26.4.11

BALANCE DEL PONTIFICADO DE JUAN PABLO II

Juan Pablo II fue elegido Papa el 15 de octubre de 1978. Están para cumplirse los veinticinco años de uno de los pontificados más largos de la historia. Y también uno de los más densos. Por los testimonios que tenemos de su entorno, antes y después de ser Papa, nos consta que tiene una gran personalidad con unos rasgos acusadamente religiosos. Tenemos ya algunas biografías acreditadas y bien documentadas, que son capaces de transmitir una primera impresión, como la famosa de Georges Weigel. Pero todavía es pronto y no gozamos de perspectiva histórica para situarlo en el conjunto de la historia de la Iglesia. En una primera aproximación, es necesario remitirse a los datos. Y la sola enumeración causa verdadero asombro. Aún a riesgo de que la acumulación resulte abrumadora, vale la pena hacer un recorrido. Lo vamos a dividir en tres partes: intentando hacer un mapa de sus principales documentos doctrinales; enumerando sus grandes iniciativas apostólicas; y revisando los proyectos que han tenido un alcance universal para toda la Iglesia.

1. La doctrina

El Magisterio de Juan Pablo II se puede entender con varias claves. En primer lugar, su formación personal y su participación en el Concilio Vaticano II. En segundo lugar, la situación de perplejidad y crisis en el que se sentía la Iglesia cuando fue elegido Papa, con fenómenos inquietantes de cansancio, contestación interna, deriva doctrinal y acoso cultural externo. Y con una dialéctica malsana entre el antes y después del Concilio, entre progresistas y conservadores, categorías extrañas y desintegradoras para la vida de la Iglesia, que es una tradición viva. Con la fuerza que le daban sus personales convicciones doctrinales y su formación como profesor de ética y moral cristiana, Juan Pablo II ha desarrollado una doctrina que, a la vez que se inserta en la tradición, ofrece brillos nuevos. En gran parte, la novedad de sus enfoques vienen de sus ideas sobre la antropología cristiana, muy inspiradas por la Constitución Gaudium et spes, del Concilio Vaticano II. Juan Pablo II se ha sentido siempre un “obispo del Concilio”, se puede decir que se formó durante las asambleas conciliares, y entendió desde el principio de su pontificado, que su misión tenía que ser llevar adelante el verdadero espíritu del Concilio, hacer fructificar sus esperanzas de revitalización de la Iglesia.
Podemos poner como pórtico de su actividad doctrinal la encíclica Fides et ratio (1998) porque está dedicada a la reflexión sobre las relaciones entre fe y razón y al estatuto de la teología y el pensamiento cristianos. Y luego clasificar sus principales documentos según su temática y rango doctrinal en 8 grupos.
1) En primer lugar, hay que poner las tres encíclicas trinitarias, que contienen que constituyen el marco general de la doctrina teológica de Juan Pablo II: Redemptor hominis (1979), Dives in misericordia (1980) y Dominum et vivificantem (1986); son probablemente las encíclicas que tienen un tono más personal de Karol Wojtyla, especialmente la primera.
2) Después vendrían las tres encíclicas eclesiológicas: Redemptoris missio (1990); Ut unum sint (1995); y Ecclesia de Eucharistia (2003), que tratan de la misión evangelizadora de la Iglesia, del ecumenismo y de la Eucaristía, como centro de la vida de la Iglesia. Esta doctrina se completa con la Carta apostólica Orientale lumen (1995), que es un esfuerzo ecuménico de acercamiento a las Iglesias orientales y ortodoxa. Y, sobre todo, con las seis exhortaciones apostólicas que han seguido a los Sínodos ordinarios. Han desarrollado los principales aspectos de la vida de la Iglesia: empezando por Catechesi tradendae (1979), sobre la catequesis cristiana; Familiaris consortio (1981), sobre la familia cristiana; Christifideles laici (1988), sobre el papel de los laicos; Pastores dabo vobis (1992), sobre la formación y vida de los sacerdotes; Vita consecrata (1996), sobre la espiritualidad y misión de los religiosos; a la que se podía añadir la E. A. Redemptionis donum (1984), también dedicada a los religiosos, aunque no procede de un Sínodo. Entre ellas, la Exhortación Apostólica Reconciliatio et poenitentia (1984), fruto del Sínodo de 1983 es un documento singular desde el punto de vista doctrinal, al proporcionar el marco general de la Redención, en el que se entiende la misión más profunda de la Iglesia en el mundo y el sacramento de la reconciliación. Queda pendiente la correspondiente al papel de los obispos en la Iglesia, tema del Sínodo general de 2001.
3) Tienen gran importancia las cinco encíclicas morales, que están claramente marcadas por sus intuiciones y por el esclarecimiento de los grandes principios cristianos. Y se pueden dividir en dos grupos: las dos que se refieren a los fundamentos de la moral Veritatis splendor (1993) y Evangelium vitae (1993), que destacan el papel de la verdad en la vida moral y la dignidad sagrada de la vida humana. Y las tres encíclicas sociales: Laborem exercens (1981), Sollicitudo rei socialis (1987) y Centesimus annus (1991), que contienen abundantes análisis sobre el desarrollo del hombre y la cultura. Por la importancia de la temática, también habría que tener aquí en cuenta la E. A. Familiaris consortio, antes citada.
4) Destaca el conjunto de documentos dedicados a la Virgen, desde la encíclica Redemptoris Mater (1987), a la que se puede añadir la Exhortación apostólica Redemptoris Custos (1989), sobre San José. Recientemente, nos sorprendía añadiendo cinco misterios al rezo tradicional del Rosario, en la Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae. El Pontificado de Juan Pablo II está marcado por su piedad mariana, como testimonia la gran M que, junto a la cruz, campea en su escudo. En un 13 de mayo de 1981, le atravesó una bala que hoy está en el Santuario de Fátima, en una de la corona la Virgen. Aquel atentado de evidente trasfondo político, trajo al papa los ecos del mensaje de Fátima y decidió consagrar el mundo y, en particular, Rusia al Inmaculado Corazón de María. Lo repitió en varias ocasiones, a partir del año 1982. También en relación con su piedad, pero en este caso hacia las raíces religiosas de su tierra, hay que poner la encíclicla Slavorum apostoli (1985), sobre San Cirilo y San Metodio, evangelizadores y patronos de los eslavos; convertidos por Juan Pablo II en copatronos de Europa. Siempre ha destacado que la Europa cristiana tiene dos pulmones y que el mundo eslavo representa uno de ellos.
5) Son admirables los ciclos desarrollados en las Audiencias generales, especialmente dos grandes e importantes Sobre el amor y la sexualidad y la castidad (1979-1985); y la Catequesis sobre el Credo (1985-2000). El primer ciclo es un largo curso sobre el cuerpo humano y el matrimonio, que podríamos llamar «Teología del cuerpo y de la sexualidad» que acaba con un comentario a Humanae vitae, de Pablo VI. El segundo ciclo son las catequesis sobre el Credo. Durante dieciséis años Juan Pablo II comentó detalladamente todos los artículos del Credo, destacando la doctrina antropológica al tratar de la creación del hombre y de la escatología.
6) Son más importantes de lo que parecen sus discursos y cartas a los organismos internacionales (ONU, UNESCO, FAO, etc.), los Mensajes de Año Nuevo y los discursos al Cuerpo Diplomático. Juan Pablo II ha aprovechado siempre esas ocasiones para desarrollar su idea de la situación de la Iglesia en el mundo. Cuando se dirige a públicos no específicamente cristianos, Juan Pablo II, suele desarrollar algún aspecto de antropología, muy en la línea de la intención de la Gaudium et spes.
7) Tienen interés otros muchos documentos menores, entre los que destacan como las Cartas Apostólicas Salvifici doloris (1984) y Mulieris dignitatem (1988); y las cartas dirigidas a los ancianos (1999), a los artistas (1999), a las mujeres (1995), a los nisños (1994) a las familias (1994) y a los jóvenes, entre otras.
8) Por último, no hay que olvidar las Entrevistas. Aunque no es un documento doctrinal, sería difícil exagerar la importancia de Cruzando el umbral de la esperanza (Plaza & Janés, Barcelona 1994) de cara a conocer las convicciones profundas de Juan Pablo II. También del precioso libro Don y misterio, lleno de sus recuerdos más entrañables, al cumplirse el quincuagésimo aniversario de su ordenación sacerdotal (1996). En menor medida, porque depende más del entrevistador, el libro-entrevista de A. Frossard, No tengáis miedo (Planeta, Madrid).

2. Las iniciativas apostólicas

Juan Pablo II ha resultado ser (ya lo era como obispo de Cracovia) un hombre convencido de que es preciso llevar la iniciativa. Siempre ha intentado ir por delante, con un interés testimonial y evangelizador, enormemente ampliado por los medios de comunicación pública. En esto se suman su experiencia pastoral en Cracovia y una convicción sobre lo que es la vida de la Iglesia, que, para vivir y crecer, necesita expresar su fe y celebrarla en común. Toda la acción pastoral de Juan Pablo II ha sido una enorme manifestación pública de la fe cristiana y un testimonio de dimensiones universales. Que va acompañado además, de una profunda religiosidad personal.
1) Entre las grandes iniciativas, hay que destacar el ciclo de las celebraciones del milenio, jalonado con las Cartas Apostólicas Tertio millennio adveniente (1994) y Novo millennio ineunte (2001), con los tres años dedicados a cada una de las Personas divinas, y las numerosas intervenciones del Papa durante las celebraciones del año jubilar, dedicado especialmente a la Eucaristía. Juan Pablo II se ha sentido, desde el momento de su elección, el Papa que debía introducir a la Iglesia en el tercer milenio, relanzando la evangelización.
2) Juan Pablo II es un hombre de comunión. Por eso, ha impulsado la actividad del Sínodo de Obispos. Son un testimonio las siete Asambleas Generales ordinarias, con sus largas reuniones de exposiciones y trabajos, en las que ha participado atentamente, que dieron lugar a las seis Exhortaciones apostólicas antes citadas (sobre la catequesis, la familia, la penitencia, los laicos, los presbíteros, los religiosos y los obispos) y un Sínodo extraordinario (1985), sobre el Concilio Vaticano II, al cumplirse los veinte años de su conclusión.
3) Además, los seis Sínodos especiales nacidos por su iniciativa. Han sido grandes asambleas episcopales, reunidas por continentes (Africa, 1999; América, 1997; Asia 1998; Oceanía, 1998) y dos para Europa (1991 y 1999). Además de otros Sínodos particulares de los Países Bajos (1980), el Líbano (1995) y, en cierto modo, los Estados Unidos (2002). Hay que añadir también su activa participación en las reuniones del CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano), en Puebla (1979) y Santo Domingo (1984).
4) Desde el principio, se ha querido hacer presente en las Iglesias particulares de todo el mundo, como testigo de la de fe y fermento de unidad. De ahí vienen un centenar de viajes apostólicos, cada uno, en general, a varios países. Algunos muy complicados, como los primeros viajes a Polonia (1979, 1983 y 1987), Pakistán (1981), Nicaragua (1983), Holanda (1985), Marruecos (1985), Zagreb (1995), Bosnia (1997) y Cuba (1998). Han destacado sus peregrinaciones ecuménicas a Rumanía (1999), Kazajstan y Armenia (2001), Azerbaiyán y Bulgaria (2002), aunque, de forma habitual, ha buscado desarrollar las relaciones ecuménicas en sus viajes. Y han tenido especial significación sus peregrinaciones jubilares, por los lugares santos de Egipto y Tierra Santa (2000), y por las rutas de San Pablo en Grecia, Siria y Malta (2001). Ha visitado, además los organismos internacionales (FAO, ONU, Consejo de Europa).
5) Las Jornadas mundiales de la juventud han sido una de las celebraciones más importantes del Pontificado y más queridas por Juan Pablo II, que ha dado dimensiones universales a algo que ya hacía en su diócesis de Cracovia. A nadie se le oculta que juventud es futuro. Juan Pablo II no se ha perdonado en esto ningún esfuerzo y ha conseguido convocar multitudes, sobrepasando una vez y otra los cálculos más realistas.
6) No hay que olvidar el ciclo sistemático de visitas apostólicas a las diócesis italianas y por las parroquias de Roma, que considera parte de sus obligaciones como Primado de Italia y Obispo de Roma y que han tenido lugar mientras desarrollaba todo lo demás. Y las iniciativas pastorales para la ciudad de Roma, con las reuniones del clero y el fomento de algunas prácticas, como la procesión del Corpus Christi (que restauró después de más de cien años), y el Via Crucis en el Colosseo.
7) Las canonizaciones merecen un capítulo aparte. Además de haber agilizado los procesos, Juan Pablo II ha renovado completamente el santoral cristiano, incorporando un gran número de testigos del Evangelio, cerca de 1300 beatos y 500 santos, muchos de ellos mártires. Sobre toda otra consideración, han prevalecido los criterios de ofrecer modelos que sirvan y ayuden a los cristianos de hoy
8) Han dejado un testimonio entrañable y curioso los encuentros interreligiosos de Asís, para rezar por la paz (1986 y 2001), con gran impacto en la opinión pública.
9) Por último, una actividad menos conocida pero significativa, desde el punto de vista de los intereses personales de Juan Pablo II, pero también de su visión apostólica, ha sido la realización sistemática de simposios en el Vaticano, sobre temas candentes de la ciencia, el pensamiento y la cultura, con la participación de destacados científicos y pensadores. Aunque menos conocidos, porque se han realizado en forma privada, forman parte importante y significativa del diálogo entre la fe y la cultura, tal como lo entiende Juan Pablo II.

3. Los proyectos de alcance universal

Al impulso de Juan Pablo II, se deben también tres grandes cuestiones que afectan a toda la Iglesia: Los dos Códigos, de Derecho Canónico(1983) y el de las Iglesias orientales (1990); el Catecismo de la Iglesia Católica (1992); y la reforma de la Curia Romana.
1) Los trabajos sobre de recopilación del Derecho Canónico occidental y oriental son una herencia recibida de Pablo VI. Una herencia compleja, teniendo en cuenta la situación incómoda de la Iglesia posconciliar. La crisis disciplinar hacía antipático para algunos y difícil para todos la realización de unos Códigos. La Iglesia sólo había tenido un código anterior (1917), que, por distintas razones, había quedado obsoleto. Y se veía en la tesitura de darse una normativa universal y orgánica que ayudara a su organización interna. Aunque la naturaleza de la Iglesia no es como la de una sociedad civil necesita de las leyes para su correcto funcionamiento. Con su tesón, y también con su sensibilidad hacia los trabajos en equipo, Juan Pablo II consiguió llevar a término el Código de Derecho Canónico. Esta labor se completaría con el Código de los cánones de las Iglesia orientales, que es una novedad, porque, aunque estaba en proyecto, no llegó a codificarse junto con el de 1917.
Todavía más difícil resultaba la elaboración del Catecismo universal. También aquí sólo había un precedente: el Catecismo Romano o Catecismo para Párrocos (1566) que impulsó San Pío V, después del Concilio de Trento. Las dificultades eran evidentes: por un lado de tipo doctrinal, dada diversidad de situaciones de la Iglesia universal y la crisis producida en la enseñanza de la teología. Por otro, estaban las dificultades intrínsecas de elaborar una gran síntesis, que recogiera todo y supiera expresarlo de manera adecuada. Fue, desde luego una tarea ingente, pero llevada felizmente a cabo. Sólo si se tienen presentes estas circunstancias, se sabrá valorar lo que significa que hoy la Iglesia Católica universal posea pacíficamente un compendio doctrinal tan sólido y tan hermoso, como base para toda su actividad doctrinal. El Catecismo es, sin duda alguna, un hito miliar en la historia doctrinal de la Iglesia católica.
La Curia Romana es el instrumento con el que el Papa desarrolla su misión de gobierno con respecto al Estado Vaticano, su diócesis de Roma y la Iglesia universal. Además, de otras medidas concretas, se debe a Juan Pablo II la Constitución Apostólica Pastor Bonus (1988) donde organiza los distintas entidades e instituciones de la Santa Sede: la Secretaría de Estado, las Congregaciones, los Tribunales, los Consejos Pontificios, y los organismos que rigen la Casa Pontificia y el Estado del Vaticano. Aparte de esto, Juan Pablo II ha procurado internacionalizar y darle un tono más universal, incorporando a su lado, personalidades de la Iglesia de todo el mundo.

De labore solis

Estos han sido los trabajos de Juan Pablo II, hasta ahora. En la lista de San Malaquías, que no merece ninguna credibilidad por más que guste a los esotéricos, a Juan Pablo II, le tocaría el titulo De labore solis: es decir, el trabajo del sol, desde que nace hasta su ocaso. En este caso, no se puede decir que sea desacertado. Juan Pablo II ha desarrollado, día a día, año tras años, incansablemente, un trabajo titánico. También es enorme el rastro de luz que ha dejado en esta larga trayectoria todavía no terminada. Es un gran testimonio de fe y un aliento de esperanza para la Iglesia que ha sido introducida por su mano en el tercer milenio de la era cristiana.
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