Es verdad que humanamente muchos sacerdotes pueden experimentar sentimientos de este tipo, por estar en comunidades apartadas, por vivir temporadas difíciles en la vida interior u otras causas.
Pero el sacerdote, como todo cristiano, nunca está solo. Vivimos en constante presencia de Dios y la tristeza o soledad viene cuando perdemos de vista esta realidad. Es muy importante recordar que la vida sobrenatural es la que abarca y da sentido a la humana, por lo que fortalecer este aspecto ofrece visión totalmente distinta a esta y a otras dificultades en la vida del cristiano.
Fortalecer el sentido de filiación divina es un antídoto útil. Se hace considerándola con frecuencia y haciendo actos de fe, esperanza y caridad.
Cabe, sin embargo poner los medios humanos para que Dios pueda auxiliar a una persona que atraviesa por momentos de soledad.
Para un sacerdote será muy favorable:
1. No descuidar lo humano. Ponerse en contacto con otros sacerdotes y con su obispo, ya que es importante el sentido de comunidad. Buscar las actividades en la diócesis, que sean favorables para poner remedio a la soledad: retiros o convivencias sacerdotales.
2. Entregarse a las actividades de su comunidad o parroquia en donde encontrará consuelo, pues justamente, cuando la entrega al servicio de Dios no se concreta en el servicio a los hermanos puede hacer que la mirada se centre en el yo y permanezca ahí.
3. Hacer deporte y procurarse una actividad de esparcimiento.
4. Todo lo anterior sin olvidar que la oración es el lugar donde primordialmente se encuentra la solución, pues se define, en palabras de Santa Teresa, como “un tratar de amistad con Quien sabemos nos ama”. Pasar muchos momentos frente al Sagrario contemplando a Aquel que se encuentra siempre esperándonos para conversar y ser el descanso del corazón es el primer remedio frente a la soledad.
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