17.11.10

SEIS MITOS de los testigos de Jehová


Primer mito
: El alma muere con el cuerpo

Una larga cadena de mitos
En su revista quincenal La Atalaya del 1 de noviembre de 2009, los Testigos de Jehová presentan con extraordinaria concisión sus enseñanzas fundamentales y los ataques a la fe católica que les resultan más eficaces para confundir al católico que carece de una adecuada formación bíblica y una oportuna capacitación en apologética o defensa de la fe, tan necesaria en nuestros días.
Saltan a la vista en este número de La Atalaya las características de los Testigos de Jehová:
a) su aparente cultura bíblica y profana, que tratan de mostrar presentando citas de los más variados documentos, libros y enciclopedias y pasajes bíblicos tomados de las más diversas traducciones de la Biblia, incluida su traducción propia, denominada Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras.
b) su intento por disolver el cristianismo, negando las verdades fundamentales de la fe cristiana: la doctrina de la Santísima Trinidad, la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, la maternidad divina de María, la sobrevivencia del alma después de la muerte, la existencia del cielo y el infierno, la unicidad del cielo y la legitimidad de las imágenes sagradas. No extraña que en amplios sectores no se les considere cristianos, pues rechazan lo específico cristiano y se quedan en una interpretación muy pobre del Acontecimiento Cristo.
c) su habilidad para presentar sofismas y falacias.
Primer mito:
“El alma muere con el cuerpo”.
Otra formulación del mito: “Cuando una persona muere, deja de existir”.
Origen del mito: Los Testigos de Jehová afirman que la enseñanza católica de la inmortalidad del alma fue adoptada de la filosofía griega por los primeros filósofos cristianos. En realidad esta afirmación va dirigida a negar lo característico del cristianismo para presentarse como algo único y especial en el concierto de las religiones.
¿Qué dice la Biblia? En realidad la doctrina de la inmortalidad del alma está ya presente en el Antiguo Testamento:
El polvo vuelve a la tierra de donde vino, y el espíritu sube a Dios que lo dio (Ecl 12, 7).
Las almas de los justos están en las manos de Dios y ningún tormento podrá alcanzarlos. A los ojos de los insensatos están bien muertos y su partida parece una derrota. Nos abandonaron: parece que nada quedó de ellos. Pero, en realidad, entraron en la paz (Sab 3, 1-2).
El Nuevo Testamento lo reafirma con extraordinaria claridad:
Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco. Ellas me siguen, y yo les doy vida eterna. Nunca perecerán y nadie las arrebatará jamás de mi mano (Jn 10, 27-28).
No teman a los que sólo pueden matar el cuerpo, pero no el alma; teman más bien al que puede destruir alma y cuerpo en el infierno (Mt 10, 28).
Cuando abrió el quinto sello, divisé debajo del altar las almas de los que fueron degollados a causa de la palabra de Dios y del testimonio que les correspondía dar (Ap 6, 9).
Por otra parte, es muy ilustrativo el episodio de la Transfiguración del Señor (Mc 9, 1-10; Lc 9, 28-36 y Mt 17, 1-7).
Y se les aparecieron Elías y Moisés, que conversaban con Jesús (Mc 9, 4).
Dos hombres, que eran Moisés y Elías, conversaban con él. Se veían en un estado de gloria y hablaban de su partida, que debía cumplirse en Jerusalén (Lc 9, 30-31).
Si con la muerte, todo acaba para la persona, ¿cómo se explica la aparición de Elías y Moisés a nuestro Señor Jesucristo y los Apóstoles? Escuchemos ahora a san Pablo:
Porque para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia. Pero veo que, mientras estoy en este cuerpo, mi trabajo da frutos, de modo que ya no sé qué escoger. Me siento urgido por los dos lados: por una parte siento gran deseo de romper las amarras y estar con Cristo, lo que sería sin duda mucho mejor (Flp 1, 21-23).
Si con la muerte se acaba todo, ¿por qué pensaba san Pablo que al romper las amarras (= morir), estaría con Cristo?
Veamos ahora estas palabras de Jesús al ladrón arrepentido, crucificado junto a Él:
Jesús le respondió: «En verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso(Lc 23, 43).
También es relevante la parábola del pobre Lázaro y el rico epulón (Lc 16, 19-31):
Pues bien, murió el pobre y fue llevado por los ángeles al cielo junto a Abraham (Lc 16, 22a).
Verdad: El alma es inmortal; no muere con el cuerpo.
Fuente: www.apostolesdelapalabra.org

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