3.12.10

Javier: la semilla de Dios en Oriente



El patrono de la JMJ no cejó en su ardor evangelizador en tierras de misión
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Madrid, 3 de diciembre de 2010.- San Francisco Javier fue un gran misionero. Dedicó los últimos 11 años de su vida a evangelizar la India, el sureste asiático y Japón, un increíble periplo que dejó a su paso la semilla de Cristo por la que comenzaron a crecer las comunidades cristianas. El santo navarro es patrón de las misiones y de la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid.

Francisco Javier nació en 1506 en el castillo familiar, muy cerca de la capital navarra, Pamplona. De familia acomodada, sus padres le envían a estudiar a París, en cuya universidad conocería a san Ignacio de Loyola. En un primer momento apenas tiene trato con el vasco, pero a través de amigos comunes Javier se acerca a Ignacio. El fundador de los jesuitas le insta a vivir una vida de plenitud, que sólo puede darse con una entrega total a Cristo. Javier se resiste hasta que finalmente acepta la oferta de Ignacio de asistir a un retiro especial. Se trata de los ‘ejercicios espirituales’ jesuíticos, el primero de ellos, en los que –dirigido por Ignacio- Javier queda profundamente removido y decidido a seguir a Cristo.
La Compañía de Jesús
Javier forma parte de los siete primeros seguidores de san Ignacio, consagrados a Dios en 1534. Los planes de Ignacio son viajar a Tierra Santa, pero se acaba abandonando el proyecto. Javier es enviado en 1540 a la India. Para ello hay que partir desde Lisboa. El rey le tiene en tan alta estima por su fama de santidad que lo retiene todavía un año. Finalmente en 1541 parte a Oriente.

El barco de Javier tarda 13 meses en llegar a su destino, tiempo en el que ejerce de director espiritual de la embarcación. Finalmente llegan a la colonia portuguesa de Goa el 6 de mayo de 1542.
Javier encuentra en las colonias un ambiente de abandono de la práctica religiosa y un abuso de los nativos, que son tratados como esclavos o como seres inferiores. Javier denuncia esto en repetidas ocasiones ante las autoridades locales, llegando incluso a instar al rey de Portugal a tomar medidas contra los abusos. Javier desvela en sus cartas que el trato de los cristianos de origen europeo hacia sus hermanos indígenas es “una espina clavada en mi corazón”.
El ardor misionero de Javier le hace viajar por las diferentes colonias portuguesas de Oriente en esos años. La tribu de los paravas frente a las costas de Ceilán, Malasia, Indonesia, las Molucas…
Japón y China
Japón es el siguiente objetivo del misionero navarro hacia donde parte en 1549. En Japón logra la conversión de miles de personas, ayudado por tres japoneses a quienes conoce en la India. Javier viaja de ciudad en ciudad: Kagoshima, Hirado, Yamaguchi, Kioto, son testigos de la labor de Javier que deja una fecunda comunidad cristiana que pervive a través de los siglos hasta nuestros días.

1552 es testigo de la vuelta de Javier a la India, donde se multiplica para atender las diferentes colonias. En su ausencia los abusos hacia los indígenas han aumentado y Javier centra su tarea en corregir estos abusos y confirmar en la fe a sus hermanos. Allí conoce a un joven chino. Su tierra despierta el deseo del misionero de acudir a predicar la Palabra de Dios. En abril de 1552 parte hacia China, un país hasta el momento inaccesible para los extranjeros.
Sus planes son desembarcar en la isla de Sancián, frente a las costas chinas e introducirse furtivamente en el país, pero sus planes no salen como esperaba.
Javier contrae unas fiebres que le postran en la isla, es acogido por un comerciante portugués, que le recibe en una destartalada cabaña. Tras varias semanas enfermo, finalmente, el 3 de diciembre de 1552 entrega su alma a Dios a las puertas de China.
Javier entregó su vida a Dios sin reservas. Como todos, se resistió en un primer momento a una vida de exigencia, de predicación de la Palabra, pero finalmente aceptó la voluntad de Dios para ser su instrumento. Las comunidades cristianas de Oriente fundadas o confirmadas por el santo perviven hasta el momento.
San Francisco Javier fue canonizado en 1622 junto a Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús, Felipe Neri y Isidro el Labrador.

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