Anita S. Bourdin y Sergio Mora/Zenit |
La beatificación de Juan Pablo II será un gran acontecimiento para Polonia, pero también para el resto del mundo, pues este pontífice supo conjugar un gran amor a su propia patria chica con una apertura universal.
Así lo afirma, en esta tercera última parte de la amplia entrevista concedida a ZENIT, monseñor Slawomir Oder, postulador de la causa de beatificación de Juan Pablo II.
Pero con la celebración del próximo 1 de mayo no termina el trabajo del padre Oder, pues como explicó a ZENIT, tiene mandato del cardenal vicario, Agostino Vallini, también para preparar la canonización.
- ¿Se siente usted sin trabajo ahora, o continúa aún la causa de canonización con un milagro ya reconocido?
- Como he dicho, este trabajo de postulación se añade a otras cosas, por ello, no pienso en absoluto haberme quedado sin trabajo. En todo caso, sí, ahora está en marcha toda la preparación del acontecimiento de la beatificación que, naturalmente, implica también a la figura del postulador en algunos aspectos. Pero además, el mandato que me concedió el cardenal vicario es el mandato para el proceso de beatificación y de canonización. Y esto quiere decir que la etapa de beatificación se ha alcanzado. Este primer momento ha terminado, pero el proceso continúa hasta su conclusión con la canonización.
- A propósito de la beatificación, ¿de qué forma puede prepararse para este acontecimiento un cristiano que quiere participar?
- Seguramente este tiempo que se nos ha dado, como todo el tiempo del proceso de beatificación, para mi personalmente fue un tiempo de ejercicios espirituales que me ha permitido afrontar tanto las razones de mi fe, como el entusiasmo de mi respuesta a la llamada del Señor de ser sacerdote porque ha sido un encuentro espléndido con un ejemplo de un sacerdote realizado, pleno, feliz, que dio su vida por Cristo y por la Iglesia. Y creo que ese tiempo que nosotros tenemos a disposición ahora, es el tiempo que, de verdad, afortunadamente, coincide con la Cuaresma, por ello realicemos nuestro camino espiritual, nuestro camino de conversión, nuestro camino de profundización de la fe y del amor por Cristo, para vivir verdaderamente una experiencia particular con la Pascua del Señor que, de alguna forma, se prolongará en este acontecimiento de beatificación, porque además, a fin de cuentas, la Pascua del Señor es el punto de referencia para la vida de todos los cristianos que debe realizarse en la vida de cada uno de nosotros. Es la conclusión de la vida cristiana, esa Pascua feliz es, precisamente, llegar a la santidad, llegar al cielo. Por ello, podemos decir que este año, verdaderamente, tenemos la fortuna de vivir la Cuaresma mirando a la Pascua del Señor. Es un testigo espléndido de esta Pascua.
- Se ha hablado de esta herencia espiritual del Papa que es la misericordia. Pero ¿se define poco qué es la misericordia y cómo la entendía él?
- Y sin embargo, son tantas sus intervenciones que hablan precisamente de este aspecto de la Misericordia, de la magnanimidad, de la capacidad de imitar la grandeza del amor de Dios que se inclina ante el hombre débil y frágil. Él mismo decía que el perdón – y esto lo decía en la carta que pesaba publicar, la carta abierta a Ali Ağca después del atentado, y que después no se publicó – es el fundamento de todo verdadero progreso de la sociedad humana. La misericordia, esencialmente, significa la comprensión por la debilidad, la capacidad del perdón. Significa también el compromiso de no tomar en vano la gracia que el Señor da, sino producir con la propia vida los frutos dignos de quien ha sido agraciado y revestido de la misericordia de Dios.
- ¿Él veía, por tanto, en el perdón también un instrumento político o el motor de la historia?
- Absolutamente sí, porque tenía una visión cristiana de la historia, teológica, donde no todo es susceptible solamente de un mero cálculo económico o político, donde el elemento de la humanidad, la compasión, la comprensión, el arrepentimiento, el perdón, la acogida, la solidaridad, el amor se convierten en los elementos fundamentales para hacer una verdadera política de Dios.
- Polonia se sintió huérfana cuando falleció. Ahora que viene devuelto como beato, ¿habrá algún impacto en la Iglesia polaca?
- Seguramente, respecto a Polonia, no hay nada que decir, ha sido un hito en nuestra historia y es un momento fortísimo, importantísimo, pero Juan Pablo II no es un fenómeno polaco. Y lo extraordinario, que me ha impactado muchísimo, es que uno de los elementos de fascinación de Juan Pablo II es que no se avergonzaba de hablar de su patria, de su propia historia, de usar su propia lengua, de identificarse también con la religiosidad popular de Polonia, de hablar de sus compatriotas. Y sin embargo, ese hombre que sentía tan fuertemente la pertenencia a su propia nación, supo también ser un don para los demás, y Juan Pablo II es un don para la humanidad Y no sólo lloró Polonia (se alegró primero y lloró después), basta pensar en México, pero no solo... ¡el mundo entero! Él ha sido verdaderamente un don para la humanidad. Su grandeza es, precisamente, esta. Aún permaneciendo en su propia identidad, supo dar un aire universal. Y quizás porque es tan auténtico en su amor por su patria, supo dar también precisamente un fuerte incentivo para que cada uno pueda reconocer su propia identidad, su propia historia, sus propias raíces, y de alguna forma, llevar dentro de la realidad de la humanidad, de la Iglesia, esta riqueza para crear una cualidad nueva, un sentirse todos Hijos de Dios o sentirse todos hermanos.
El segundo aspecto que se refiere propiamente a Polonia, y que ha sido muy edificante para mí, es el momento de elección de Benedicto XVI, los fieles polacos de la Plaza de San Pedro -que habían venido en gran número a los funerales y que después se quedaron, ya que durante estos años, para nosotros los polacos Roma se había convertido, como para Juan Pablo II en una segunda patria- gritaron “viva el Papa” en italiano y en polaco. Y esto verdaderamente, me ha hecho entender como había madurado y crecido la fe de esta gente, de esta Iglesia, al lado de este Papa que supo vivir su propio ministerio con una personalidad tan fuerte, tan carismática y al mismo tiempo supo dar el valor justo a su ministerio con Pedro, Vicario de Cristo. Ahora que él no está, está la Iglesia, está Pedro, hay un Papa nuevo, un Papa alemán.
- “¿Hubo quién miró con recelo la decisión de Juan Pablo II de instituir la Jornada Mundial de la Juventud, por la situaciones de promiscuidad que se podían crear entre los jóvenes?”
- No había recelo ni de parte del Papa ni de parte de los jóvenes que pensaban todavía de forma anticuada. Él pensaba en un modo muy moderno. Era un sacerdote que sentía. Él mismo dijo que el don es un misterio, que el sacerdote no debe buscar estar siempre a la moda porque ya está siempre a la moda, y siempre actualizado porque lo que representa un sacerdote es a Cristo, y Cristo es siempre el mismo. Por esto la novedad que lleva un sacerdote es Cristo. Y él supo convocar a estos jóvenes basándose en la novedad que es Cristo.
- Después nos hizo dormir en los pasillos del Consejo Pontificio para los laicos, pues no había sitio para acoger a los jóvenes en la primera JMJ del ´85, con los sacos de dormir directamente sobre el parquet bajo los frescos...
- ¿Quién habría pensado jamás en una revolución de este género? Pero esto es lo que se veía desde el primer día, del inicio del pontificado cuando levantó la cruz contra todo protocolo, cuando se acercó a la gente, contrariamente a toda tradición. Ya se veía esta novedad, el día de la elección cuando desde el balcón, además de la bendición, ha hablado. ¡Imagínate la sorpresa!
- ¿Los jóvenes que no han conocido a Juan Pablo II nos preguntarán que podemos decir de él?
- Creo que serán los jóvenes de la generación de JPII los que hablarán a sus hijos de ese padre, porque efectivamente, porque efectivamente la figura de Juan Pablo II era la encarnación de la paternidad. Era un padre, lo han querido, han peleado con él. Recuerdo, creo que fue en México, un encuentro donde el Papa tuvo un diálogo con los jóvenes, y decía “renunciad a la riqueza”, y ellos “sí, renunciamos”, “renunciad a la prepotencia”, y ellos “sí, renunciamos”; y después “renunciad al sexo” y ellos “¡No, esto no!”, gritaron. Hubo un diálogo, diría, casi dialéctico, con los jóvenes que además lo han amado. No han puesto en práctica todo, pero han querido escuchar, y para mí, este es el misterio de su paternidad. No era sólo el saber estar con ellos, con los jóvenes, cuando jugaba con el bastón, cuando se balanceaba con ellos, cuando cantaba, cuando le tomaban de la mano, que son gestos bellísimos. La verdadera paternidad que él supo ejercer estaba en el poner el listón alto delante de ellos, porque un padre que ama a sus hijos no se puede contentar con el hecho de que los jóvenes vivan en la mediocridad, sino conociéndoles, sabe que tienen un potencial, una riqueza. Es un padre. No puede no exigir, no pretender, no querer, no estimularlos. Y él lo hacía. Quizás ellos no siempre respondían, sino que mientras tanto sabían que él se fiaba de ellos, que verdaderamente apostaba por ellos.
Y yo, personalmente, tuve un pensamiento que me afectó, que permaneció en mí desde el primer encuentro que tuve con él cundo vino a Polonia y habló a los jóvenes en Polonia. En este gris del comunismo, su visita fue el primer rayo de luz. Y entonces nos dijo: vosotros jóvenes debéis pretender mucho de vosotros incluso cuando nadie pretende algo de vosotros. Debéis ser exigentes con vosotros mismos. Y estas son palabras de un padre.
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