entre luteranos y católicos romanos. Curando las heridas causadas durante el siglo XVI, la Reforma adquirió un nuevo significado cuando se firmó en 1999 la Declaración Conjunta sobre la Doctrina de la Justificación. Vivimos en una nueva esperanza de que el Espíritu de Cristo Vivo continuará aquella labor y nos conducirá a una relación más fuerte entre los dos cuerpos eclesiales».
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Richard Land, presidente de la Comisión Baptista del Sur de Ética y Libertad Religiosa
«Reunió a las naciones cautivas de la Europa del Este para arrojar el yugo del comunismo soviético. Además, se presentó como uno de los más elocuentes portavoces en cualquier parte del mundo de la libertad religiosa para todos los seres humanos como un derecho universal, y de la santidad de toda vida humana desde la concepción hasta la muerte natural en todas partes».
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Reverendo Frank Griswold, líder de la Iglesia episcopaliana de Estados Unidos
«Como el cabeza de familia del Evangelio, fue capaz de sacar del tesoro de sus propias cosas ‘tanto nuevas como antiguas’ de su espíritu profundo. Su voz y su autoridad moral han dado inspiración y esperanza a millones más allá de la Iglesia católica romana. Su compromiso por la unidad de la Iglesia se expresaba en su buena voluntad personal de encontrarse con representantes de otras comunidades religiosas e invitar a quienes estaban fuera de su propia tradición a reflexionar sobre cómo el ministerio de Obispo de Roma puede ser de un mayor servicio tanto a la causa de la unidad cristiana como al bienestar del mundo».
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Ted Haggard, presidente de la Asociación Nacional de Evangélicos
«El Papa Juan Pablo II ha estado firmemente con nosotros en todo el mundo libre defendiendo el matrimonio heterosexual monógamo y defendiendo el hecho de que un feto es un ser humano».
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El Dalai Lama
«A pesar de su avanzada edad y su declive de salud física, sus esfuerzos implacables para visitar diferentes partes del mundo y encontrarse con las personas que vivían allí, para promover la armonía y los valores espirituales, han ejemplificado no sólo su profunda preocupación sino también el coraje que le llevó a cumplirlo».
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Patriarca Alexis II, líder de la Iglesia ortodoxa rusa
«El Papa Juan Pablo personalmente, y sus obras e ideas, han tenido un fuerte impacto en el mundo».
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Patriarca Ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I, «primus inter pares» entre los jefes cristianos ortodoxos del mundo
«El Papa Juan Pablo II previó la restauración de la unidad de los cristianos y trabajó por su realización».
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Metropolitano ortodoxo Kirill de Smolensko y Kaliningrado, jefe del departamento para las relaciones externas de la Iglesia del Patriarcado de Moscú
«Los últimos días de Juan Pablo II estuvieron marcados por las cualidades, que le han ganado el respeto de todo el mundo. Aguantó sus sufrimientos con fe firme, haciendo que millones de personas admiraran su coraje. Espero sinceramente que su memoria sirva a la causa de la construcción de unas buenas relaciones entre nuestras Iglesias y sea un compromiso para superar las actuales dificultades. Ruego al Señor Jesucristo por el descanso del alma de Su Santidad el Papa Juan Pablo II».
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Papa Shenouda III, Iglesia copta
«Quisiera extenderos mis más cordiales simpatías por la muerte de Su Santidad el Papa Juan Pablo II tras haber guiado a la Iglesia durante 26 años. Durante este periodo fue muy respetado y honrado por las personas de todo el mundo. También fue altamente elogiado por sus cualidades personales y su participación en la labor ecuménica y en la relación entre la Iglesia católica y el resto de iglesias del mundo».
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Clifton Kirkpatrick, presidente de la Alianza Mundial de Iglesias Reformadas
«Damos gracias a Dios por el impacto que ha tenido en nuestro tiempo el Papa Juan Pablo II como líder. Damos gracias por un ministro a quien, como sacerdote, obispo y jefe de la Iglesia católica romana, hemos visto llevar el testimonio del Evangelio al mundo contemporáneo».
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Catholicos Aram I, moderador del comité central del Consejo Mundial de Iglesias
«Su Santidad el Papa Juan Pablo II seguirá siendo una figura excepcional en la historia moderna del cristianismo mundial. De hecho, su esfuerzo incansable para hacer del Evangelio de Cristo una realidad viva en la vida de las personas, su inflexible testimonio profético en hacer de los valores morales principios guías de las sociedades humanas, su firme compromiso por la causa de la unidad cristiana, su apertura a las demás religiones con una visión clara de vivir juntos como una comunidad reconciliada en medio de las diversidades, y su continua defensa de la justicia, los derechos humanos y la libertad le hacen una figura excepcional de grandes logros. Como moderado del comité central del Consejo Mundial de las Iglesias y como Catholicos armenio de Cilicia, tuve el privilegio de encontrarme con Su Santidad en diferentes ocasiones y pude atestiguar la fuerza de su fe, la profundidad de su sabiduría y la claridad de su visión».
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John Neill, arzobispo de Dublín de la Iglesia de Irlanda
«Su visión para la curación de las divisiones del cristianismo se vivió en un momento difícil del camino ecuménico – cuando habíamos pasado la euforia de la amistad surgida del Vaticano II – y estaba en la etapa más difícil de mirar no sólo lo que une, sino de intentar entender algo más de lo que divide. A menudo fue la amistad y la calidez de Juan Pablo II lo que permitió las diferencias siguieran siendo diferencias entre hermanos y hermanas en Cristo – diferencias familiares».
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Reverendo Dr. Keith Clements, secretario general de la Conferencia de Iglesias Europeas
«Para las Iglesias y los pueblos de Europa Juan Pablo II ha sido una figura de un significado especial. Como un hijo de Polonia, soportó en su propia vida mucho de la más trágica experiencia de Europa en el siglo XX, experiencia traída por la guerra y la opresión, primero bajo la ocupación nazi y luego bajo el totalitarismo comunista. Igualmente, bajo estas experiencias, encarnó el más fino espíritu de la Cristiandad europea al rechazar comprometer su fe o su humanidad».
«Como líder de la Iglesia católica romana en Polonia, hizo mucho para inspirar la causa de la libertad y los derechos humanos tanto en su país nativo como en los más lejanos países de Europa del Este. Es seguro su lugar en la historia de los cambios en Europa en el último cuarto del siglo XX. Además está su currículum, durante su largo pontificado, de defensor de la causa de una mayor unidad europea, la construcción de una ‘casa común europea’ en la que tanto el este como el oeste comparten el cristianismo». 

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