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Cuando nos preguntamos, de entre todo lo que podemos preguntarnos, para qué sirve todo esto reconocemos que la realidad y las cosas pueden ser útiles, conducir y direccionar la vida de las personas y de las sociedades. Entonces estamos ante algo más que un misterio, porque al mismo tiempo le reconocemos una especie de autonomía y libertad, aunque quizá no tanta como pensamos en ocasiones. Dicho de otro modo, nos estamos cuestionando quién dirige a quién, o quién lleva la batuta: ¿Son las cosas las que dominan personas, con sus circunstancias, o son las personas las que dominan y utilizan las cosas? Nos espantaría la callada como respuesta. Aunque socialmente tenemos más que claros conceptos como el de dependencia, el de manipulación, el de mediatización, el de cosificación, el de vicio incluso, o el de adicción.
Cuando aceptamos que la pregunta más importante del momento puede ser para qué sirve todo esto nos estamos haciendo responsables de las cosas. Y me parece importante darse cuenta de que, a pesar de las críticas al utilitarismo y al pragmatismo, y a sus posturas enconadas, esta pregunta se esconde en lo profundo de la naturaleza humana reclamando libertad y dominio de sí y del mundo. No quiero decir que todo sirva para algo, aunque quizá sí que tenga una dirección, o que lo bueno sea estrictamente lo útil, sino que esta pregunta no la podemos desechar de cualquier manera, ni a la primera de cambio, ni hacer una crítica o comentario fácil. El hombre necesita de las cosas, es material que no materialista, y tiene la capacidad y el anhelo de ir con ellas más allá de las cosas mismas, alcanzando nuevas realidades como su propia vida, sus propios proyectos, o la respuesta a Dios en las cosas y el mundo. Lo peligroso sería, a mi entender igualmente ingenuo, creer que podemos vivir prescindiendo de esta pregunta. No se trata de hacer de esta pregunta la pregunta primera de todo, sino de tenerla en cuenta porque hay algo de natural en ella, que me indica al mismo tiempo la naturaleza del hombre mismo como señor y dominador, como gobernante y centro de las cosas.
Cuando aceptamos, por último, esta pregunta, deberíamos hacerlo también con la capacidad de sorprendernos cuando no encontremos respuesta. O mejor aún, cuando hablemos de la grandeza de la gratuidad, de los porque sí de la historia, o de la sublime situación en la que dices “para nada”, o “no se trata, ahora no, de utilidad sino de algo más”. Esto último, que me parece que hace cuadrar la pregunta en su pleno sentido, le da un encuadre nuevo a todo lo demás. ¿Para qué sirve la alegría? ¡Esta no es la pregunta! ¿Para qué sirve el amor? ¡Esta no es la pregunta! ¿Para qué sirve tal o cual persona? ¡Esta nunca puede ser la pregunta!
http://mambre.wordpress.com
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