Eugenia Ponce De León Álvarez
Un religioso ha muerto y se presenta ante Dios quien le pregunta: “Dime, ¿qué hiciste de tu vida?” Él respondió:
“Señor, tú lo sabes todo y te habrás dado cuenta que durante todos los días de mi vida cumplí fielmente mis votos” y prosiguió “ Obedecí a mis superiores aunque no estuviese de acuerdo, viví con lo necesario aunque añorara muchas cosas y guarde la castidad aunque me abrasara por dentro”. Dios le miro con compasión durante unos segundos que parecieron siglos y dijo: “Es una pena que hayas perdido tu vida”. Este hombre abrió sus ojos ante el desconcierto de aquellas palabras y objeto con un por qué.
Dios continuo diciendo: “Porque confundiste lo que es una verdadera consagración. Quien pretenda seguir mi llamado deberá amar con intensidad a todos aquellos que pasen por su vida en derroche de generosidad y sirviendo con alegría”. (Pujol,1988)
Hablar de afectividad y sexualidad no es hablar de sentimientos ni de actos reducidos exclusivamente a la genitalidad, si no de la forma en que cada uno vive, piensa y manifiesta a los demás como somos, como personas y como sacerdotes, en este sentido, la sexualidad es el vehículo para poder manifestar lo anterior. ¿Qué entonces, afectividad y sexualidad a fin de cuentas no es el medio por el cual nos acercamos a Dios? Tal vez lo que ha buscado remotamente el Sacerdote es intentar limitar y muchas veces hasta negar la afectividad y sexualidad, la idea que se trasmite es que se tiene que sepultar todo lo que este relacionado con estos dos temas para “ser mejores”, sin embargo son las herramientas más valiosas que los seres humanos poseemos y utilizamos para comunicarnos, relacionarnos, y tener trascendencia en la vida y obra. Bautista,1970 menciona que: “La gracia no actúa si el hombre no le deja un espacio para que lo haga” y es responsabilidad del Sacerdote poner de su parte y amar, compartiendo su vida, no sólo con Dios, si no con la gente, misión, vocación.
Para lograr lo anterior se requiere de un largo recorrido de aprendizaje y conocimiento personal, de formarse por consiguiente en el área humana dando como resultado un auto conocimiento. Pues sólo en la medida en que esto suceda, el Sacerdote podrá “dar” y será también consciente de lo que brinda a los demás y sobre todo a Dios.
Cuando ocurre lo contrarío y se cierran los caminos, la afectividad y sexualidad optan por otra vías de salida generando vertientes que a su vez generan otras situaciones como: el aislamiento, frustración, activismo, depresión, alcoholismo, relaciones esporádicas y actos o conductas sexuales que dejan un vació emocional y en el peor de los casos lastimando incluso a terceras personas y en especial a los niños.
Optar por una formación en la afectividad y sexualidad abre quizás interrogantes nunca antes cuestionados para el Sacerdote, pero el enfrentamiento con uno mismo genera grandes beneficios y sobre todo una manera de poder abordar la naturaleza humana, viviendo la vocación desde un lugar más libre, procurando una paz interior y teniendo como consecuencia una vida enriquecedora, sin temores y sobre todo con la capacidad de amar a Dios y a los demás desde un lugar desinteresado; dejando una esencia y trascendencia en la Iglesia y en el mundo.
Bautista, J (1970) Meditaciones. Madrid: Bruño ibid.p.88
Pujol, J ( 1988) Vocación, fidelidad y cambio. Madrid: San Pío X.p.24-26
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