
Primer mito
: El alma muere con el  cuerpo
Una larga cadena de mitos
En su revista quincenal La Atalaya del 1 de noviembre de 2009, los  Testigos de Jehová presentan con extraordinaria concisión sus enseñanzas  fundamentales y los ataques a la fe católica que les resultan más eficaces para  confundir al católico que carece de una adecuada formación bíblica y una  oportuna capacitación en apologética o defensa de la fe, tan necesaria en  nuestros días.
Saltan a la vista en este número de La Atalaya las  características de los Testigos de Jehová:
a) su aparente cultura bíblica y profana, que  tratan de mostrar presentando citas de los más variados documentos, libros y  enciclopedias y pasajes bíblicos tomados de las más diversas traducciones de la  Biblia, incluida su traducción propia, denominada Traducción del Nuevo Mundo  de las Santas Escrituras.
b) su intento por disolver el cristianismo, negando las verdades  fundamentales de la fe cristiana: la doctrina de la Santísima  Trinidad, la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, la maternidad divina de  María, la sobrevivencia del alma después de la muerte, la existencia del cielo y  el infierno, la unicidad del cielo y la legitimidad de las imágenes sagradas. No  extraña que en amplios sectores no se les considere cristianos, pues rechazan lo  específico cristiano y se quedan en una interpretación muy pobre del  Acontecimiento Cristo.
c) su habilidad para presentar sofismas y  falacias.
Primer mito: 
“El alma muere con el cuerpo”. 
Otra formulación del mito: “Cuando una  persona muere, deja de existir”.
Origen del mito: Los Testigos de Jehová afirman que la  enseñanza católica de la inmortalidad del alma fue adoptada de la filosofía  griega por los primeros filósofos cristianos. En realidad esta afirmación va  dirigida a negar lo característico del cristianismo para presentarse como algo  único y especial en el concierto de las religiones.
¿Qué dice la Biblia? En realidad la doctrina de la  inmortalidad del alma está ya presente en el Antiguo Testamento:
El polvo vuelve a la tierra de donde vino, y el espíritu sube a Dios  que lo dio (Ecl 12, 7).
Las almas de los justos están en las manos de Dios y ningún  tormento podrá alcanzarlos. A los ojos de los insensatos están bien  muertos y su partida parece una derrota. Nos abandonaron:  parece que nada quedó de ellos. Pero, en realidad, entraron en  la paz (Sab 3, 1-2).
El Nuevo Testamento lo reafirma con extraordinaria  claridad:
Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco. Ellas me siguen, y yo les doy  vida eterna. Nunca perecerán y nadie las arrebatará  jamás de mi mano (Jn 10, 27-28).
No teman a los que sólo pueden matar el cuerpo, pero no el  alma; teman más bien al que puede destruir alma y cuerpo en el infierno  (Mt 10, 28).
Cuando abrió el quinto sello, divisé debajo del altar las almas de  los que fueron degollados a causa de la palabra de Dios y del  testimonio que les correspondía dar (Ap 6, 9).
Por otra parte, es muy ilustrativo el episodio de la Transfiguración del  Señor (Mc 9, 1-10; Lc 9, 28-36 y Mt 17, 1-7).
Y se les aparecieron Elías y Moisés, que conversaban  con Jesús (Mc 9, 4).
Dos hombres, que eran Moisés y Elías, conversaban con él. Se veían en  un estado de gloria y hablaban de su partida, que debía cumplirse en  Jerusalén (Lc 9, 30-31).
Si con la muerte, todo acaba para la persona, ¿cómo se explica la aparición  de Elías y Moisés a nuestro Señor Jesucristo y los Apóstoles? Escuchemos ahora a  san Pablo:
Porque para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia. Pero veo que,  mientras estoy en este cuerpo, mi trabajo da frutos, de modo que ya no sé qué  escoger. Me siento urgido por los dos lados: por una parte siento gran  deseo de romper las amarras y estar con Cristo, lo que sería sin duda  mucho mejor (Flp 1, 21-23).
Si con la muerte se acaba todo, ¿por qué pensaba san Pablo que al romper las  amarras (= morir), estaría con Cristo?
Veamos ahora estas palabras de Jesús al ladrón arrepentido, crucificado junto  a Él:
Jesús le respondió: «En verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo  en el paraíso.» (Lc 23, 43).
También es relevante la parábola del pobre Lázaro y el rico epulón (Lc 16,  19-31):
Pues bien, murió el pobre y fue llevado por los ángeles al cielo  junto a Abraham (Lc 16, 22a).
Verdad: El alma es inmortal; no muere con el  cuerpo.
Fuente: www.apostolesdelapalabra.org
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"San Miguel Arcángel,
defiéndenos en la batalla.
Sé nuestro amparo
contra la perversidad y asechanzas
del demonio.
Reprímale Dios, pedimos suplicantes,
y tú Príncipe de la Milicia Celestial,
arroja al infierno con el divino poder
a Satanás y a los otros espíritus malignos
que andan dispersos por el mundo
para la perdición de las almas.
Amén."
"La vocación del cristiano es la santidad, en todo momento de la vida. En la primavera de la juventud, en la plenitud del verano de la edad madura, y después también en el otoño y en el invierno de la vejez, y por último, en la hora de la muerte." (Juan Pablo II

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